Capítulo XXXVII

11 de Diciembre de 1805

XXXVII
El Cuaderno de Junot
Granada


No podíamos dormir en el viaje. Aún me dolía el cuerpo por el traqueteo de ida y ya estaba de nuevo en un carromato de esos saltando baches por los bosques de Francia. La ruta era distinta, y esta vez no hubo paradas.

Le pregunté a Diego que plan tenía para escaparnos de la guardia o si pensaba ver a ese Bessieres en el palacio. Por supuesto confiaba en él, pero se había tomado tan en serio su papel de Mariscal que no me extrañaba que quisiese conocer a todo el mundo en París. Yo ya lo entendía porque también había probado eso en Boulogne, al quedar como autoridad militar local. Pero ahora solo podía pensar en la cara de mi madre preguntándome donde coño había estado durante los últimos diez días.

Y qué le iba a decir, “no mamá, no estuve borracho de juerga, lo que ha pasado es que el petit cabrón me pidió ayuda para saltar el charco y calentarles el culo a los guiris. Así que me fui de marcha a Londres y en cuanto se terminó me volví para aquí. Igual me llaman de nuevo, o Cristóbal Colón para ayudarlo a descubrir América…”

Le comenté a Diego lo que estaba pensando y le causó mucha gracia.

-Eso es bueno, porque quiere decir que estás seguro de salir de acá esta noche. Pero yo que vos me preocuparía por saber que harás conmigo si los dos llegamos a Granada, o como te vas a sentir si llegamos a Buenos Aires. No te olvides de ese pequeño detalle de las diferencias de nuestros tiempos y lugares. Yo a mis viejos les pienso decir la verdad, si no me creen (que es lo mas probable), a lo sumo me harán un chequeo médico para saber que droga me tomé y nada mas. Basta con dejar claro que no recuerdo otra cosa.

-Yo si hago algo así, me encierran en un manicomio, macho. ¿No has pensado que ya debemos figurar en todas las comisarías y hospitales de la ciudad?

-Si, ¿y qué? A ver, ¿Cuántos años tenés?

-18

-Ok. Te van a someter a un montón de preguntas y análisis. No te van a creer, pero no pueden hacerte otra cosa. Tuviste una laguna mental y de pronto, recobraste la cabeza y volviste a casa. No puede ser peor que marchar a Inglaterra con Napoleón Bonaparte, ¿o sí?

El tío no estaba muy errado. En menos de un año esto estaría mezclado entre historiales médicos. Yo debía dedicarme a estudiar y a olvidarme de este asunto. Pero no iba a ser fácil. Y pensé también en la posibilidad de que cada uno volviese a lugar de origen.

-Y tu ¿Qué edad tienes?

-En Abril voy a cumplir 15. Yo lo tengo más fácil si vuelvo a mi ciudad porque soy menor de edad. No me van a tener tanto entre comisarías, mas bien será entre hospitales. Pero ya se pasará.

-O sea que cuando yo llegue a mi época, tú tendrás unos 40 años más o menos. Podríamos mandarnos un mail para ver como nos ha ido, en caso de que nos separemos.

-¿Mandarnos que?

-Un correo electrónico, un mail.

-¿Qué es eso?

-¡Joder tío! ¿Es que no hay internet en tu país?

-Si lo hay no me lo presentaron. Esos serán inventos de tus tiempos. A mi me faltan 20 años para llegar al 2000. En mi época andamos con autos a ruedas, no vuelan por las calles ni nos vamos de vacaciones a Saturno. Lo más parecido a tu época lo vi en el cine, se llama “La Guerra de las Galaxias”.

-Vale, vale, tío. Es que no me entero de lo que se inventó en tu tiempo y lo que no. Mira, hay unas máquinas que se llaman ordenadores, Personal Computer en inglés, la inventaron los yanquis y todos tienen una. Es como un televisor con un teclado. Con eso puedes escribir cartas y mandarlas a otro en el momento. Inclusive puedes hablar con un tipo en la otra punta del planeta viéndose las caras, eso se llama chatear. Al envío de cartas le llaman Mail, o correo electrónico. ¿Me sigues?

-Lo más parecido a eso que conozco es la calculadora que llevo al colegio. Pero bueno, no hay nada de eso en mi época. Se que están haciendo cosas con máquinas nuevas, pero no se mucho. Solo lo que sale en los diarios.

-Bueno, no importa. Tu dame tu nombre y apellido completo, yo te buscaré en Facebook. Lo importante es que cuando llegues al año 2008 estés allí.

-¿Y eso dónde queda?

-A medida que pase el tiempo, los ordenadores irán evolucionando. Entonces te enterarás de cada cosa y sabrás de qué estoy hablando. Cuando llegue el momento, recuerda abrir tu cuenta con tu nombre completo, tal cual me lo das en este momento.

-Pará, pará, ¿De qué cuenta estamos hablando?

-Nada tío, déjalo estar. Tu solo dame tu nombre completo...

