Capítulo XXX

7 de Diciembre de 1805

XXX
El cuaderno de Berthier
Champagne en Dublín


La línea de barcos ingleses ya estaba totalmente enfrascada en el fuego del centro y se apreciaba a las balandras y fragatas tratando de sacar a los gigantes que no podían moverse o estaban escorados. Así acercaron a la costa al Caesar de 80 cañones, y al Prince, al Tonnant y al Conqueror, todos de 74. Luego, en el parte de guerra, sabríamos que también se rescataron al Victory, al Royal Sovereign, al Revenge, y al Colossus; mientras que se hundieron el Northumberland, el Dreadnough de 98, el Minotaur de 74 y el Africa de 64. Y otros que no se reconocieron.

Contábamos con la rendición del Temeraire y los regalos que nos trajeron de la costa mediterránea: trabado el combate, habían dejado a la deriva a los barcos que decidieron traer, capturados en su última batalla. Al principio pensamos que eran naves inglesas, pero a medida que las mareas los fueron acercando los vimos muy arruinados para ser buques en condiciones de combatir. Se les veían desvencijados y se notaba que habían sido remendados para poder traerlos hasta esta costa.

Cuando nos dimos cuenta que eran buques capturados dejamos de darles importancia y nos concentramos en la batalla, pero ahora que charlábamos con la convicción que ganábamos este enfrentamiento, el teniente de navío se había quedado boquiabierto viendo como el Argonaute francés, reducido a un casco torcido y cuatro velas en sus palos encallaba mansamente entre las piedras de la costa.

Asombrado el marino miraba con su catalejo pero desviando el objetivo hacia mar adentro buscando la sombra del segundo barco que flotaba desarbolado también abandonado y sin control alguno rumbo al océano.

-Lo trajeron, ¡Dios! Esos hijos de puta lo mantuvieron a flote hasta aquí…

Le quité el catalejo y pude ver un casco en el cual se divisaban tres líneas de cañones a su costado, y a una fragata que se acercaba tratando de darle caza. Le pregunté que barco era y sin salir de su asombro, con la expresión de sorpresa y felicidad en la cara me respondió:

-Es el Santísima Trinidad, mariscal. El orgullo de España.

Sabríamos luego que también se había rescatado al Príncipe de Asturias y, a pesar de la decepción de los marinos franceses, ambos buques españoles serían devueltos a sus dueños por orden del Almirante Lucas. Los códigos de mar eran mas ajenos a mi entendimiento que la situación que atravesaba en esta historia, así que dejé hacer al almirante lo que él creía mas conveniente.

La situación comenzó a normalizarse en el resto del día, hasta llegar a un estado casi de aburrimiento. Como mis conocimientos de política naval eran verdaderamente limitados, dejé todo en manos de Marmont quien contactaría con los mandos de la armada en cuanto terminase la batalla, y me retiré a la tienda con Murat a charlar nuestros próximos pasos.

-¿Qué haremos con Irlanda?- preguntó el Mariscal

-Quitárnosla de encima y ganarnos un aliado- respondí.

-¿Vamos a liberarla de ingleses y dejarla en manos de esos muertos de hambre? Pero si apenas entienden de política.

-Eso no es problema nuestro. A cambio solo pediremos dos puertos donde hacer base con nuestra marina de guerra y comercial. Así la isla será un dilema de ellos, nosotros ganamos un cliente y dominamos los alrededores de Gran Bretaña. Además no tendremos que gastar hombres, esfuerzo y dinero en este lugar. Lo dicho, que lo solucionen ellos. ¿Dónde está Soult?

-En Belfast. Espera órdenes para continuar con la ocupación hasta llegar al Atlántico, aunque ya nos aseguraron que no quedaban altos oficiales en Irlanda. A lo sumo algún Lord o Sir escondido, pero ya tenemos a los principales cargos, y al oro.

-¿Qué tal Lake?

-Un asco de tipo. Arrogante e insufrible. Trata a sus subordinados como si fuesen presos. Raya la humillación cada vez que se dirige a alguien. Lo dejé custodiado en la misma tienda que tiene usted detenido a Knox. Dice que hablará con usted, pero que no quiere saber nada de Bonaparte, que nuestro Sire no está a la altura de un comandante de la corona inglesa.

-Que se cague. Hablaré con él cuando estemos camino a Francia. Mientras, que sufra un poquito de su miseria. ¿Y Dublín?

