Capítulo XV

5 de Diciembre de 1805

XV
El cuaderno de Berthier
Bandera blanca


La hermosa pradera verde que coronaba la meseta ahora era un barrial cubierto de cadáveres y soldados convalecientes y heridos. Las ambulancias de ambos bandos se movían como cuervos al acechos de supervivientes que se quejaban entre cuerpos inertes y charcos sanguinolentos. Los hombres de Larrrey, con el galeno al frente no habían dejado de trabajar ni un minuto, inclusive durante la batalla.

Pero ahora, el la frágil tregua, también se veían carretas de ingleses recogiendo heridos del campo, pero sin acercarse demasiado al frente. A simple vista se reconocía la alfombra roja y blanca de los uniformes británicos que cubrían mayormente el suelo.

Los correos volvían del frente inglés a toda prisa mientras la infantería enemiga se movía con cierto nerviosismo entre sus filas, pero sin deshacer su formación. Solo Soult y Segur me miraban con desconfianza, y también había notado esa desconfianza hacia ellos por parte de algunos generales, especialmente de Sebastiani a Segur.

Cuando llegaron los jinetes, el soldado que traía la respuesta se cuadró ante mí, y me extendió una carta. Como vi que estaba escrita en inglés se la di a Sebastiani quien la leyó en voz alta ante la atenta mirada de todos los que estábamos reunidos, sin dejar de vigilar de reojo a los movimientos de uniformes blancos y rojos.


“Saludos colega Mariscal:

Ante su petición no puedo más que agradecer sus intenciones y decirle que conozco sus antecedentes por los informes de nuestros agentes militares. Se por ello de su honor y del valor de sus palabras.

Pero aún estando de acuerdo en la estupidez de un derramamiento de sangre tan poco efectivo a nuestra causa, no puedo acceder a una de sus condiciones en particular.

Sabrá usted que la situación política en el gobierno inglés pesa sobre mi carrera, y que éste sospecha de mi lealtad a la corona, razón por la cual vigilan cada uno de mis movimientos. Si bien se debe a ciertas maniobras políticas más que a mi impecable foja militar, la situación actual hace que mi puesto penda de un hilo.

Así es como me encuentro entre la espada y la pared: por un lado decretar el final de la defensa de Gran Bretaña sería inscribir mi nombre como el primer inglés que rindió su corona desde la época de Guillermo de Normandía, con lo cual se terminaría mi carrera. Por otra parte no puedo permitir que mis valerosos soldados perezcan por una tontería de su comandante.

Así que voy a pedir una razonable condición a la rendición de mis tropas: Deje usted en libertad a mis edecanes quienes comunicarán en Londres mi rendición y mi captura por su parte, de la manera mas conveniente para evitar así problemas políticos una vez que la normalidad se establezca y yo deba rendir cuenta ante mis superiores.

En caso de aceptar, basta con que me lo comunique elevando banderas blancas, y 30 hombres partirán rumbo al palacio real de St. James para hacer su cometido mientras yo decreto la entrega de mis regimientos. De no ser así sepa que moriré con mis armas en alto, defendiendo a mi patria y a mi gente.

Espero que podamos seguir esta conversación personalmente.

Sir John Moore
Comandante en Jefe de Defensa"


Me miraron en silencio y con cierta solemnidad salvo por dos sonrisas: la primera de Junot quien se alegraba visiblemente de que la batalla terminara de esta manera, la otra de Marmont, quien expresaba abiertamente su apoyo a las decisiones que yo tomaba. Pero en general todos estaban conformes con los acontecimientos. Inclusive se felicitaban unos a otros por un gran trabajo.

En ese instante noté un detalle que me llamó la atención: cada vez que nos reuníamos, todos estábamos lo mas presentables posibles. Pero esta vez los uniformes impecables de Murat, con su poncho atado al cuello, Bernardotte, Junot, y obviamente el mío por haberme cambiado de ropa con anterioridad, contrastaban con las manchas de varios generales, y mariscales como Ney, Marmont o Soult, delatando su implicación en el frente de combate. Tal vez por ello, cuando se saludaban unos a otros, Ney abrió los brazos ante Lannes y al tomarlo por los hombros le dijo “Gracias”. El uniforme del general de división daba pena.

