7 de Diciembre de 1805
XXIII
El cuaderno de Junot
Prisionero al mando
Me cagué en los muertos de todos los gabachos que conocía y que iba a conocer, pero no dije nada. Simplemente me puse serio y vi las órdenes firmadas por ese tal Bessieres. Parecía que Berthier no era el único “capo máximo” en esta historia. Igual estaba decidido a volverme a casa. Y se me ocurrió que esa misma noche. Le pregunté a Darú cuando viajaban a Inglaterra
-Esperamos que mañana mismo. La fragata zarpa en la madrugada.
-Bien, debo hacer un viaje a Amiens para dejar a Dufriche y volver. No sé si los veo así que preparen todo lo necesario y si tienen que decirme algo, háganlo ahora.
-Si- el que hablaba era Augereau –las órdenes de Bessieres son que usted no salga de Boulogne.
-Pero el mariscal no sabía lo de Dufriche, y las órdenes del emperador son tajantes.
-Dijo que él asumía las responsabilidades ante el emperador. Usted debe disponer de la guardia y de todo lo que el médico necesite para partir, pero que debe quedarse aquí. Sus últimas... “fugas”, Mariscal, tienen muy preocupado al gobierno. Y ya sabe que Bessieres no es muy amigo de ciertos vicios como las apuestas en el juego.
-Muy bien, ustedes preparen lo necesario para su viaje. Nos vemos luego.
No entendía nada, pero interpreté que este Junot era un ludópata o algo así. A eso se refería Napoleón cuando dijo a Berthier que yo le salía más caro que su familia. Por eso no me dejaban moverme solo. Alguien de mi guardia debía informar de cada paso que daba. Era como estar prisionero de los hombres que estaban bajo mi mando.
Llamé a Exelmans, el capitán que no se separaba de mí. El tipo parecía de confianza, era uno de los primeros de mi guardia en enterarse de la muerte del Sire y mantenía el secreto como el mejor.
-Exelmans, quiero que hable con toda confianza, necesito confiar plenamente en usted. No voy a tomar ninguna represalia por sus palabras ni contra usted ni contra nadie. Dígame capitán, ¿alguien le ordenó vigilarme de cerca e informar mis pasos sin que yo me enterara?
No se sorprendió ni se asustó ante la posibilidad de que tomara represalias. Es como si el tío estuviese esperando este momento y lo hubiese calculado, pensando cada palabra y cada gesto en su respuesta. Sin titubear y manteniendo una postura militar me expuso lo que yo me temía desde las palabras de Augereau
-Verá Mariscal Junot: cuando el Sire lo ascendió a General de División, yo fui ascendido a teniente de la infantería de reserva. El mariscal Bessieres entonces era General de Brigada y ya estaba entre los mandos de Bonaparte, y dada la amistad que trabaron entre ellos, el Sire tenía la mayor confianza en él, igual que en Berthier.
Fue por entonces cuando Bessieres me llamó a su despacho, y me destinaron a su guardia. Me preguntó si quería volver al frente de combate o prefería quedar bajo su mando como su secretario y capitán jefe de guardia. Obviamente le respondí que elegía la segunda opción. Entonces me aseguró el puesto, la carrera, y la educación de mis hijos. Lo hizo en nombre del Emperador. Pero a cambio yo debía custodiarle a usted, evitando a toda costa que no se dedicase mas a su pasatiempo… ya sabe, los dados, la ruleta… dijo que las órdenes venían directamente del Sire.
Debía informar cada paso suyo fuera de las campañas militares, especialmente en París, ya que usted no juega en otra parte. Así que me dediqué a esta tarea aunque debo reconocer que lo que interpreté no era un trabajo de policía ante nuestros superiores, sino mas bien lograr que usted no juegue, evitando que siga endeudándose.
Supongo que esta respuesta no le sentará muy bien pero dado que estoy directamente a su servicio se que tarde o temprano usted se enteraría de estos hechos, así que prefiero que si tiene que relevarme de mi puesto, que lo sepa de mi persona. Además comprenda Mariscal que ésta es una situación difícil para mí, dado que las órdenes vienen de donde vienen y…
-Tranquilo, capitán, entiendo su posición. ¿Hay algo mas que deba decirme?
-Sospecho que no soy el único. Hay muchos soldados de las diferentes guardias dedicados a “proteger” a los altos mandos de ciertos… pasatiempos. Y creo que son varios los que lo protegen a usted, pero desconozco quienes son.
-¿O sea que hasta que el Sire no volviese, yo no puedo ir a París?
-Si se acerca a París, Bessieres enseguida lo enviará a otra parte, y es probable que lo detenga si no cumple sus órdenes. El no sabe que Bonaparte ya no está al mando, y menos que la posición de medio ejército es apoyar a Berthier.
