Capítulo XXXVI

10 de Diciembre de 
1805

XXXVI
El cuaderno de Berthier
De París a Buenos Aires


Una vez que los mariscales y el almirante se acomodaron, fui directamente al grano. Había sopesado los puntos favorables y los posibles problemas que se podían presentar en el plan de Junot y llegué a la conclusión de que era una excelente oportunidad. Aunque aún no me quedaba claro como hacer para que cada uno volviese a su lugar de origen, pero era un riesgo que debíamos correr. Y siempre era mejor que quedarse a ver la función política que nos esperaba en París, mas con el riesgo de ser yo quien asumiese el mando.

-Señores, voy a ser breve. Alguna vez, en diferentes oportunidades, les pregunté si podía contar con ustedes en caso de una situación crítica en la capital cuando llegase el momento de la sucesión. El momento ha llegado y no sé como van a responder en París.

Cuento con el apoyo del senador Berthollet para poner en marcha el siguiente plan. Esta noche, sin que nadie lo note salvo quienes yo diga, viajaré a Las Tullerías acompañado solo de Junot. Allí me entrevistaré con Lucien Bonaparte y el Mariscal Bessieres, a quienes les expondré la muerte del emperador y su sucesión. Para mantener a la población y a los delegados de la asamblea en forma apacible asumiré el gobierno en forma interina durante una semana, tal vez dos. Pasadas las fiestas por el final de la guerra, y los funerales de Bonaparte, dejaré el mando a su hermano menor tal como hemos acordado.

Aquí, en Boulogne, dejaré al Mariscal Murat al frente del ejército, al que conducirá a la capital con el grueso de soldados para la marcha de la victoria en los Elíseos. Eso significará que no habrá problemas. Pero en caso de que los haya, diré al Mariscal Murat que se acerque con sus divisiones a las afueras de París donde me entrevistaré con él.

En ese momento, Murat, por orden mía, dejará al resto del ejército en manos de Marmont. Si ésto sucede, significará que necesitaré de apoyo militar para apaciguar las cosas, lo cual se traduce en un nuevo golpe de estado, para ese momento tendré que saber claramente en que posición se estarán, de un bando o de otro. Y no solo ustedes, también los hombres que están bajo su mando.

-Se lo dije en su oportunidad- interrumpió Marmont –y se lo repito ahora: cuente conmigo y con mis hombres, Mariscal.

-Y con nosotros- dijo Lannes –quiero decir con el generalato en pleno. Los muchachos están dispuestos a seguirle hasta donde sea necesario, más ahora que se abre un período de paz en el continente donde Francia es la nación más fuerte del planeta.

-Y puede contar con mis hombres- agregó Lucas – No solo conmigo, sino también con Magón y Dubourdieu. Todos estamos expectantes ante la posibilidad de una nueva etapa de crecimiento en la marina, y con los ascensos y las victorias en Inglaterra les ha quedado claro quién es el hombre a seguir y apoyar.

-Mejor así, porque uno de los que no me fío es el ministro Decres. No es que tema una reacción de él personalmente, pero no sé de qué parte se pondrá si alguien en la Asamblea o el propio José Bonaparte no aceptasen de buen grado las noticias.

Con respecto a Murat, creo que no tendré problemas con él, pero por el momento no comenten nada del plan. Si les comunica que lo mandé a llamar a París para aclarar algo, ya saben como actuar. Igual nos mantendremos comunicados. Salvo los médicos y ustedes, junto con Murat, nadie sabrá que hoy mismo partiré a la capital. Ni siquiera me acompañará la guardia de Junot para no levantar sospechas. Solo el teniente Bugeaud y un par de soldados más.

La reunión siguiente fue con Murat y Marmont, donde básicamente puse al tanto al Mariscal de Caballería parte del plan. Murat también estuvo de acuerdo en apoyarme y accionar a favor de Lucien, mas cuando escuchó el nombre del Senador Berthollet de acuerdo con la causa. Encajó bien la orden de dejar en manos de Marmont la ciudad y el grueso del ejército en caso de recibir la orden de marchar sobre París, pero comprendió en seguida que si él no cumpliese con esta orden, los otros mariscales sí lo harían.

En cuanto terminó todo, Junot y yo nos fuimos a la fiesta donde ya estaban los generales y capitanes con Bernardotte al mando. Me acompañaban todos los mariscales menos Lannes que se quedaba de guardia en el palacio, vigilando también los movimientos de Murat y su gente para asegurarnos de la lealtad de todo el ejército. Para esta tarea Junot le dejó su guardia al mando de Exelmans mientras que nosotros estábamos bajo el cuidado de Bugeaud.

En la reunión estaba la alta sociedad de Boulogne, representada en su mayoría por comerciantes, varios terratenientes dedicados a la producción agrícola, los representantes del grupo de la industria pesquera que era la mayor fuente económica de la zona, y, por supuesto, los políticos de turno. 
También estaba el Senador Berthollet que había asistido para no levantar sospechas ya que su presencia en la ciudad era la representación del más alto cargo político a nivel nacional.

Nos recibieron entre aplausos y enseguida teníamos a unas señoras prendidas del brazo presentándonos a cada una de las personalidades. Al entrar miré a Antonio que me dijo “relájate, hagamos sociales y luego de la media noche nos vamos”.

