6 de Diciembre de 1805
XIX
El cuaderno de Berthier
La batalla de Londres
El correo iba con instrucciones precisas, no haríamos daño a ningún civil que abandone la formación de defensa, y se respetaría la integridad de los soldados que se rindieran. Solo queríamos que el Rey firmase la Paz incondicional en Europa.
Pero además llevaba una misión importante para ese momento. El mensaje debía ser dado a un ciudadano, no a un soldado. Debía hacerse oralmente, es decir no por escrito. De esta manera nos asegurábamos que la noticia se esparciera entre todos ya que muchos no sabían leer. Aún así, en forma no oficial, el correo debía comentar como sin querer, que solo éramos una avanzada de más de 80.000 hombres y otros 40.000 le estaban atacando por el Sur. Si había algún sobreviviente de la batalla de Epson, lo creerían.
-Además tome nota de una carta escrita para el príncipe:
“A su excelencia
George de Hannover
Duque de Brunswick
Una vez mas en tan solo dos días el destino nos vuelve a poner frente a frente y créame, hubiese preferido que sea de otra manera.
Estoy al tanto de la huida de su padre y del resto de su familia, así como también de toda la corte y del gobierno. Esta es razón suficiente para considerarlo a usted la autoridad máxima del reino.
En este momento se enfrenta a las mismas tropas que derrotaron a su majestad ayer en Epson y, de la misma manera que le propuse en esa oportunidad, ruego a usted deponga sus armas y resolvamos nuestras diferencias en forma mas civilizada. Ya conoce nuestras intenciones de terminar con esta guerra lo antes posible y regresar al continente con el compromiso de una paz duradera y próspera para ambas naciones.
Reitero mi garantía de salvaguardar los intereses del reino y la vida, no solo de sus hombres, sino también de la población civil. Tanto las ciudades del reino que dejamos tras nuestros pasos como la seguridad de nuestros huéspedes, los generales Moore y Beresford, son muestra cabal del cumplimiento de nuestra palabra.
Sin embargo, si decidiera usted desistir de mi invitación a una cordial solución del conflicto, deberá saber que en esta oportunidad no detendré a mis hombres en cuanto terminen la batalla, no hasta encontrar en este país un gobernante capaz de expresar una solución a este asunto sin la necedad de derramar sangre inglesa ante un ejército cuatro veces mas numeroso.
Se que puedo contar con su comprensión por lo cual doy por seguro poder saludarle personalmente en esta jornada. Quedo a la espera de su respuesta.
Mariscal
Louis Alexandre Berthier”
-El emperador Bonaparte no sería tan amable con una carta así.- comentó Sebastiani -Parece que conociera usted al príncipe y lo estuviese invitando a una partida de cartas.
-Es solo un formulismo, ese tipo no aceptará. Prefiere que le cortemos la cabeza antes de explicarles a los Lores y Sires porque se rindió. Además, quiero que durante un minuto considere la oportunidad de quedarse con la corona, por eso lo trato como si estuviera ante el rey.
-¿Será así?
-No. Bonaparte ya avisó que éste no sería. Y si el segundo, Federico, no está disponible, yo sigo considerando a William. Igual no gobernará hasta dentro de unos años, por lo menos.
Mientras charlábamos seguimos con la vista al húsar que llevaba el mensaje hasta que llegó al frente inglés por nuestro flanco derecho. Lo vimos hablar con un campesino armado de una pistola y una guadaña. Cuando terminó el parlamento, el soldado entregó la carta y se retiró volviendo por el mismo camino. Según su relato, el mensaje calaría tal como esperábamos ya que muchos estaban ahí amenazados por los aristócratas. Pero no era seguro que George aceptase la propuesta. Seguían creyendo que Napoleón estaba aquí.
Ney se acercó luego cuando tuvo todo dispuesto para el choque.
-¿Puedo exponer mi idea, mariscal?
-Le escuchamos.
Todos los generales al mando de las distintas divisiones se acercaron rodeando al mariscal que comandaba el grueso de la infantería.
-Bien. He mandado a montar dos filas de cañones que apuntan todos al centro. Una vez que se dé el toque de trompeta, usted Sebastiani cargará con la caballería, pero en vez de partir de una formación cerrada y abrir filas, hará exactamente lo contrario, convergerá en el centro de la formación, directamente a ese edificio blanco de dos plantas que se ve justo delante nuestro.
-¿Lo traspasaremos?
-Sí, porque en el preciso momento de comenzar la carga, los primeros cinco cañones volarán dicho edificio. Eso es algo que no se esperan. Para cuando se repongan del humo de los escombros usted ya estará encima, traspasando la línea de ingleses y rodeándolos por detrás hacia ambos flancos. El resto de la artillería hará una descarga única en todo el frente de combate en el momento en que la infantería cruce esa línea de cascajos...