Ordené que levantaran banderas blancas mientras Soul, Ney y Bernardotte comunicaban las órdenes a los generales que quedaban en los respectivos frentes. En unos minutos veíamos como un grupo de jinetes desaparecía en el camino a Londres sin encontrar resistencia.

Lo demás sucedió como se había pactado. Mientras Ney se ocupaba de la rendición, el resto reagrupaban sus respectivas divisiones y montaban las tiendas de acampadas. Se definían las guardias correspondientes y se disponían a pasar la noche.

Segur debía dedicarse al traslado del General Moore a la tienda, a donde me retiré acompañado por Marmont y Sebastiani quienes ya estaban decididamente entre mi estado mayor, junto con Junot por razones obvias.

Eran las seis y media de la tarde cuando, en la tienda del emperador, nos relajamos con unas copas de cognac y vino. Al aplacarse la adrenalina, había llegado el frío de nuevo junto con la humedad, a medida que oscurecía. La lluvia nos había acompañado la mayor parte del día. Solo al final de la batalla había cesado. Y ahora se sentían sus consecuencias.

A pedido mío, Marmont había mandado a montar otra tienda tan grande como la que yo ocupaba, para la cena del alto mando. Por lo que pude entender, me correspondía a mí invitar a cenar al comandante inglés, y me acompañaría solo quien yo quisiese en esa conferencia.

Ya más secos, poco a poco fueron entrando todos. Estaban más animados. Hasta Soult sonreía cambiando ideas y comentando los hechos acontecidos con los generales Kellermann, Suchet y Nansouty.

Lannes se me acercó y me comunicó que en la carga sobre la artillería enemiga había perdido casi cuatro regimientos y al general de División Le Blond, es decir, una división completa. Se notaba su pesar.

-Entiendo sus sentimientos, general, pero véalo como un sacrificio por parte de sus hombres que dejaron la vida en combate a cambio de la victoria. Además usted mismo estaba allí, galopando al frente de sus soldados, así que no se culpe. La bala que mató a Le Blond podría haberle tocado a usted.

-Su accionar fue un acto de heroísmo que se comentará durante años en los círculos militares- intervino Bernardotte -pero general, sería bueno que nos cuidásemos un poco más. No es la primera vez que lo veo arremeter con tanta desconsideración por su vida y ya se que no somos imprescindibles, pero somos mas productivos con vida. La misma locura hizo Junot en la batalla de Deal. Si hubiese caído, ya no habría forma de rescatarlo. Lo hubieramos perdido.

Ante el comentario del mariscal miré a Junot que puso una cara bastante cómica. Estaba seguro que si lo hubiese sabido a tiempo no habría cometido semejante estupidez.

Cuando estuvimos todos, escuché los informes de cada general de división y Sebastiani se dedicó a tomar nota para el parte de guerra, una especie de bitácora del ejército de tierra. También habían algunos técnicos y entre ellos unos historiadores que escribían relatando toda la campaña.

-Bien, quedamos en algunos puntos en nuestra última charla y ahora debemos ponerlos en práctica. 

La primera tarea se la di a Murat, quien definiría un cuerpo de húsares que se internaría en Londres camuflados para ver como estaba la situación allí. 
En ese momento me enteré que los espías franceses en la capital inglesa se comunicaban por intermedio de Segur, quien en seguida dispuso comunicaciones y claves para una reunión entre agentes y caballeros.

A Sebastiani le encomendé que buscase un grupo de hombres de su división para enviarlos de vuelta a Dover, donde un puesto de la marina servía de contacto con el continente. En el debía averiguar todo lo que podía sobre la situación naval y noticias de Francia.

