Capítulo XX

6 de Diciembre de 1805

XX
El cuaderno de Berthier
St. James


El oficial inglés apresado era un teniente de la guardia del príncipe. El confirmó la identidad del cuerpo del sucesor a la corona. Según su relato, en la segunda descarga de artillería, estaba justo en el lugar de impacto. Voló con casi toda su guardia. El teniente volvía de trasladar una orden al flanco Norte cuando se encontró con un grupo de civiles que solo quería irse de allí y decidió entregarse antes de ver morir a los campesinos, en especial uno de ellos que era hermano de su padre.

Con Bugeaud en la traducción nos enteramos que no había mucho respeto por el de la casa real, especialmente desde que huyó entregando a Moore en Epson. Y mas cuando el arrogante duque de Brunswick mandó a matar a aquel hombre que habíamos contactado, un peón de campo que estaba allí voluntariamente y no por la fuerza.

Le preguntamos qué sabía de las guarniciones que defendían la ciudad y del rey. También de los otros príncipes y del resto del gobierno. Nos contó que, según había oído, la cámara se refugiaba en Birmingham, el Rey George había huido hacia Suecia con su hijo Federico, duque de York y con sus hijas. Solo quedaba el príncipe William, su tercer hijo, al mando de las defensas en el Este. Pero él ya sabía del ataque de Bernardotte y Lannes.

Había escuchado los cañones, especialmente los de la armada. Ahora rogaba por su familia que estaba escondida en algún lugar que no supimos distinguir en el mapa.

Sebastiani y Ney se habían sumado al interrogatorio y el general le consultó por la situación del almirante Nelson y los otros altos mandos. Los generales que defendían la isla, además de los hijos del rey, eran Jervis, Whitelocke, Moore y Beresford. El primero no sabía donde estaba pero era parte del gobierno así que estaría con el señor Pitt, defendiendo Birmingham; Whitelocke y el almirante Gambier prisioneros en el puerto de Liverpool. A los otros dos ya los teníamos en Dover. De Nelson no había noticias y de los demás que estaban en las colonias; la India, África, etc.

-¿Whitelocke y Gambier Prisioneros?- preguntó Ney

-Si, debían defender Manchester y el puerto de Liverpool, pero Gambier se entregó casi sin resistencia. Dejó a Whitelocke solo ante el ataque francés.

Ney me miró entendiendo que la noticia del desembarco de Liverpool era verdad. Dejé al mariscal que siguiera con el interrogatorio. Rápidamente me llevé a Bugeaud afuera y le di instrucciones.

-Todo lo que acaba de ocurrir y decirnos este tipo lo tienen que saber Soult y Marmont. Mande correos de inmediato.

-Ya mismo parto hacia...

-No, usted no. Mande a otro.

Al cabo de unos 30 minutos más o menos estábamos en condiciones de continuar la marcha, pero esta vez Sebastiani se quedó con algunos soldados detrás mientras la infantería se dispersaba calle por calle, luchando aquí y allá, previendo al enemigo en cada esquina. Los disparos se escuchaban en forma aislada entre gritos constantes en ambos idiomas. Ney distribuyó a los infantes en pequeños grupos y detrás de ellos soldados que hablasen en inglés, voceando que se rindieran, que no pretendíamos hacer daño alguno a la población.

Yo marchaba detrás, a bastante distancia por lo que parecía una avenida o camino principal ya que era mas ancha. Los estruendos de la artillería se oían de frente a nosotros, cada vez más fuertes pero también cada vez mas espaciados. Eran los de Bernardotte y Lannes que ya llegaban a nuestras posiciones. Dejaron de oírse al llegar a un claro, una plaza frente al río. Allí me encontré a los infantes formados rodilla en tierra y apuntando al otro lado, hacia un palacio que estaba cerrado, pero desde sus ventanas se veían puntas de fusiles con bayonetas apuntándonos.