Ney siguió explicando el plan que la mayoría ya había captado. Estaba terminando su exposición cuando apareció un soldado desarmado que se encaminó directamente al frente francés. No llevaba bandera blanca ni nada por el estilo. Solo cruzó por encima de los cascotes que formaban el parapeto y caminó en línea recta hacia el centro de las filas francesas.
Al llegar pidió por el soldado que había llevado la propuesta. Sebastiani le hizo señas, y el húsar fue a hablar con el interlocutor inglés. La charla no duró más de dos frases. El inglés ni siquiera esperó respuesta. El francés volvió y se dirigió a mí directamente.
-Me preguntó si recordaba al campesino que contacté antes. Le dije que sí. Luego me dijo que se llamaba John, y que por el mensaje recibido fue ejecutado. Que le esperan a usted y a los 80.000. Que jamás volveremos a Francia con vida.
Ante la sorpresa de Sebastiani le pregunté al caballero:
-¿Y usted que opina, soldado?
-Lo mismo que mis compañeros, señor Mariscal... acabemos de una vez con esos arrogantes hijos de puta y luego charlaremos con sus madres, sus hermanas y sus hijas a solas, a ver si opinan lo mismo que ellos.
-Y si quedó algún hermano en casa tal vez también quiera opinar!!!
El grito partió de uno de los soldados y de pronto todo el frente, oficiales incluidos, reíamos a coro. Tratando de ponerse serio, sin conseguirlo, Sebastiani dijo que los ingleses debían pensar que estábamos locos, riéndonos antes de un enfrentamiento. Y yo le dije que sí, pensando que en realidad Junot tenía razón, éramos un manojo de chalados.
-Ya escuchó, Ney. Los muchachos del sire quieren fiesta esta noche.
-Pues que se la ganen, Mariscal. –Respondió Ney mientras se dirigía al frente para comenzar la batalla.
Sebastiani también se puso manos a la obra en el flanco derecho y yo me retiré a comer algo porque era el único de los oficiales que no había probado nada sólido durante el día.
El soldado que sirvió de correo me acompañó. Parecía un tipo educado, no solo porque dominaba perfectamente el inglés, sino también porque no se presentaba tan desgarbado. Era un hombre joven, de tez clara, algo mas alto que yo.
-¿Cual es su nombre, soldado?
-Subteniente Bugeaud, señor Mariscal. Thomas Bugeaud.
-¿Que edad tiene teniente?
-21 años señor Mariscal
-Habla usted muy bien inglés, teniente. ¿De dónde es?
-Soy francés, señor Mariscal, pero mis padres son irlandeses. Ellos inmigraron por la intolerancia inglesa. Soy el menor de trece hermanos y en mi casa no me dejaban mucha libertad. No me gustaba mucho la escuela, así que me fugué y decidí entrar en el ejército como voluntario de la guardia. El título se lo debo al Mariscal Murat, señor Mariscal.
-¿Cómo es que está usted en la caballería?
-Aprendí a montar de pequeño, trabajando en una granja.
-¿Ha comido Bugeaud?
-Si señor Mariscal, pero si no es mucho pedir, me vendría bien una taza de café.
Mientras bebíamos café después de mi comida, hablamos sobre sus pareceres sobre esta guerra. El pasado irlandés de su familia no tenía nada que ver con su pasión por el ejército y la campaña de Inglaterra. Le gustaba su trabajo, y quería servir. No me parecía de las personas que obedecen muchos cargos, pero si se lo ubicaba era capaz de cumplir con creces. Al cabo de media hora tomé la decisión de llevarlo entre mis edecanes. El muchacho me sería de mucha ayuda.
-Debería estudiar, Bugeaud, sino su carrera se termina en teniente y sería una pena ya que tiene muchas cualidades.
Un cabo interrumpió la charla
-Mariscal, el Mariscal Ney dice que están listos. La caballería maniobra al mando del General Sebastiani.
-Muy bien. Vamos.
Al llegar al frente me rodeó mi guardia casi en forma instantánea, pero ya estaba acostumbrado. Ney me miró desde su puesto a mi izquierda, unos metros más adelantado.
Asentí con la cabeza. Luego miró a Sebastiani quien estaba a su altura pero alejado a mi derecha. Levantó una mano sosteniendo el sable y Sebastiani gritó a sus hombres.
A la orden del general, toda la caballería salió disparada hacia adelante y, detrás, corriendo como desaforados, la infantería.
No habían llegado a la mitad de camino cuando sonaron los disparos de ambos lados. Varios caballos volaron a sus jinetes, y muchos fueron los no se levantaron, pero al mismo tiempo casas de material, maderas, hierros saltaron hacia atrás en el frente enemigo descubriendo el centro del ejército inglés y partiendo las filas inglesas que esperaban parapetados detrás. Justamente por ese centro, tal como planeó Ney, se metió la caballería con Sebastiani en medio, para desplegarse por detrás de las filas de uniforme blanco. Mientras que de frente llegaba la infantería disparando primero, arremetiendo con bayoneta y sables después.