-Un hervidero. Había escaramuzas de combate por toda la ciudad hasta que llegamos nosotros. Hice un alto en las afueras y mandé a contactar con los rebeldes. Luego estos esparcieron el rumor que atacaríamos la ciudad y los realistas salieron despavoridos. Los que se entregaron, fueron perdonados por Robert Emmet, quien parece ser el nuevo director de Irlanda. Le dije que pacifique el lugar y se calme. Que hablaría con usted de ésto. Dijo que le gustaría entrevistarse con el Sire.

-¿Ha visto usted a los irlandeses que tenemos aquí?

-Sí y me han contado la faena que le hicieron a los casacas rojas.- Rió mientras apuraba el cognac –Menuda tarea, les dan armas para luchar contra otro y se vuelven en contra. Ciertamente el que los eligió preferirá estar muerto.

-Voy a mandarlos a Dublín con una carta para Soult. En ella le digo que pacifique la isla. Y en cuanto estos tipos formen un gobierno, que el mariscal se vuelva a Inglaterra con Ney. No más de treinta días. Si se puede, que se vuelva ahora. Nosotros trataremos de regresar esta misma noche o mañana a mas tardar. No veo la hora de estar de nuevo en el continente. También quiero noticias de Bernardotte y Lannes para saber como les fue con Escocia.

-No creo que hayan tenido problemas. Los escoceses nunca fueron muy buenos en tierra. Aportaron más a la Royal Navy que al ejército. Ahí, en el mar, es donde aflora su pasado vikingo...

Nos quedamos unos minutos reflexionando en silencio. Veíamos los movimientos de los soldados desde la puerta de la tienda y escuchábamos los estruendos cada vez mas alejados en el mar. Hasta que no hubo más ruido de truenos. Entonces se escuchó cantar a nuestros hombres que gritaban de alegría y salimos para ver las banderas de rendición en la cubierta del Colossus, uno de los pocos navíos ingleses que aún tenía mástiles.

Rodeado por dos barcos franceses, el Revenge también se rendía ante los hombres del Formidable y del Neptune, que seguía a flote de milagro, ya que su porte estaba mas arruinado que el Algesiras.

El viejo buque de Magón se sostenía apoyado en el lecho marino cerca de la costa y solo se veía la cubierta superior y la toldilla. Pensamos que ese barco se merecía ser reflotado ya que gracias a su sacrificio, la escuadra de Collingwood quedó virtualmente descabezada al separar al Royal Sovereign y al Victory del resto. Pero pagó muy cara su gloria. Ahora no parecía el que había ganado la batalla. Solo los que veíamos como el Northumberland se hundía lentamente recordábamos la definición de victoria pírrica, nunca mejor aplicada para los marinos del Algesiras.

Dejé todo en manos de Murat que descansaba luego de su travesía y acompañado de Caffarelli y del irlandés Holt, marché hacia Dublín. El cambio de opinión se lo debía a la insistencia del jefe de caballería. En la costa se veía como los hombres de Marmont disponían de los prisioneros mientras que los marinos recomponían lo que quedaba de flota. Carpinteros, herreros, costureros, pintores, un ejército de artesanos mas que de soldados trabajaban rápidamente para salvaguardar la mayor cantidad de cascos primero, y ponerlos en condiciones de levantar anclas después.

Cuando me reuní con Holt y su grupo listos para tomar el camino hacia la capital irlandesa vi llegar a Dubourdieu que había desembarcado para verme.

-Mariscal, quería darle la noticia personalmente.

-Le escucho

-El almirante Lucas se encontró con la flota de Jervis al Norte de la isla. Eran muy pocos y los sorprendieron. Los almirantes Jervis y Popham fueron arrestados. Y Escocia ya está en manos de Lannes. Bernardotte viaja a Birmingham, y Lucas se encuentra en Liverpool esperando indicaciones.

-Perfecto. Veo que lo de Escocia fue rápido y limpio.

-No, mariscal. En Edimburgo encontraron la única resistencia fuerte de la campaña. Al parecer hubieron muchas bajas, pero al final lo lograron.

-Gracias Almirante. Nos veremos mañana en Dublín para retornar a Gran Bretaña. Disponga usted con Murat lo que necesite.