Diego estaba cada vez más confuso. Debían pasar casi treinta años para que entendiese todo lo que le esperaba. Comprendí con qué velocidad se había desarrollado la informática y los avances que disponíamos en mis días...

Llegamos a París a eso de las cinco de la tarde. Un tiempo récord. No habíamos parado más que diez minutos para mear. A medida que nos metíamos en la ciudad, la línea de casas se iba haciendo más continua hasta que entramos en zona urbana. El teniente Bugeaud detuvo la marcha en una plazoleta donde no había gente y se asomó por la ventanilla.

-Señor Mariscal, ¿Vamos directamente al palacio o prefiere pasar por otro lado antes?

-Nosotros vamos a la plaza central, la del mercado… ¿Cómo se llama?

-¿Luxemburgo?

-Si, esa. Esperaremos ahí haciendo unas gestiones privadas. Usted y dos de sus hombres irán al palacio. Se presentarán ante el Mariscal Bessieres y le dirá que estaré con él en unas dos horas. Que necesito que me atienda en secreto. Que traigo noticias del frente.

-Bien señor Mariscal.

Enseguida nos pusimos en movimiento de nuevo. Vimos por la ventanilla como el teniente se alejaba con sus hombres por una de las calles rumbo al palacio de Las Tullerías mientras nosotros nos mezclábamos entre las calles mas ruidosas, pero esquivando la zona de los palacios oficiales donde los políticos y la clase dirigente nos podía reconocer.

Al llegar a un callejón, Diego reconoció la calle e hizo para el carro. Le dijo al cochero que le esperase. El tipo protestó cortésmente porque creía peligroso dejarnos sin guardia por las calles de la ciudad a lo que respondimos que no era necesario, ya que así pasaríamos más desapercibidos.

Cubiertos totalmente con las capas para esconder los uniformes comenzamos a caminar por las callejuelas.

-Tío ¿No era mejor que nos acercase directamente a la rotonda esa?

-No porque no sé donde estamos. Cuando el teniente dijo Luxemburgo le respondí que sí, pero no tengo idea de cómo se llama esa plaza, así que ahora nos toca encontrarla como sea. Sino, dentro de dos horas tendremos que estar en Las Tullerías para hablar con Bessieres. ¿Te acordás algo de este barrio?

-No, nada.

Seguimos caminando hasta llegar a la plaza de Luxemburgo, que era una entrada a unos jardines gigantescos. Decidimos pasarlos de largo hasta que llegamos a un café en una esquina y nos paramos en la puerta. Observábamos a la gente, especialmente a las mujeres para ver de donde venían las que traían cosas compradas recientemente. Un tipo pasó con un canasto lleno de velas voceando la mercancía, y decidí preguntarle.

-Oiga, ¿Usted no tiene un puesto en el mercado de una plaza?

-Es mi jefe, está en la plaza de los inválidos, donde está el hotel- dijo señalando la dirección, mas allá de donde veníamos nosotros.

-Gracias

Desandamos el camino y volvimos a ver al cochero esperando al pié de los caballos. Seguimos sin que nos viese hasta un grupo de callejuelas donde me había perdido cuando llegué. Entonces la vimos. Era la rotonda tal cual la recordábamos, solo que ahora no había tanta gente. Estaba anocheciendo en París y los tenderos recogían la mercadería mientras atendían a unos pocos clientes rezagados.

Nos paramos en el medio de la calle tratando de recordar bien por donde vinimos y entonces los dos señalamos la dirección correcta, pero a distintos lugares.

-Yo llegué por allá- me dijo él.

-Y yo por aquella calle- respondí mostrándole otra esquina. –Bueno, aquí nos separamos. ¿Algo más que ordenar, Mariscal?

Me sonrió. Observamos el lugar como si quisiésemos llevarnos el recuerdo en una foto mental.

-Cuídese, mariscal Junot. Espero no volver a verlo en estas circunstancias.

Nos dimos un abrazo y sin decir nada cada uno cogió el camino de vuelta a su casa. Yo más que andar, casi corría. Cada tanto miraba atrás para ver si alguien me seguía, pero por suerte todo salió bien.

Al rato de caminar me di cuenta que el cielo se estaba despejando y hasta un rayo de sol se filtró por entre las nubes. La calle seguía siendo de tierra pero las casas cambiaban. Los portales se veían más modernos lo cual alegró mi alma porque significaba que ya estaba cerca. Y tanto. En una esquina, cuando la calle ya era de asfalto, me encontré con un grupo de chicos que parecían ir a la universidad. Entre ellos estaba mi hermano que ni bien me vio me dijo:

-Eh, Antoñito, ¿De donde vienes? Tú tendrías que estar en el instituto macho.

-Eeeee, sí, ¿que fecha es hoy?

-Primero de Diciembre. No digas nada, seguro que te escaqueaste de algún examen, vale, pero si se enteran en casa yo no se nada, ¿de acuerdo?

-Lo que tú digas, tío. Lo que tú digas…

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