9 de Diciembre de 1805
XXXII
El cuaderno de Berthier
Viaje de vuelta
Dicho esto, se fueron retirando bastante conformes, especialmente de volver a casa. Pero la preocupación de enfrentar a la Asamblea y al pueblo con la noticia del cadáver del emperador era la que mas pesaba. Mientras salían, Bernardotte hizo señas a Segur para que se quedara.
En cuanto la puerta se hubo cerrado, sin avisar el mariscal ordenó a Segur
-No sé como, pero dado los acontecimientos, quiero que en los próximos tres días Darú y Augereau estén vigilados. Es importante que se controle su correspondencia con Francia antes de que se adelanten a los acontecimientos. Especialmente Darú, no me gusta su actitud.
El general me miró y le asentí en silencio avalando la decisión de Bernardotte. Dicho ésto, Segur se retiró. Y los demás retomamos el tema de la sucesión al trono, especialmente como lo tomaría José Bonaparte
Ney -Si le decimos que el Sire dejó expresas órdenes al respecto no habrá mayor inconveniente, aunque no creo que sea un problema para el rey de Nápoles. Será difícil convencerlo de que abandone su reino y se haga cargo de la Asamblea…
Lannes –Será mas difícil aceptarlo para la Asamblea. Muchos ahí no lo quieren ver ni dibujado. Además no creo que el propio Lucien esté de acuerdo. Lo apoya porque es su hermano y por respeto Napoleón, pero no lo cree un gran administrador precisamente. Y ahora que falta el emperador, sus demostraciones serán mas difíciles de esconder. La tarea del próximo Sire será totalmente política y si bien ambos son legisladores la experiencia de Lucien en éste campo es altamente superior a la del Rey de Nápoles. No olvidemos que Lucien fue voz, cerebro y manos de Napoleón para la entronización y manejo político del imperio.
Ney –Si no reponemos a Fernando en el trono de España, tendremos problemas innecesarios. Creo que una buena sugerencia sería que José Bonaparte, por ejemplo, que es hermano del emperador, formase el gobierno en Madrid junto con el Rey. Digamos en lugar de Godoy. Así las cosas serían mas tranquilas. Por lo que el trono de Nápoles debería ser cambiado…
Soult -¿Por Eugenio de Beauharnais tal vez?
-Señores- interrumpí –Dejemos esas consideraciones para el futuro emperador. Solo espero que no haya un enfrentamiento entre hermanos, pero si lo hay, cuento con el apoyo de ustedes para... digamos... normalizar Francia si fuera necesario.
No se opuso ninguno. De hecho me pareció que ahora hasta Soult estaba de acuerdo con mi candidatura.
En la sala de mapas los hombres de Segur recogían todo para acompañar a Ney. Algunos copiaban disposiciones para Ganteaume y Soult. Estos dos ya habían partido. El Mariscal me había dejado copia del parte de guerra de Bernardotte y Lannes y su avance sobre Glasgow y Edimburgo para asentar la presencia francesa allí y cumplir las órdenes de Ney. Según los informes, los escoceses estaban listos para la batalla de Epson, pero nunca recibieron la orden de presentarse en Londres, hasta que fue demasiado tarde.
El puerto de Edimburgo se había rendido tras una oposición muy dura, por lo que la marina tomó represalias con los escoceses. Aunque de mala gana, las poblaciones se mantenían en orden. Si no se produjeron mas enfrentamientos fue por la condición respetada de no intervenir en la política local. Todo había sido informado por Lannes, y Ney le dijo a Soult que mantuviese este orden sin problemas.
A la mañana siguiente, luego de desayunar, Ney y yo acordamos los últimos puntos. Su principal tarea era formar el nuevo gobierno de Inglaterra y ganarse la confianza del Rey, lo cual sería necesario una vez que el Mariscal francés se retirase de Birmingham. Para ésto, Ney había decidido comunicar las noticias a Washington para que abriesen los puertos americanos al comercio.
También llevábamos las noticias a las diferentes colonias. Lucas debía organizar la comunicación y el nuevo estatus de Malta, el Egeo, Egipto y Siria, transportando de vuelta las tropas inglesas de esas colonias. Había decidido enviar a Dumanoir y su flota para que se hiciese cargo de la base naval de Sudáfrica y de la comunicación de todo en la India y Nueva Gales del Sur. Los nuevos gobernadores embarcarían en la Bahía de Tolón.
Alrededor de las 10 de la mañana nos despedimos y me dirigí al puerto acompañado de Sebastiani y parte de mi guardia. Mientras cabalgábamos en silencio observaba a la gente que nos miraba con cierto resquemor, pero ya no se escondía. Más bien escondían el miedo detrás de su orgullo.