Por lo que sé entre mis pares no habría ningún problema entre ambos mariscales jefes, pero la situación aún no está definida y si se enterase sin la presencia del ministro de guerra no se lo que pasaría, pero pienso que ahora desobedecer a Bessieres no es lo mas conveniente. Si me permite una sugerencia, lo mejor sería acatar órdenes y esperar que ellos resuelvan la situación.
Despedí a Exelmans quien se fue mas tranquilo cuando lo felicité por su trabajo. Acto seguido mandé a llamar a Dufriche. Tenía que comunicarle las nuevas disposiciones para ver que idea se le ocurría al respecto. También le dije que viniese a Berthollet. Cuando estuvimos reunidos les expuse la situación.
-Señores, Augereau y Darú parten esta noche a Inglaterra para reunirse con las tropas de Berthier. Las órdenes de Bessieres en la capital son que no me mueva de Boulogne, la ciudad y el puerto están bajo mi mando, pero no puedo salir de ella, ni siquiera para acompañarlos a Amiens. Razón por la cual, Dufriche, usted deberá decidir la operación “Mal de Epson” sin mi presencia. Solo puedo ofrecerle una guardia que lo acompañe y se ponga a su disposición, pero acabo de enterarme de algo. Bessieres tiene soldados pagados para custodiarme, no quiere que me dedique al juego. Así que cada paso que haga será informado, y algunos de esos informantes estarán entre los que le acompañen, ya que no se como distinguirlos del resto.
Berthollet tomó la palabra
-Bueno, lo del juego no es novedad, Mariscal, sabemos que usted se estaba pasando de la raya en ese tema, y le vendrá muy bien alejarse un tiempo de ese vicio. Además, al menos que no le destinen de nuevo en Inglaterra, aquí gozará de cierta autonomía y poder de decisión, ya que como senador estoy encargado de cuidar los intereses del pueblo de Francia y custodiar los movimientos del ejército. Si esta orden está avalada por Lucien Bonaparte, mientras usted la cumpla, contará conmigo para lo que sea.
En cuanto a “Mal de Epson” tengo entendido que las decisiones dependen de usted, Mariscal, así que me gustaría saber cuales serían sus próximos pasos.
-Como dije antes, solo firmo y dispongo lo que al doctor Dufriche le parezca bien. Así lo acordamos con el doctor Larrey y el Mariscal Berthier.
-Entonces sugiero que cambiemos el lugar sin decir nada a nadie hasta que se defina la situación política. Será un secreto solo nuestro. ¿Cabe la posibilidad, doctor, de que nos quedemos aquí? Contaría usted con el apoyo del mando militar de Junot y el delegado político en mi persona.
Hasta ese momento Dufriche estaba mudo, meditando la situación y escuchando las propuestas. Pero cuando habló nos dimos cuenta que él ya había tomado la decisión antes que nosotros.
-Senador, necesitaré equipar una sala de trabajo. Habrá que traer implementos desde Amiens y París sin levantar sospechas.
Mariscal, necesitaré encontrar el lugar en la ciudad, de eso me encargaré yo personalmente, pero debe ser equipada de tal manera que tanto los médicos como los guardias vivan allí, y por supuesto los militares no deben tener acceso a la sala de operaciones. No quiero pedir nada a los sanitarios locales porque deben tener muy poco, y además no quiero que se entrometan en el trabajo. También hay que evitar que levante sospechas en otras plazas como Amiens o París mismo.
-Puedo solucionar eso- dijo Berthollet –Hablaré con Monge, es el actual vicepresidente del Senado, y no me negará lo necesario para dotar de un buen hospital a la ciudad como parte de una acción del ejército, digamos un legado que quiere dejarle el Mariscal Junot a la ciudad que vio partir a los ejércitos de la campaña de Inglaterra. Una vez que me de el visto bueno, no habrá problemas para obtener por parte de la Academia de Ciencias lo necesario.
Mariscal, usted debe poner a sus hombres a trabajar en la construcción de la sede. Eso será suficiente tapadera ante el gobierno y ante el pueblo de Boulogne. Necesitaré que me firme una orden para buscar el mejor emplazamiento del nosocomio.
-De acuerdo. Dicten las órdenes que crean necesarias, y yo las firmaré. Ahora me ocuparé de la partida de Augereau y Darú para quitarnos fisgones de encima y ver que dotación nos queda.
Cuando terminó la reunión, cada uno se fue por su lado para poner manos a la obra. Yo necesitaba pensar mis próximos pasos. La situación era bastante confusa porque todo cambiaba constantemente y sin que yo interviniera. Al principio del día, dejaba a Dufriche en Amiens y me iba a París, y de allí a mi casa. Ahora no me podía mover de aquí y encima custodiado.
