Capítulo XXVIII

7 de Diciembre de 1805

XXVIII
El cuaderno de Berthier
Los hombres de Holt


Una vez que se hubo retirado el marino, llegó Bugeaud junto a un par de hombres que traían un arcón, al parecer, único equipaje que me acompañaba. Desde hacía tiempo los soldados de la guardia, mis edecanes, se ocupaban de las cosas que yo necesitaría o no. Nadie consultaba nada, parecían decidir ellos en que momento las usaría o cuando me cambiaría de uniforme, etc. Pero lo mismo pasaba con los demás jefes así que no quise meterme en el tema, no vaya a ser que cometiese errores que me delatasen.

También traían una mesa plegable que se armó en un lateral de la tienda donde se colocaron unos vasos y una botella de cognac. Eso no faltaba jamás y debo decir gracias a Dios, ya que combatía muy bien las inclemencias del tiempo a riesgo de convertirme en alcohólico.

El teniente me avisó que habían llegado los ingleses y esta vez fue Marmont quien recibió a Knox dándome una muestra de total hipocresía militar que, al parecer, era natural en estos tiempos. Se me ocurrió que ese tipo de diplomacia también se estudiaba en la academia.

-Comodoro, lamentamos recibirle en condiciones tan espartanas, pero a ésto es lo que nos obligan usted y sus camaradas de armas. Permítame presentarle a nuestro comandante, el mariscal Louis Berthier.

-Un placer conocerle, mariscal, aunque sea en estas condiciones. Por lo espartano no os preocupéis, es parte de nuestro trabajo. ¿Como está el Sire? Tengo entendido que recibió una descarga en Epson.

-Bien. Una leve renguera que le dejará unas semanas sin montar pero nada grave. Lo que mas le molestó es tener que abandonar momentáneamente la campaña por asuntos políticos en París. Pero lo tendremos de vuelta de un momento a otro. En cuanto a las comodidades será lo de menos en cuanto estemos embarcados de regreso. Allí podremos hablar tranquilamente y supongo que contaremos además con la presencia del almirante Jervis.

-Ya. Pero el caso es que el Almirante Jervis no está en Irlanda, y no sé exactamente donde está ni qué hace. -A pesar de su aplomo y su sonrisa, parecía avergonzado por mentirme tan descaradamente.

-No se preocupe, comodoro, El mariscal Murat ya está charlando con el General Lake y se pondrán en contacto con el jefe del almirantazgo, y en cuanto llegue Collingwood podremos reunirnos todos. Ahora tenemos poco tiempo así que seré directo en los dos puntos que me preocupan...

Desde que se nombró a Jervis, dejamos de lado nuestras malas pronunciaciones de lenguas extranjeras y Bugeaud pasó a ser el traductor de la reunión. Le pedí que me pasase las cartas firmadas por el rey.

-En primer lugar informarle de la situación política y militar de nuestras naciones. Aunque no lo parezca, desde hace dos días la guerra está terminada, si bien oficialmente los tratados se firmaron hoy. Pero por lo visto cuesta informar de estas decisiones a todo el orbe.

Tras la huída del rey Jorge, su hijo William asumió el trono y firmó el cese de hostilidades. Se trasladó a Birmingham con el nuevo primer ministro, el mariscal Michel Ney. Los generales Moore y Beresford nos acompañan como invitados a París y pretendemos que tanto usted como Lake nos acompañen de vuelta a su casa. No nos mal interprete, general. El único prisionero es el señor Pitt por intentar huir robando el tesoro de la corona. El resto volverá a su situación anterior salvo por algunos cambios en las posesiones coloniales. Una vez firmada la paz solo restan pactos comerciales que refuercen nuestra amistad y la de todo el continente.

Dejé que leyera la carta que estaba dirigida a nombre del Virrey Candem y de todas las fuerzas inglesas en Irlanda, donde el rey exponía las órdenes avalando lo que acababa de contarle. Cuando terminó, no cambió su sonrisa, pero me advirtió que Collingwood no se rendiría.

-Si yo hubiese sabido ésto, seguramente no hubiese expuesto a mis hombres a una batalla tan ridícula. Es mas, probablemente Lake hubiese propuesto una unión para aplastar a esos insurrectos de una vez por todas. Pero no es el caso de Jervis o de Collingwood. Ambos almirantes tienen demasiado orgullo lo cual nos beneficia mucho a la hora de combatir, pero no es muy productivo a la hora de claudicar. Comprenda que son generaciones sin conocer derrotas.

-Entiendo. Ahora hábleme por favor de los irlandeses. ¿Quienes son esos hombres que le traicionaron? ¿Qué pretenden?

-Lograron juntar a la gran mayoría de los disidentes que pudieron cuando Candem llamó a defender el virreinato. Y por supuesto aprovecharon la situación ya que jamás imaginamos que sus jefes estaban mezclados con nuestros hombres. La necesidad de sumar tropas y la falta de conocimiento por nuestra parte de la totalidad de los proscriptos fue el caldo de cultivo para la traición. Ahora tendrá que lidiar con ellos porque no creo que quieran pasar a manos francesas a pesar de la ayuda que les dieron en el alzamiento del 98.