Los rumores corren de prisa. Nuestros informantes nos habían puesto al tanto de la situación. William era la mejor opción de la familia, era el más respetado de sus hermanos. A George le temían desde la época en que fue regente del gobierno cuando faltaba su padre, y Federico era un buen tipo, pero un verdadero desastre con las finanzas. Las deudas acumuladas por el juego y los escándalos en los burdeles no eran nada comparado con las compras de voluntades en la cámara de los Lores. Solo su hermano mayor acudía en su ayuda pagando las cuentas, los demás no querían tener trato en el tema. William parecía ser aquel que reformaría un reino anticuado, y era en este momento el principal acierto a la vista del pueblo. Por lo demás, Ney tendría que hacer un trabajo muy fino para ganar voluntades, aunque nos conformábamos con que no tuviera problemas graves.
Antes del anochecer, nos despedimos y nos fuimos con el almirante Lucas, quien a bordo del Redoutable nos dio una pequeña introducción al mundo de la Marina de Guerra. Sus oficiales me hacían toda clase de reverencias militares. No estaba seguro si era en agradecimiento por los ascensos y apoyos a la marina, o por aquellas sospechas de que al faltar el Emperador yo ocuparía su lugar.
La mañana era seca, pero con nubes amenazantes. El cielo encapotado lo hacía más oscuro si cabía. Mientras la mayoría de soldados se embarcaban en Dover y Cardiff, algunas divisiones embarcaban con nosotros en Londres. Me acompañaban además del alto mando militar, los técnicos, incluyendo a Larrey, y la guardia bajo el mando de Sebastiani y Bugeaud. La reserva había sido distribuida en su totalidad, pero sus altos mandos estaban en manos de Bernardotte, quien me apoyaba en todo desde que recibió mi enhorabuena para su puesto en Suecia. Lucas estaba al mando de la escuadra, acompañado de Dubourdieu, mientras que Magón comandaba el traslado desde los otros puertos.
Comenzamos el embarque temprano para acomodarnos y comer ya que por las mareas no nos convenía partir hasta la tarde, lo que nos pondría en tierra francesa antes de oscurecer. Una vez en el buque me acomodé en un camarote parecido al del viaje de ida, pero esta vez solo me acompañaba Sebastiani.
Desde mi ojo de buey se veían los preparativos de la guardia acompañando a los prisioneros. Soult, al llegar a Manchester había entregado a Lucas la custodia de Whitelock quien lo encerró en la bodega del Redoutable en el puerto de Liverpool junto a William Pitt. Bugeaud viajaba en cubierta al mando de la guardia. Una vez acomodados Sebastiani me preguntó si montaba la mesa de campaña con los documentos.
-No General, descanse o disponga de su tiempo. Yo voy a leer un rato hasta la hora de comer.
-Bien señor, si necesita algo avise a la custodia, me encontrará con Bugeaud en cubierta.
Me dediqué a los escritos de Napoleón. Pero poco más de lo que había leído tenía importancia para el momento. Al parecer tenía un gran respeto por sus hermanos, pero convenía con nosotros que José no era más indicado que Lucien para su puesto. Tenía además planes para la hegemonía europea como una unificación de Italia y Nápoles, y otra similar con los principados de Alemania. Tenía en mente la creación de un reino del Rhin, el reino de Westfalia, bajo el mando de su hermano Jerónimo.
Dejé de leer y me dormité tratando de recordar el camino por donde había llegado para volver. Ciertamente tendría que escabullirme de la guardia en París y debía hacerlo antes de entrevistarme con nadie en el continente. Esto iba a ser un poco problemático, dado que con la imagen de un Mariscal Jefe de Estado Mayor, seguramente la guardia no me dejaría ni a sol ni a sombra. Además me preocupaba que Antonio Junot siguiera aquí. Debía prepararme para quedarme por si “las puertas del tiempo” estaban cerradas de alguna manera.
Me vestí para ir al comedor en cuanto me avisó el custodio de la puerta. Las heridas ya no me molestaban y apenas aparecían como un rasguño poco más abajo del hombro derecho. La de la frente casi ni se veía escondida tras una ceja.
En el comedor, Mariscales, Generales y Marinos nos acomodamos en una gran mesa. Este comedor se había montado en el despacho general del almirante, dejando a los oficiales y guardias las dependencias normales cercanas a la cocina.
La comida era abundante y siempre se agradecía un buen trozo de carne. También había pescado y pollo, todo hecho en forma de cocido con vegetales. Acompañado de vino francés y agua para quienes querían rebajarlo debido a la inestabilidad del barco. Esta ya provocaba suficientes mareos.
Se charlaba de cosas banales, sin mayor importancia, lo que indicaba un momento de relajación en el mando. Pero no fue así en el caso de Lucas quien, sentado a mi lado, me confirmó las noticias que había recibido durante la tarde de Dublín.
-Además de Collingwood, tenemos a Jervis y a Popham.
-¿Quién es ese Popham?