Trataba de pensar en todo ésto mientras caminaba por la ciudad y veía como la guardia me rodeaba a distancia. Si no fuese por los uniformes se dirían que eran esos espías que aparecen en las películas inglesas. Estaban por todos lados, pero el más cercano era Exelmans que caminaba a unos tres metros detrás de mí. Cuando llegué al puerto, el capitán me convidó un tabaco que el mismo había liado. No dijimos nada. El tío tenía esa expresión de culpable desde que me había confesado su trabajo para Bessieres.
Decidí moverme de nuevo y me fui a los muelles de embarque. Ahí preparaban todo para trasladar las divisiones de Augereau, menos las que estaban en Praga que volvían para quedarse conmigo. Según un general de brigada que estaba a cargo de la operación de embarque, el Achille se había estacionado en Dunquerque y embarcaba el grueso de los efectivos. En esta fragata solo irían los altos mandos y poca cosa más. Partirían de madrugada, siempre atendiendo las condiciones de vientos y mareas.
Me volví al palacio de la plaza de armas donde estábamos alojados dispuesto a escribir una carta a Berthier para ponerlo al tanto de la situación.
Cuando llegué me esperaban unos soldados que traían notas de Berthollet y Dufriche. La primera era una petición que yo le hacía al senador para comenzar con el proyecto del hospital, autorizándolo a manejar presupuestos, pedidos, traslados y todo lo necesario para la obra.
La segunda autorizaba a Dufriche a tomar posesión de una casa en las cercanías para investigaciones militares, donde poder montar su enfermería hasta que el hospital estuviese en marcha. Como me daba su ubicación decidí ir a verla.
Esta casa estaba en los límites de la ciudad, cerca del camino a París. Era una finca, como un cortijo, de dos plantas que tenía unas barracas bastante grandes para guardar materiales y herramientas agrícolas. Estaba rodeada en un costado por un huerto que hacía tiempo se había descuidado al igual que el jardín delantero, lo que dejaba claro que el lugar hacía mucho que estaba deshabitado. Tenía unos corrales igualmente desolados detrás. Ahí me encontré con el doctor.
-La casa perteneció a un tal Debouche, un viejo dedicado al campo que dado su avanzada edad se trasladó a vivir con una de sus hijas en el centro de la ciudad. Murió hace dos años. La encontró uno de mis hombres. Ahora debemos hablar con esta señora para que la ceda a préstamo, pero si se niega, debemos expropiar o algo así. Y el ejército tiene autoridad para disponer de propiedades sin uso como barracas y cuarteles para los soldados.
-Exelmans, acompañe al doctor a ver a la propietaria.- Dije devolviendo la autorización a Dufriche –Espero que no tengan problemas. Mañana al amanecer, capitán, usted vendrá con un grupo de soldados y limpiará la casa y dispondrá las barracas para una guardia permanente. Nadie debe molestar al doctor y se hará todo lo que él diga. ¿Ha quedado claro?
-Si Mariscal.
Cuando me volví a mi despacho, envié la carta firmada de Berthollet y me puse a escribir la mía a Berthier. En ella le conté todo lo sucedido en Boulogne desde que llegué a la ciudad. Pero asegurándome de usar las palabras correctas sin delatar nuestra identidad, por si alguien la leía en el viaje. Cuando terminé ya había oscurecido y bajé al comedor para cenar. Allí los doctores me confirmaron que todo marchaba, y yo les dije que no comentaran nada del hospital por el momento. Augereau me preguntó como haríamos con lo de Amiens.
-Mañana nos abocaremos al tema, general. Hoy fue un día de muchas órdenes y será mejor tomar las decisiones con la mente fresca. Una vez que ustedes hayan partido, veré con cuantos efectivos dispongo en la ciudad y nos pondremos a trabajar en eso.
-Mariscal,- dijo Darú -le he preparado un informe sobre las disposiciones tomadas desde que estoy en Boulogne, con los nombres de los diferentes enlaces con París, Londres e inclusive con Brest por si necesitamos una ruta alternativa con la marina. Todo ésto está informado hace días a Bessieres igual que los efectivos y oficiales que nos acompañan en este viaje. Además el senador Berthollet también tiene copia de todas estas disposiciones.
-Si, no las he estudiado con profundidad pero confío en el buen hacer del general. Igual, no hay razones para creer lo contrario ya que es una base estacionaria, momentánea. Verá Mariscal que en estos días la situación de este puerto es muy tranquila.
-Por eso agradezco el llamado del Sire- interrumpió Augereau –es hora de movernos un poco. El Mariscal Junot estará de acuerdo que no hay nada peor para un soldado que quedarse quieto esperando a los acontecimientos. Nuestros hombres se desenvuelven mejor si están alertas con la dinámica militar.
Seguimos hablando tranquilos pero todos notamos la cara de Darú ante el comentario de Augereau. Al general no le gustaba mucho desprenderse de su cama caliente y su posición de gobernador militar para aparecer en el frente de combate, y eso provocaba sonrisas en los demás asistentes a la mesa.
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