Verá, Mariscal, estos pretenden una Irlanda libre, un reino autónomo. Aunque no creo que les quede suficientes hombres capacitados para regir el país. La mayoría de los ideólogos, o se mataron entre ellos o fueron eliminados por nuestras tropas. Solo algunos como Emmet o Cloney tienen aún una idea política medianamente coherente para legislar...

Después de la reunión con el comandante inglés, llegaron los irlandeses. El jefe era un tal Dwyer, Capitán Michael Dwyer. No era un hombre precisamente amable, tenía una expresión beligerante y se mostraba muy parco a la hora de hablar. Miraba a Bugeaud como si fuera un traidor. Ni siquiera quiso sentarse, señal que no quería estar con nosotros durante mucho tiempo. Habló abiertamente en cuanto terminaron las presentaciones.

-Mire, general o lo que sea. A nosotros solo nos importa una Irlanda libre de ingleses, franceses y otros. Una Irlanda para los irlandeses y punto. Así que si no quiere una guerra, tendrá que marcharse con su ejército a otra parte.

-Ha demostrado su inteligencia, y su capacidad en el combate, pero no creo que le convenga ese tono. Verá, desembarcamos con mas de 100.000 hombres en Inglaterra y en menos de tres días hicimos lo que ustedes no pudieron hacer en años. Gracias a la intervención francesa, los irlandeses pudieron una vez mas alzarse contra la corona británica, y esta vez lograr su objetivo. Pero no significa que estén en condiciones de mantener una lucha contra nosotros. Como podrá observar, dada nuestra superioridad de efectivos, si quiere una guerra no vivirá para ver a su país libre.

Pero no es esa nuestra intención. En este momento el Mariscal Murat marcha sobre la capital irlandesa para asegurar la paz en la isla y comunicar que el nuevo rey de Gran Bretaña ha ordenado el cese el fuego.

Luego de poner las cosas en orden, nos sentaremos a hablar de la autonomía de su nación. La cual apoyamos. Pero hasta que suceda probablemente habrá un gobernador francés con una asamblea legislativa irlandesa, independiente de la corona británica y de París. Si quiere, puede usted unirse a nosotros en la campaña o bien simplemente esperar hasta que todo se calme. No creo que pase mucho tiempo.

Sigilosamente, durante mi discurso Marmont se había escabullido de la reunión acompañado de uno de sus edecanes y había vuelto a entrar de la misma manera unos minutos después. El de casaca verde esperó la traducción del teniente y respondió con la misma soberbia con que había hablado.

-Lo consultaré con mis hombres, pero desde ya le adelanto que no creo que haya un trato de esa naturaleza. Usted se volverá por donde vino y esta nación será gobernada por nosotros desde este mismo momento. Le mandaré la respuesta por escrito. Adiós.

No saludó más que eso. Giró sobre sí mismo y salió acompañado por los dos hombres con que había llegado. Caminaron en línea recta hacia su campamento sin importar si pasaban por el medio del nuestro. Kellermann que estaba hablando con sus oficiales lo vio salir y me buscó con la mirada seria y su mano en el sable. Le hice señas de que todo estaba bien, pero sabía que no era así. Marmont coincidió conmigo.

-He dispuesto que nuestros cañones y nuestros hombres acampen de tal manera que los rodeen contra el mar. En cuanto quieran hacer el más mínimo movimiento los volamos en pedazos. Mariscal, no confío en esos hombres, y si deciden marchar a nuestro lado tendremos que cuidarnos de ellos. Knox tenía razón, no están capacitados para la tarea política, al menos este. Son un grupo de campesinos vestidos todos iguales. Nada más.

-Disponga de lo necesario para atacarlos sin piedad si presentan batalla, pero no empiece usted. Todavía quiero darles una oportunidad. No nos vamos a pasar días aquí por muy bonita que sea la isla. A lo sumo, que formen su gobierno y se las arreglen solos sin cruzar el mar. Ya es tiempo de que esta campaña se termine.

-Tal ves pretendan alguna posesión en la otra isla o en la costa escocesa…

-Y una mierda.

Estuve brusco con el mariscal, pero es que ese tipo me había dejado con la sangre caliente. En ese momento entró el oficial de enlace con la marina.

-Mariscal, la flota de Dubourdieu fue avisada y navega hacia aquí. Magón espera atento para entrar en batalla de un momento a otro. Los ingleses no tardarán en aparecer.

-¿Se sabe algo de Lucas o de Ney?

-Todavía nada, señor. Pero sabemos que Murat viene hacia aquí informado de sus novedades. Trae a Lake con él, pero el resto de los prisioneros quedaron en manos del Mariscal Soult.

-¿Detendremos a Collingwood, teniente?- preguntó Marmont.

-Es la escuadra más importante que le queda a la Royal Navy. Pero no pasarán, se lo aseguro. A lo sumo escaparán hacia el océano al menos que Ganteaume llegue a tiempo para cortarle la salida.

Despedido el marinero, volvió a entrar Bugeaud.