-Comodoro Sir Riggs Popham. No es precisamente una amenaza militar como Collingwood o Jervis, pero es un verdadero genio en cuestiones navales. Se estaba desempeñando como político en la cámara de los Lores, pero intentó huir cuando llegamos nosotros. Resulta ser que no se dirigió a Birmingham, se retiró directamente a Liverpool donde esperaba embarcar y se camufló entre los ciudadanos. Tomando un nombre falso, fue él quien parlamentó con el vicealmirante Dubourdieu para rendir la ciudad sin represalias a la gente. Ahora resulta ser que lo reconocieron y lo pusieron bajo custodia, para ser trasladado a París. Mariscal, cuando le decía que necesitamos hombres de mar adelantados que reformasen nuestra marina, me refería a hombres como Popham.
-Hábleme de Jervis.
-Es un excelente marino, pero muy pedante. Verá Mariscal, ese hombre es actualmente el primer Lord del almirantazgo, algo así como Decres en Francia o usted mismo. En la cámara de los Lores fue el que dijo que no negaba que nosotros lleguemos a Inglaterra pero que no lo haríamos por mar. Puso todo su empeño en ésto. Fue el Almirante que nos derrotó en San Vicente y estuvo a cargo del Mediterráneo antes que Nelson. De hecho estuvo en la batalla de Nilo después del bloqueo de Tolón, donde el Sire ascendió a General. También estuvo en la India y nos quitó las islas francesas del Pacífico.
-¿Donde están ahora?
-Mandé a que acondicionen los calabozos como camarotes vigilados y están allí comiendo lo mismo que nosotros. De hecho no les negué ninguna atención. Les acompañan otros siete entre capitanes y oficiales. El trato es de aliados, pero custodiados como prisioneros.
-Bien. Cuando terminemos la comida me gustaría que nos reunamos para tomar una copa, como algo informal. Si quiere puede invitar a sus oficiales. Yo estaré acompañado por Marmont y quien quiera quedarse. El objetivo es integrarlos, hacerles saber que estarán un tiempo en Francia pero que se los tratará como aliados. Quiero darles la oportunidad de fomentar esta alianza e inclusive si quieren, que trasladen a sus familias. Pero que nos ayuden a conseguir a los que nos faltan. La reunión puede ser aquí mismo.
-Así se hará, Mariscal.
Marmont ya estaba al tanto cuando los marinos ingleses se presentaron en el salón. Lucas había dispuesto la sala como la tenía al principio, es decir como un despacho y escritorio de trabajo, quitando la mesa y reordenando las sillas en corro donde no hubiese nada que se interpusiera. Tenía también una pequeña mesita auxiliar donde se habían dispuesto varias botellas de licores franceses, ingleses y algunas melazas dulces que el almirante había conseguido en diversos lugares según sus diferentes destinos. A las banderas Francesas de la revolución y del Imperio bonapartista se sumó un pabellón Inglés y otro que representaba a la Real Marina Británica. Estos dos estaban al lado de los primeros. Todo había sido dispuesto para demostrar nuestra buena voluntad y hospitalidad.
Mientras tuviese lugar la conversación, un grupo de soldados reacondicionaría los calabozos quitando las puertas de rejas, convirtiendo esos sótanos en un amplio despacho-dormitorio para la mejor estancia de los pasajeros. También se mejorarían los catres y se llevarían dos escritorios y los implementos necesarios por si alguno quisiese trabajar durante la travesía.
Además de Marmont y Lucas, me acompañaban Dubourdieu, Lannes, Bernardotte y Sebastiani. Ellos eran nueve en total. En el momento de las presentaciones ese Jervis se mostró muy amable y educado, pero me dio la sensación de ser un tipo muy traicionero, muy poco fiable, y entendí que nos traería problemas.
Popham, por el contrario, enseguida mostró su sonrisa de comerciante nato y diplomático estratega. Su peligro estaba en que sabía esconder sus pensamientos tras una cara de tonto muy bien ensayada. El almirante Gambier era básicamente correcto y poco mas. Siempre con cara de prócer en el cuadro. Les acompañaban los capitanes James Wrigth y Frederick Maitland. El primero era el comandante del Temeraire, el segundo el que se rindió finalmente en el Colossus.
Había otros oficiales de menor rango, pero Collingwood no había aceptado la invitación. Nos habían dicho que volaba de fiebre, lo cual confirmaría Larrey mas tarde, aunque nada serio, solo las inclemencias del tiempo.
Mientras hablábamos de cosas menos importantes que el tiempo bebíamos cognac, brandy y whisky. Todos conversaban animadamente, la mayoría sentados pero algunos de pie. En un rincón Lucas y Maitland hablaban en forma mas seria y una mirada del almirante me decía que estaba trabajando más que de charla informal.
Al rato nos servíamos la segunda copa cuando Dubourdieu y yo nos quedamos en un aparte charlando con los jefes del almirantazgo inglés. En ese momento nos dimos cuenta que no conocían el nuevo estatus de Inglaterra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario