7 de Diciembre de 1805
XXII
El cuaderno de Junot
Mal de Epson
Para las 10 de la mañana estábamos en Dover de nuevo. No habíamos pasado por Hastings tal como me había recomendado la avanzada que iba viendo el camino delante de nosotros para evitar problemas. Al llegar nos recibieron listos porque esta avanzada ya había avisado, así que los prisioneros fueron puestos en custodia en una fragata que flotaba entre grandes navíos. Al mismo tiempo se embarcaron los médicos con los féretros. Total que enseguida nos habíamos quitado las preocupaciones de la carga.
Nos sentamos a almorzar con el capitán Berrenger y el doctor Dufriche en cuanto volvieron a partir los hombres del regimiento de Sebastiani. Desde el primer momento, el médico dejó en claro el tema de los cadáveres, así que no hubo inconvenientes ni fisgones, nadie se acercaba. Y los enfermeros no se separaban de los cajones ni para ir a mear.
Berrenger informó que por una cuestión de mareas no podríamos partir hasta el siguiente día, por lo que decidimos descansar. Hasta ese momento todo parecía normal. Entre que me consideraban loco, me habían ascendido a Mariscal y era edecán de Berthier, nadie me incomodaba. Y yo hacía lo mismo, dejaba que Berrenger dispusiese como jefe de la base, Dufriche a lo suyo y me dedicaba a mirar y estar calladito. Salvo por la llegada del jefe de la flota, Magón, el resto del día no sucedió nada especial.
En la cena, Magón y Berrenger se entretuvieron charlando con los generales prisioneros mientras Dufriche y yo nos manteníamos en silencio. Solo cuando estuvimos a solas hablamos sobre como nos moveríamos en Francia hasta llegar al hospital de Amiens y me fui a descansar a la fragata Martin, el barco que nos llevaría al continente. Junto conmigo, la guardia llevaba también a Moore y a Beresford, los mandos ingleses a los que no volvería a ver hasta el otro día.
Desayunamos como siempre temprano, cuando el capitán Touchet avisó que partiríamos a eso de las 10. Los marinos cargaban pertrechos y correos de las tropas bajo la fina lluvia que nos había acompañado en toda la campaña. Aunque el frío no se sentía tanto, lo que molestaba era el fuerte viento que los marineros agradecían ya que era el combustible de las naves. Mientras terminaban los preparativos le escribí una carta a Berthier informando de los pasos seguidos hasta ahora. Más que nada para que estuviese al tanto de todo por si fallaba algo.
Con respecto a las órdenes no había inconvenientes. Ya estaba acostumbrado a tratar con los soldados, era fácil, no tenía que dar voces ni nada eso, solo pedir muy serio y se cumplía. Igual no pedía grandes cosas y ellos siempre estaban al tanto de lo necesario. Donde iba yo allí estaban ellos con comida, caballo, arcones de implementos, ropa, y escritorio con lo necesario para trabajar. Y por supuesto café y cognac, cosas que no faltaban nunca.
Antes de las 10 de la mañana levamos anclas. No sé si por que era directo o por la comida que me entretuvo, pero el viaje me pareció cortísimo. Llegamos a Boulogne y a las dos de la tarde estábamos todos desembarcados. Allí nos esperaba Darú quien ya sabía que estábamos de regreso por un aviso de la marina en cuanto se avistó tierra.
El general me saludó cortésmente, pero era muy serio. Un tipo que no me gustaba en su forma de ser. Muy seco, no solo con sus superiores sino también con sus soldados. Era un enano agrandado que se la daba de jefe porque trabajaba con el petit cabrón. Je, si supieses que está muerto se te pasaría toda la cabronada. Es mas, mira la cartita y entérate que ahora soy mariscal, Ma-ris-cal. ¿Ta clarito, no?
-Bienvenido a casa, mariscal. ¿Cómo fue todo por allí?
-Buenooo!, movido, general. Pero lo peor ya pasó. Las defensas de los ingleses quedaron desmanteladas, y las tropas siguen camino a Londres. Nos acompañan los Generales Moore y Beresford. Los que fueron derrotados en Epson. No creo que tarden mucho en volver nuestros hombres.
-¿Y el Sire?
-Bien, bien. Bueno, como siempre, usted ya lo conoce. Además de los prisioneros que quedan bajo su custodia hasta nuevo aviso, el doctor Dufriche viene con un encargo muy especial. Parece que encontraron una enfermedad bastante mala.
-¿A sí?- preguntó preocupado mientras caminábamos hacia la ciudad.