A mi derecha, no muy lejos se escuchó ruido y griterío propio de una batalla, habían tropas que cargaban y fusiles que disparaban en forma continua. De pronto se hizo un silencio mortal. Por un momento pensé que habíamos caído en una emboscada cuando vi que Sebastiani se acercaba cabalgando por la misma calle en que yo llegaba al parque.

-Ya está. Chelsea es nuestro. Los que defendían el puente salieron huyendo. Ese Bugeaud es bueno, solo le bastó un pelotón para tomar la posición con cañón inglés incluido. Ahora registran Wenminster e intentan establecer contacto con los hombres de Lannes.

Me arrodillé pegado a una pared y al esconderme pude apreciar el silencio. Era como si todos se hubieran callado para ver el acto final. Según nuestros planos estábamos frente a St. James, el palacio real. Al parecer ahí se había refugiado William, un príncipe que de golpe se había convertido en la única referencia de gobierno y resistencia de Inglaterra.

Al rato llegó Bugeaud con su grupo de descamisados soldados, contentos con el resultado de su trabajo.

-El general Suchet nos envió de vuelta. Quedó a cargo de la catedral y los puentes. De aquel lado ya está todo controlado. En la iglesia solo había unos cuantos monjes preocupados por los candelabros de oro. Del obispo ni noticias. Dicen que desde ayer no hay más nadie en el edificio.

-¿Sabe algo del frente Sur?

-Se pueden ver a los nuestros a la altura del tercer puente, donde está la Torre. Pero no teníamos banderas para señales, ni catalejos. Supongo que habrán visto que desaparecían los pabellones ingleses de esta parte.

A mi lado, con las manos atadas a la espalda, estaba el oficial inglés capturado. La idea de traerlo había sido de Sebastiani. Detrás de él, apuntando con su pistola, un cabo lo mantenía a raya. Aunque no era necesario. El prisionero se portaba bien. Solo quería a salvo a su familia. Al parecer, padre, madre, cuatro hermanos, esposa, dos hijos y alguna cuñada.

Un hombre, vestido de paisano se acercó a un soldado por el flanco izquierdo, y enseguida este señaló a Ney. El hombre, agachado detrás de las filas, se dirigió al Mariscal, quien luego de escucharlo lo envió hacia mi posición.

-Monsieur, vengo del flanco Norte. Allí Caffarelli contactó con los hombres de Drouet. Entre ambos generales limpiaron la zona. La mayoría de los soldados ingleses desaparecieron y la población está escondida en sus casas. La resistencia del Sur fue aplastada por el Mariscal Bernardotte. Están del otro lado del palacio esperando órdenes. Parece que William se refugió ahí dentro con su guardia.

Un cabo me pasó el catalejo señalando al otro lado del parque detrás del palacio. Observé como los soldados franceses se parapetaban detrás de algunas casas. Miré al correo y le respondí:

-Dígale a Bernardotte que si no se presenta batalla, que mantenga su posición. Que no se mueva hasta que nos escuche disparar a nosotros.

-Oui, Monsieur.

Con la misma rapidez con que llegó, se fue. Ney me miró intrigado y le hice señas de que esperase. Me acerqué a Bugeaud y señalando al prisionero le dije que traduzca:

-¿Quiere salvar a su familia?

-Si señor.

-De acuerdo. Irá al palacio y dirá que tiene un mensaje privado para el príncipe. Cuando esté ante él le dirá de mi parte que garantizo su seguridad y la de sus hombres. Cuéntele que su hermano esta muerto y ante esta situación solo reconozco a su majestad como Rey de Inglaterra. En caso de negarse no respondo del accionar de mis hombres sobre su persona. Si acepta, deberá hacer salir a su guardia totalmente desarmada ante mí y él mismo con ellos. ¿Lo ha comprendido?

-Si señor.

-Bien. Comience a caminar.

El soldado se incorporó y, con paso vacilante al principio, mas seguro después, caminó en línea recta al portal del edificio. Los hombres aguardaban expectantes. Bugeaud me preguntó

-¿Funcionará?