A Bernardotte le pedí que reúna de nuevo su división y marchase sobre sus pasos rumbo a la costa para ver que novedades encontraba por el camino original de Deal a Londres.

-Pero no entre en combate con nadie si no es necesario, y no cruce el Támesis hasta que Lannes se reúna con usted. Debe partir mañana al amanecer y, según los datos que traigan desde Londres los hombres de Murat, veremos una acción conjunta. Necesito que establezca una línea de comunicación con la marina, si es que aún siguen allí. 

El agregado de la armada ni se inmutó. Estaba acostumbrado a la baja imagen de los mandos navales.

-Murat y Soult seguirán viaje hacia el Norte siguiendo los planes originales. Marmont y Ney entrarán por el Oeste. Junot, usted por ahora, se hará cargo de la guardia imperial junto con Sebastiani. Así que todas sus divisiones quedarán bajo el mando de Lannes quien reforzará el flanco de Bernardotte en el Sur. El resto de las disposiciones las tomaremos en cuanto tengamos noticias de Dover, de Londres y eventualmente de la flota de Lucas. Es decir mañana.

-¿Dónde esta el Sire? -Preguntó Bernardotte- ¿Qué opina de esto?

No me sorprendió la pregunta ni dude en responder, porque comprendía desde hacía rato que no podría mantener el secreto mucho tiempo mas. Pero tampoco sorprendió la respuesta. Supongo que ya lo imaginaban. Ellos querían ver al sire en cuanto terminara la batalla, y la batalla había terminado. Y el sire no estaba ante ellos. Así que dije la verdad. Pero lo hice de tal manera que no tuviesen tiempo de reaccionar.

-El Emperador ha muerto hace unas horas. He asumido el mando militar de Francia según sus deseos, comunicados ante tres testigos. Pero el resto del ejército aún no debe enterarse de este hecho, no podemos socavar la moral de nuestros hombres a las puertas de Londres. Estamos a un paso de terminar la tarea. Ahora por favor, retirémonos a comer y descansar. Mañana será otro día muy largo.

-¿Habrá cambios en los planes de la campaña?- Preguntó Murat.

-Solo los necesarios. Cuando se planearon los caminos y acciones, no sabíamos que nos presentarían batalla aquí. Tampoco suponíamos que un cuerpo completo sería diezmado dadas las circunstancias. Ahora debemos reagrupar las divisiones y trataré de mantener los puntos del principio. Luego nos iremos adaptando a los hechos según se sucedan.

-Antes de desembarcar, mariscal, cuando veníamos en el Formidable, usted planificó para el sire las acciones a seguir después de tomar la capital, sobre el mapa. ¿Cree que habrá cambios en ese accionar?

-No lo sé, Ney, pero lo más probable es que haya cambios en la política. La falta del emperador me obliga a volver a París en cuanto tengamos esta situación controlada. He de disponer con la voluntad de Bonaparte. Razón de más para apurarnos. Por ésto no podré asumir el gobierno de Londres. Deberé decidir quien se queda para administrar la isla, y quien para terminar con la campaña camino a Escocia. Pero lo discutiremos en St. James cuando logremos la abdicación del rey Jorge.

Pensé que me acribillarían a preguntas, pero no fue así. Solo esas dos inquietudes. Lo dicho, ya se lo imaginaban. Se vio el pesar en varios rostros que comenzaban a tener una dimensión más certera de las consecuencias de esta batalla. La muerte de Napoleón Bonaparte colocaría a la batalla de Epson como un punto de referencia dentro de los libros de historia y estos hombres serían protagonistas de lo que dijesen esos libros al respecto.

Lentamente se fueron retirando en silencio, mientras nos quedábamos Sebastiani, Lannes y yo. Le pregunté al general de mi división que estaba haciendo el General Moore.

-Le armamos una tienda para él. Por supuesto con la custodia pertinente. Le dejamos un tiempo para que se asee antes de venir a cenar con usted. En tanto trasladamos todas sus pertenencias las cuales le devolvimos luego de revisarlas. No le quitamos su sable, no lo desenvainó ante nosotros y creí que era mejor que él mismo se lo entregase a usted.