-Señor Mariscal, otros tres irlandeses se acercan. Pero esta vez no viene Dwyer. Quieren hablar con usted.

-Que pasen.- Miré a Marmont –Parece que hoy estamos de visitas, mariscal.

Sonrió e hizo una señal a uno de sus edecanes que salió rápidamente. Seguíamos desconfiando de ellos y si la respuesta era la que nos habían adelantado, el mariscal acabaría en un santiamén con ellos. Estaba mas caliente que yo.

Pero no fue así. El hombre que presidía la comitiva no era uno de los que había estado anteriormente. Mucho más amable, se presentó como General Joseph Holt, él si aceptó una copa sentado en la butaca.

-Mariscal Berthier, ante todo le pido disculpas por las palabras del señor Dwyer, es un oficial valeroso pero muy desconfiado desde que Lake ejecutó a los civiles en la matanza del 98.

Verá señor, no tenemos intenciones de seguir con la guerra. Solo queremos dejar en claro nuestros objetivos. No hay objeciones a una alianza con Francia, e inclusive a una amistad que nos ayude a insertarnos como nación libre dentro de Europa, pero pretendemos gobernarnos nosotros mismos, sin la presencia de ejércitos foráneos. Cada uno de esos hombres son jefes de familias, de la mayoría de las familias más antigua de Irlanda. Descendemos de clanes tribales que se asentaron en este lugar en la época de los vikingos. Es por eso que somos los auténticos dueños de nuestra tierra. Es un pedido legítimo y por ello una exigencia que sus ejércitos se retiren.

El Virrey Candem huyó y Lake es el único comandante inglés de peso en la isla. Las condiciones están dadas para nuestra definitiva independencia. Nuestro líder, el señor Robert Emmet es quién está ahora a cargo del levantamiento en Dublín. Lo mismo sucede en el interior del país con hombres como Antony Perry y Myles Byrne. No podemos obedecer a ningún rey de Londres, y no obedeceremos a ningún emperador de Francia. Pero estamos dispuestos a firmar alianzas y mantener la paz.

-De acuerdo. Lake está detenido. Así que ahora la situación puede estar en sus manos. El primer ministro de Gran Bretaña, Michel Ney, se pondrá en contacto con ustedes proponiendo los términos de vuestra independencia. Pero desde ya le adelanto los principales puntos: no reclamarán ninguna otra pertenencia de Inglaterra ni de Escocia, ni de Gales. Y nos dejarán terminar nuestra tarea. Luego nos marcharemos. Si está usted de acuerdo, sugiero que marche hacia Dublín y forme su nuevo gobierno. En cuanto termine la campaña nos reuniremos a formalizar nuestra alianza y a fortalecer la paz en la región.

-Sabemos que el Mariscal Soult está en Belfast ¿Sus hombres en el Norte no nos atacarán?

-Avisaré a Soult que garantice el orden en Belfast para que usted forme su gobierno. Lo mismo hará Murat en la capital. Luego se retirarán. Se llevará usted todo ésto por escrito. Pero antes dígame, ¿qué sabe usted de Jervis?

-El almirante es quien dirige a los realistas pero lo hace desde la otra isla. Los hombres de Lake y de Knox esperaban embarcarse hacia allá para enfrentarse con usted. A parecer también tendrían apoyo de Escocia. Sabiendo ésto, nos quedaba claro que estábamos ante nuestra oportunidad ya que las tropas inglesas abandonaban Irlanda. Así que Emmet organizó los levantamientos dispersando nuestros líderes por el país, mientras que yo me encargaría de hacerles las cosas más difíciles a las tropas para asegurarnos de que no volviesen.

-¿Sabe usted desde dónde se dirigen las operaciones inglesas?

-No. Hay especulaciones, algunos dicen que Manchester, otros dicen que está en Glasgow, pero todos suponen que en el momento de juntarse para reconquistar Londres la reunión sería en algún puerto, Liverpool o Cardif...

-Le agradezco la información. Si no hay nada que indique lo contrario, espero saludar al gobierno del señor Robert Emmet en cuanto me sea posible.

Se puso de pie y sonrió extendiéndome la mano.

-Gracias. Tenemos un acuerdo, y sería memorable para nuestro pueblo si nos acompañara a Dublín, así conocería al señor Emmet hoy mismo…

Cuando salí vi que la mayoría de los hombres miraban hacia el mar. Las aguas estaban embravecidas y el viento soplaba con fuerza desde el Atlántico. La tensión se acumulaba y poco a poco los ruidos fueron desapareciendo hasta escucharse solo las olas rompiendo contra los acantilados.

Marmont a mi lado también se puso a mirar como si distinguiese algo entre tanta bruma acumulada más allá de la playa. Segur se presentó ante nosotros e informó que todo se disponía de la misma manera que había ordenado el Mariscal.

En ese momento, ante el asombro de todos vimos como la niebla se tiñó de naranja por instantes, como flashes de luces en una sala llena de humo. No se escuchó nada, solo luces. Pero instantes más tarde llegó el sonido hasta nosotros. Las explosiones retumbaron como truenos y la respuesta no se hizo rogar. Collingwood había llegado.

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