No sé si por instinto o por vergüenza, pero de pronto me vi cabalgando detrás de los soldados muy cerca de ellos. Sable en mano, daba golpes a diestra contra todo lo que me pareciera enemigo. Me daba lo mismo si vivía o no. No tomé conciencia de lo que hacía hasta que sentí un suave toque en el brazo, pero alrededor mío luchaba mi guardia y nadie me había llamado.
Cuando quise emprender mi ataque de nuevo el sentimiento era de un ardor insoportable. Me quemaba en las entrañas y no podía mover el brazo. Mi sable estaba en el suelo. No recordaba haberlo soltado. Me toqué en la herida y sentí la sangre en la punta de mis dedos. Recordé que tenía otro sable en el anca del caballo y lo agarré con la izquierda, pero en ese momento unas manos tomaban las riendas y me giraban hacia la retaguardia. Vi a Ney a lo lejos gritando algo mientras me señalaba con su arma.
La guardia me rodeaba cabalgando hacia el puesto de comando y disparando hacia atrás. Una de las ambulancias de Larrey pasó a nuestro lado en la misma dirección. Entonces tomé conciencia y frené yo mismo el caballo que se encabritó cuando giró de cara a la batalla. La guardia seguía rodeándome, recargando los fusiles. Nos habíamos alejado bastante pero aun así uno de ellos me dijo:
-Mariscal, estamos en posición de blanco. Deberíamos retirarnos más. Usted no puede luchar así...
Cuando lo miré palideció de golpe. Debe haber sentido que me ofendió con sus palabras.
Iba a decir que fuesen al frente pero de pronto escuché la trompeta y rápidamente los soldados volvieron sobre sus pasos buscando su formación inicial.
Sebastiani se acercaba al galope y salimos juntos del radio de tiro.
-¿Está usted bien, Mariscal? Ese brazo esta sangrando.
-Nada, nada. Ustedes continúen. Esto no es importante.
Sebastiani se desprendió de mi formación y se dirigió a la suya, al frente de sus jinetes.
Ney me miraba con cara de preocupado y le hice señas de que estaba bien. Automáticamente se volvió a la línea de hombres de su formación y dio la orden nuevamente. Y todo se repitió. Otros cinco cañonazos franceses que no tuvieron respuesta del otro lado. Otro grupo de casas barridas con palos y cascotes saltando por los aires y una nueva carga de caballería, seguida por la infantería. Esta vez no fui.
Tras una hora de combate, como si se tratase de ratas acorraladas, los ingleses huían sin presentar batalla. Algunos, civiles mayormente, soltaban sus armas y se rendían a la embestida. Pero ni aún así se salvaban de la saña de los nuestros. Prácticamente fue un fusilamiento general.
Sebastiani trataba de parar la masacre en el ala derecha, donde habían llegado a la ribera del río. Ney en su flanco tenía ante sí a un oficial inglés que pretendía cubrir con su cuerpo, desarmado y con los brazos en alto, a un grupo de campesinos que se apretujaban contra una pared suplicando. Delante del oficial, en un manojo de cadáveres, yacía el cuerpo del príncipe George, mutilado en sus piernas.
Me relajé y me di cuenta que yendo al paso había seguido la huella trazada por los hombres de Sebastiani en su última carga. Entonces sentí la voz de Bugeaud que me repetía desde hacía unos minutos
-Señor Mariscal, el médico señor Mariscal...
A mi lado estaba Larrey tratando de convencerme que me quitara la chaqueta para ver mi herida. La desinfectó ahí mismo y vendó mi brazo.
-Bueno Mariscal, hemos pasado peores, es solo un rasguño. Y por lo otro no se preocupe. Es natural.
No entendí lo que me decía, pero no me dio tiempo ni a decirle gracias. Se fue rápidamente a la enfermería mientras yo me vestí de nuevo soportando el dolor de la quemadura en la piel. Me puse la capa impermeable y al girar mi caballo para volverme sentí la humedad en mis piernas. Me había meado.
En varios capítulos se incluyen nombres tan reales e importantes en la historia como desconocidos en muchos lados. La cultura general y los estudios básicos no suelen incluir a Berthier como a muchos otros hombres que años mas tarde tendrán relevancia en otros hechos históricos. Tal es el caso del general Schmitz, parte de una familia de oficiales que jugaron papeles vitales para la reconversión política de Francia muchas veces fuera del campo de batalla.
ResponderEliminarEn este caso aparece un tal subteniente Bugeaud, quien en realidad aparece años mas tarde en la historia de ocupación de Argelia. Duro, inflexible y hasta despótico en oportunidades, imprimió un ritmo de desarrollo en la región africana que no se había dado anteriormente. Sus avances como sus ascensos dentro del cuerpo del ejército se coronaron en tiempos del emperador Napoleón III. Llegó a ser Mariscal de Francia.