-De acuerdo. ¿Hay algo entre sus pertenencias que nos sea de utilidad?

-No mucho. Además de los mapas del combate y la disposición de sus tropas, habían un par de cartas que hablaban de un avance hacia la costa con el objeto de expulsarnos. En una se informaba que la guardia real bajo el mando del príncipe Williams ya había tomado posiciones en St. James y controlaba militarmente la ciudad. En la otra dice que las defensas en la entrada del río son suficientes para detener nuestra marina. Todo ésto daba libertad de acción a Moore para moverse como quisiera, hasta devolvernos a Francia.

-Nos subestimó.- Dije mirando los planos y anotaciones del inglés que me había pasado Sebastiani. -Creyeron que después del desembarco, tras la batalla de Deal, todo el ejército marcharía en una sola columna.

-¿Cómo llega a esa conclusión?

-Mire- le señalé el mapa –Fíjese en que no tienen nuestro flanco marcado. En este plan de batalla no existen ni Bernardotte, ni Junot ni Murat. Se habrán sorprendido cuando llegó la columna Sur. ¿No hay más?

-No, seguramente habrán quemado el resto antes de la rendición.

Cuando Moore llegó a mi tienda su gesto adusto, militar, su saludo marcial, me indicaban una dignidad de quien se sabe prisionero aunque no se cree derrotado. Pero al cruzar las miradas en el momento de estrecharle la mano, bajó la vista en una expresión de abatimiento que me hizo sentir la seguridad de que esta guerra había terminado.

Estaba invitándolo a tomar asiento cuando apareció Segur, a quien también había invitado a cenar con nosotros, pero antes de saludar me sorprendió con una noticia:

-Mariscal, entre los prisioneros hay un oficial que desea presentarse ante usted al lado de su comandante. Dice ser el Barón William Carr Beresford, Marques de Waterford.

Miré al General Moore, el cual asintió con la cabeza. Me acerqué a Segur que por lo bajo me contó que al parecer Beresford había sido capturado por las tropas de Bernardotte cuando la toma del promontorio. Era el oficial al mando de esa ala en el combate y rápidamente se quitó las insignias y medallas para no ser reconocido y así permanecer entre sus hombres. Cuando se enteró de la rendición de su comandante en jefe decidió presentarse saliendo del anonimato. Le dije que lo hiciese pasar. En cuanto entró a la tienda se cuadró ante su superior y ante mí, presentándose en un perfecto francés.

1 comentario:

  1. Beresford, William Carr (Waterford 2/10/1768 – Londres 8/1/1854) General de Ejército Británico, Mariscal de Ejército de Portugal, Gobernador de Buenos Aires, Duque de Elvas, Conde de Troncoso, Barón de Beresford, Marques de Waterford.

    Este personaje histórico aparece en varios episodios dentro de las guerras napoleónicas.

    Hizo la campaña contra Napoleón Bonaparte en Egipto, con brillantes resultados, junto con los futuros generales David Baird y Samuel Auchmuty.
    Lideró una de las dos brigadas (compuesta de tres regimientos) que formó parte del ejército con que el general Baird efectuó la Conquista del Cabo de Buena Esperanza, Sudáfrica, en enero de 1806, hasta entonces colonia holandesa.
    Desembarcó en Buenos Aires el 25 de junio de 1806 y tomó desprevenido al virrey Rafael de Sobremonte, que esperaba un ataque sobre Montevideo. Venció la débil resistencia que se le opuso y ocupó el virreynato del Rio de la Plata.
    En 1811, dirigió un ejército angloespañol contra los franceses, y obtuvo la victoria de Albuera; uno de sus oficiales más importantes era el coronel José de San Martín. Por esta victoria fue nombrado duque de Elvas en España y conde de Troncoso en Portugal. Wellington lo nombró su sucesor en caso de que él muriera.

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