-Malísima, y muy contagiosa. El emperador tiene miedo de que afecte a toda la tropa. Así que el doctor trae unos cadáveres para estudiarlos en Amiens. Y yo tengo que custodiarlo hasta allí, porque nadie se puede acercar a ellos. Es muy peligroso.
-Entiendo. ¿Pero no ha dicho nada el Emperador de lo del Rhin?
-¿Del Rhin?
-Al parecer hay una concentración de tropas rusas y austríacas en Praga. Pudiera ser que están preparándose para marchar sobre Francia. El gobernador Lucien Bonaparte dio visto bueno a Bessieres para que disponga de los efectivos que tuviese a mano, y el Mariscal mandó a Davout y Oudinot para detenerlos antes de que Prusia se decante por la nueva alianza. Le ordenó al general Augereau que movilizase tropas para frenar esta invasión, así que el general Morlot partió hace dos días para Westfalia donde se unió a las tropas de Davout. Se llevó con él al grueso de las divisiones que esperaban acantonadas aquí. Informé por carta de todo esto al emperador, me extraña que no lo supiera.
-Yo partí de Epson ayer a la mañana, quizás su carta se cruzó con mi viaje.
Me miró extrañado y sentí que dudaba de mí. Así que puse en práctica lo que había aprendido de Berthier para no dar derecho a réplica
-Bueno, gracias por el informe. Ahora descansaré hasta que Dufriche este listo para seguir viaje a Amiens. Yo luego debo llegar a París.
-Bien mariscal.- ahí terminó la charla.
En cuanto me dejó a solas le envié un recado a Dufriche diciendo que no quería perder tiempo, no confiaba en Darú, ese tipo nos traería problemas. Y yo quería irme a mi casa lo antes posible y sacarme esto de encima. El médico respondió que estaba de acuerdo, pero que quería encontrar a un químico amigo suyo que estaba en la ciudad, un hombre de confianza llamado Berthollet, otro de los que habían estado en Egipto con Napoleón y que había estudiado medicina en Italia. A eso de las cuatro se presentó en mi habitación y me explicó.
-Verá, Mariscal, Claude Berthollet es más que un médico. Este hombre es un científico químico especializado en el estudio de ciertos elementos muy necesarios para nuestro trabajo, especialmente en taxidermia. Además es Senador desde hace un año, con lo cual será una autoridad política que estará de nuestro lado si tenemos problemas en París. Recuerde que ahora tendremos que hacer frente a la reacción de la Asamblea en cuanto sepan que falta el Sire.
-¿Pero no esperaremos a los demás para avisar de su muerte? Se supone que esta es una operación secreta, ese hombre no debe enterarse de...-
-Tranquilo, Mariscal. Yo también pensé lo mismo, pero el doctor Larrey me encomendó que lo contactase ya que es de mucha confianza. Eso unido a que puede trabajar conmigo en los cuerpos y protegernos políticamente hará que tengamos la tranquilidad necesaria.
-Entonces lo va a embalsamar
-En realidad debo esperar por lo menos hasta el día 10 para ver si no recibo otra orden, pero todo queda sujeto al estado del cuerpo, y tanto Larrey como Berthier saben que no tenemos mucho tiempo. La descomposición se puede retrasar como mucho 48 horas, y eso será mañana. Por eso quiero llegar hoy mismo y contar con el mejor cuerpo médico para solucionar esto lo antes posible. Prefiero que a la hora de presentarlo en París, se lo vea como el emperador que fue, y no como una masa de carne en estado de putrefacción. Aprovecharemos para estudiar sus órganos en aras de la ciencia, cerebro, corazón, sus dolencias estomacales… cada órgano es mas conservable por separado que en el cuerpo. Mariscal, ruego que me deje hacer, asumiré toda la responsabilidad, y si quiere lo hago ahora mismo por escrito.
El tipo me parecía confiable, y a mí me daba igual. Total Napoleón ya estaba muerto. Cuando entró el guardia con el café y el bendito cognac le di la orden de buscar a Berthollet para que se presentase, que tenía saludos de Larrey y quería dárselos personalmente. Que si era posible, dado el poco tiempo que estaríamos en Boulogne, se acercase para tomar una copa con nosotros.