-Está solo, ya no tiene más que un puñado de hombres, lo abandonaron todos, hasta su familia.

-Funcionará

Lo vimos entrar y durante un buen rato no tuvimos ninguna señal enemiga. Los hombres empezaban a cansarse. Los animales piafaban y hasta el propio Ney se relajó al pie de su caballo. Escuché que el teniente reprimía una sonrisa y lo miré interrogando por su alegría:

-Es que el muchacho está convencido que usted es Napoleón Bonaparte, señor Mariscal.

-¿Y quien lo convenció de eso teniente?

Se puso rojo tratando de esconder la carcajada que le salía sola. Pero el primero en reír fue el cabo que escuchaba la conversación y de pronto, ante la mirada atónita de los demás, toda mi guardia y yo estábamos llorando de risa. A lo lejos Ney nos miraba sorprendido por la actitud de la (hasta ahora solemne) guardia imperial.

-Trate de que no se repita, teniente.

-Si Señor Mariscal.

Y explotamos de nuevo en carcajadas.

En eso, se abrieron las puertas del edificio y uno a uno, fueron saliendo unos sesenta o setenta hombres de casacas rojas. Todos con las manos en alto. El que marchaba delante portaba una bandera blanca, más bien un trapo que llevaba en sus manos sin mástil alguno.

El oficial prisionero ya no tenía las manos atadas a su espalda, y caminaba al lado de un hombre de aspecto joven que por la cantidad de medallas y su sombrero no dejaba dudas de su rango. Eran los únicos que no estaban armados, pero iban rodeados de otros 20 que mantenían sus fusiles en mano. Los soldados franceses se acercaron apuntando, cautelosos, rodeando al grupo enemigo que ante Ney hicieron una pequeña montaña de fusiles y sables. Nadie habló hasta que nos encontramos frente a frente el príncipe y yo. Y con un perfecto francés me saludó reconociéndome en el acto.

-¿Mariscal Berthier?

-Excelencia.

-¿Dónde está vuestro emperador?

-Resolviendo asuntos políticos en París.

-Ah, entonces se recuperó de la batalla. Creía que nuestro disparo había sido mas certero.

-¿Estaba usted en Epson?

-Si, era parte del comando que lideraba mi hermano George. Supongo que ante la falta de Bonaparte esta usted al mando...

-Así es. Sugiero que volvamos adentro. Espero no encontrar ninguna sorpresa desagradable.

-Por favor, Mariscal. Esta usted en su casa.

Dejé a Ney a cargo de todo mientras caminamos el príncipe y yo al palacio. La guardia se había adelantado y esperaba formada luego de revisar las instalaciones. Mientras los Mariscales se reencontraban y se saludaban noté que Bernardotte no era muy afecto a las órdenes de Ney, pero cumplía.

Ya dentro del palacio, nos quedamos en silencio mientras los sirvientes servían te.

Sebastiani y Bugeaud se me acercaron y le hice señas al primero para que se sentase con nosotros. Mientras presentaba sus saludos al joven William, el teniente me susurró al oído:

-Noticias de Soult: Whitelock se entregó, del rey no hay noticias. Las tropas de Dubourdieu están a cargo de Liverpool y Manchester. Los mariscales esperan órdenes en Birmingham.

-Que establezcan los mandos respectivos en la ciudad y que vengan a cenar con nosotros. Se sabe algo de ¿Marmont?

-Sigue en Bristol. Sin novedad.

-Bien. Envíele la misma invitación. Y libere al oficial inglés. Le di mi palabra, pero esta vez aclárele quien soy. Y dígale que hable con su familia y con la población, que no causen problemas y no habrá represalias.

-Si Señor Mariscal.

Al tiempo que se retiraba, entraron Lannes, Ney y Bernardotte. Se presentaron y se sentaron junto a los que ya estábamos. Automáticamente el sirviente sirvió te.

No hay comentarios:

Publicar un comentario