La mayor parte del camino lo hicimos sin hablar. Tanto Caffarelli como Bugeaud comprendían lo que significaba perder hombres en tierra extranjera y al parecer Holt también lo suponía porque acompañaba el duelo con su silencio. A pesar de que tal ves esta historia estuviera escrita así, y no era la mía, dolía ver como aquellos que estaban a nuestro lado de pronto no se les vería mas.

Cuando llegamos a Dublín la gente nos recibió como a héroes. Especialmente a Holt, al que dejamos que desfilase delante para darse un baño de masas. Desmontó frente al palacio donde le esperaba un grupo de hombres entre los que estaban Robert Emmet, Thomas Cloney, Samuel Neilson y Myles Byrne, todos ellos me fueron presentados luego del abrazo del general irlandés con su líder político.

Ya dentro del palacio, me trataron como si fuese el emperador. Hasta el propio capitán Dwyer se disculpó por la forma grosera de su comportamiento.

Luego de brindar por Irlanda y Francia, Emmet me apartó del grupo en un lado del salón y charlamos tranquilamente. Su francés era muy acentuado, pero se entendía. Me contó que había estado refugiado en París hasta hacía unos años y que había vuelto para recomenzar la rebelión del 98. Cuando supo que habíamos desembarcado en Inglaterra preparó varios alzamientos en diferentes condados seguro de la victoria francesa y de la suya.

-En pocos días las cuatro provincias estarán gobernadas por compatriotas, y esperarán un gobierno independiente de otra nación. Es por eso que me urge saber que podemos contar con ustedes. El Mariscal Murat me aseguró que seguimos teniendo un aliado en Francia para la libertad de Irlanda.

-En principio, se necesitará el consentimiento de París, pero no creo que el emperador se oponga, siempre apoyamos la libertad de los pueblos. En este momento el Mariscal Ney es el primer ministro de Gran Bretaña, y en cuanto vuestro gobierno se presente respaldado por una constitución y una legislatura que garantice la igualdad de los hombres, serán reconocidos como nación a la par de Francia. Solo pretendo acordar con usted dos condiciones importantes para asegurarnos el desarrollo pacífico de ambas naciones.

-Usted dirá…

-La primera, necesitamos por lo menos el control de un puerto sobre el Atlántico donde nuestra flota pueda maniobrar tanto para el comercio con Estados Unidos como para prevenir ataques en el Norte del Océano. La segunda es que reconoceremos y apoyaremos a la República de Irlanda con las islas y pertenencias que se encuentren en sus costas, pero no cederemos ninguna otra propiedad que esté más allá de los riscos.

-¿El puerto tendrá presencia inglesa?

-No, solo marinos franceses y, si lo desean, ustedes.

-¿Nos reconocerán las demás naciones europeas?

-Por supuesto. A través del comercio podremos abrir las puertas desde España hasta Prusia. Francia puede respaldar una actividad comercial que le vendrá muy bien a sus intereses.

-El general Lake se llevó las arcas con oro para enrolar mercenarios en Liverpool. Necesitaremos recuperarlo dado que es parte de nuestros impuestos y nos pertenece.

-Mandaré a investigar eso y lo devolveremos. ¿Qué me dice de mis condiciones?

Sonrió -No creo que tengamos problemas. Seguiremos en contacto. Ahora, Mariscal creo que será bueno que descanse, fue un día muy movido para todos.

Seguimos hablando de diferentes cosas, desde la batalla contra los ingleses hasta la batalla contra Collingwood. El almirante inglés estaba ahora en los calabozos del Neptune junto con Lake y Knox.

Se respiraba a fiesta en Dublín, y escuchamos los ruidos de festejos y borracheras hasta entrada la madrugada. Caffarelli ordenó la guardia del palacio ya que los irlandeses no estaban en condiciones de soportar tanto alcohol mientras que los nuestros no habían bebido por orden del general. Bugeaud había mandado notificaciones a Belfast diciéndole a Soult de mi parte que viniese a Dublín para volver a Inglaterra. Había decidido dejar todo en manos de Emmet cuando vi que los revolucionarios tenían casi todo controlado.

Antes de las 12 de la noche estaba cenado y acostado. No tenía cansancio físico, pero la tensión acumulada durante el combate naval me aplastó contra la almohada. Me quedé dormido escuchando a la gente cantar y reír. Irlanda era libre y nosotros por fin volveríamos a casa.

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