Cuando llegó ese tipo, Dufriche se alegró en verlo y comenzaron hablando de recuerdos compartidos. Por lo que supe, Berthollet había hecho estudios sobre el hipoclorito de sodio, lo cual no me decía nada, hasta que por lo que me contaron deduje que el doctor había descubierto el cloro. Aunque solo la usaba como decolorante para los tejidos. Pero ahora resulta que, al seguir investigando, descubrieron que también servía para matar bacterias y virus, o sea que desinfectaba. Me tuve que morder la lengua pensando que yo podría quedar como un gran inventor en Francia, en aquella época, si le dibujaba un auto, o un avión. Es mas, con solo encontrar un poquito de detergente bastaba para ser una celebridad. Si a este por un chorro de amoníaco lo nombraron senador y era una eminencia…
En poco tiempo, Dufriche puso al tanto a su colega de todo lo que había ocurrido. El senador se entristeció mucho por la pérdida del emperador, al parecer lo estimaban ya que desde la campaña de Egipto Napoleón le había dado rienda suelta a todo lo que sea científico, muchos presupuestos para la investigación y las artes también. Había creado escuelas de ingeniería y medicina, y hasta una Academia de Ciencias donde todos estos tipos se juntaban para hablar de sus descubrimientos y seguir investigando.
Cuando le dijimos que Berthier estaba al mando y que mantendría el orden de Bonaparte, se tranquilizó. Comprendió enseguida que el caso era crítico y debía seguir oculto hasta la vuelta del ejército.
-Lo de la enfermedad contagiosa es una excelente idea. Me encargaré de los presupuestos necesarios para su supuesta investigación, y conozco un lugar en Amiens donde trabajaremos sin molestias. Espero doctor que me deje participar activamente.
-Por supuesto senador, lo he mandado a llamar ya que sus avances en química pueden ser de gran ayuda para mantener los cuerpos. Quiero presentarlos con la presencia del caso. No solo el de Bonaparte, sino también al general Le Blond. Y pretendo que estén listos para cuando el Mariscal Berthier regrese de Inglaterra.
-¿Cuando cree usted que será eso?
-Según el doctor Larrey, no deberían tardar más de seis días en volver. A más tardar el 12 estarán aquí. Pero yo creo que antes. Las tropas de Moore prácticamente fueron aniquiladas. Si la marina no interviene, pronto caerá Londres y a partir de eso todo será más fácil. ¿Qué piensa usted, Mariscal?
-Eh, sí, no creo que tarden mucho, será cuestión de días. Nuestro ejército demostró su superioridad de fuerzas y creemos que las defensas de Inglaterra fueron aplastadas en Epson, y de allí a Londres, por lo que pude ver, hay un paso. De hecho apostaría que ya están allí.
Mientras terminaba la charla, entró un soldado de la guardia que me informó que Darú quería hablar conmigo. Dejé a los científicos terminando de discutir los últimos detalles de la operación que Dufriche había denominado “Mal de Epson” y me retiré a los despachos de Darú. Ahí estaba el general acompañado de Augereau quien me recibió con un abrazo
-Mariscal, lo felicito por la campaña y por el ascenso, una disposición que el Sire le debía desde hace tiempo.
-Gracias. ¿Díganme señores, en que puedo ayudarles?
-Hemos recibido comunicaciones que usted debería saber.- intervino Darú –Primero lo de Alemania.
-Sí, bueno, al parecer el general Davout llegó justo a tiempo para detener un enfrentamiento con los austríacos. Fue muy astuto al comprometer a Prusia a mantener las alianzas firmadas con Francia exigiendo que su ejército marche al lado de nuestras Águilas. Al ver esta posición, los austríacos quedaron en desventaja y se inventaron la reunión militar como unas maniobras de práctica con el ejército ruso para trabajar en conjunto ante un supuesto problema con los turcos. En fin, que cada uno se fue a su casa y nuestros muchachos vuelven hacia aquí. Nuestra alianza con Prusia está mas reforzada, los austríacos no saben como actuar y los rusos tampoco, dado que no hay apoyo inglés. El mariscal Bessieres hizo saber que la invasión a Gran Bretaña fue todo un éxito, y ésto aún desconcierta a algunas naciones.
Augereau dejó que Darú siguiera con la otra comunicación.
-Cuando usted llegó, informé a Bessieres por carta dos cosas: la primera la misión que usted traía y la segunda un llamado del Sire para que Augereau y yo nos traslademos a Birmingham con las divisiones que quedaron de reserva en Boulogne. Yo no sabía como estaban las cosas en Prusia así que esperaba órdenes desde París. Pero cuando pensaba que recibiría una carta volvió el general Augereau con la respuesta. Bessieres dice que le pase el mando a usted de todo Boulogne y que partamos de inmediato a ver al Sire.
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