Y así fue. Nos pusimos al tanto de la sociedad que nos albergaba mientras afuera la mayoría del pueblo y los soldados se emborrachaban, cantaban y bailaban. Eran realmente felices por ser parte de la historia, y parte fundamental ya que se festejaba la victoria de Francia y el final de la guerra.

Con una copa de champagne en la mano y una señora que no dejaba de restregarme las tetas en el brazo izquierdo (la condesa de no se donde de Bélgica) me encontré con el general Sebastiani que estaba en una situación similar con la hija de la duquesa tal y cual de Nosequeburgo. Mientras las señoras comentaban la reunión aproveché para poner en antecedentes al general:

-Dentro de un rato, cuando nadie se lo espere me iré a París. Solo me acompañará el mariscal Junot. Iremos con tres hombres, nadie más debe saberlo aparte de los mariscales que ya están al tanto. A partir de ese momento, estará usted bajo el mando de Marmont hasta que yo regrese.

-¿Cree que habrá problemas con la sucesión, Mariscal?

-Espero que no, pero si los hay que sea esta noche, en cuyo caso enviaré una nota al Mariscal Murat quien ya sabe como actuar. Si no hay inconvenientes, que es lo más probable, mañana recibiremos al ejército y a los altos mandos de la campaña en el desfile triunfal en París. Allí espero verle. Luego nos dedicaremos al sepelio del emperador y a la coronación de Lucien Bonaparte. Pero hasta ese momento, hasta que no estemos seguros en París, nadie puede saber que Junot y yo nos hemos ido de aquí.

-Bien señor. ¿Puedo saber qué hombres le acompañarán?

-La guardia de este viaje la elegirá Bugeaud. Cuando llegue a Las Tullerías será ascendido a Capitán General de la guardia imperial. Quiero que usted sea el primero en saberlo ya que es muy probable que Bugeaud quede directamente bajo su mando. Ambos están entre mis edecanes y necesitaré hombres de confianza alrededor del nuevo emperador.

-Entiendo señor.

-Ahora me despido de usted hasta mañana. Creo que la condesa y la duquesa ya se han chupado suficiente veneno mutuo.

La risa de Sebastiani dio por terminada la conversación y me dirigí hacia la puerta donde Bugeaud hablaba con un grupo de comerciantes de lino interesados en los pormenores de las batallas y la oportunidad de extender sus negocios a Inglaterra. Cuando llegué hasta él, siempre con mi brazo izquierdo preso de la condesa que insistía en que le muestre mis heridas de combate, el teniente rechazaba otra copa de licor alegando que él aún estaba de servicio de guardia.

-Señor Mariscal, les comentaba a los señores la buena predisposición comercial que encontramos en la ciudad de Dublín, podríamos ponerlos en contacto con nuestros industriales para… estrechar lazos económicos.

-Ciertamente un hombre como usted sería muy necesario a la hora de dialogar con los irlandeses. El teniente Bugeaud tiene antecedentes familiares entre la aristocracia de Irlanda, y creo que su padre estaría de acuerdo en apadrinar y presidir un comité que visitase Dublín.

-Creo que mi padre le agradecería muy lealmente esa deferencia de su parte, Señor Mariscal.

-Ahora si me permiten, caballeros, debo hablar unas palabras con el jefe de mi guardia. Ruego a cambio atiendan unos minutos a la señora que me acompaña. No quiero que piense que la abandono sin buena compañía.

Tras responder a la sonrisa de la condesa, me retiré hasta el hall de entrada seguido por Bugeaud que estaba tan sobrio como se le veía en la charla.

-En este lugar, teniente, a las 2 de la madrugada, me presentaré con Junot con la escusa de retirarme a descansar para la marcha de mañana. En ese momento estará esperando usted con tres hombres de su entera confianza y una berlina lista en las afueras de la ciudad. Nos iremos directamente a París. Nadie debe saberlo. ¿Entendido?

-Si señor Mariscal. Dispondré todo tal como lo ha pedido. ¿Debo llevar algo más? ¿Sus pertrechos personales o cualquier cosa para el viaje?

-Solo lo que usted crea necesario para un viaje sin paradas y sin fisgones hasta Las Tullerías. No quiero que nadie se entere ni siquiera en el camino hasta que lleguemos directamente al despacho del Mariscal Bessieres. En cuanto a la ruta que tomaremos queda a su criterio. Dentro de la berlina solo iremos el Mariscal Junot y yo.

Bien señor Mariscal.

-Hay algo más, Bugeaud. Estuve hablando con Sebastiani de la necesidad de poner hombres de confianza que protejan al nuevo emperador, y hemos pensado en usted. En cuanto termine el desfile de mañana, será usted ascendido a Capitán General de la Guardia Imperial.

-Eso será un honor, señor Mariscal. Cuente conmigo para lo que necesite. Cumpliré con mi trabajo, señor Mariscal.

-Lo sé Bugeaud, y por eso le agradezco. Ahora por favor, cumpla con la orden.

-Si, señor mariscal.

El resto del tiempo lo pasé charlando con la gente, departiendo sobre temas militares, económicos y sobre todo de política, ya que todos estaban convencidos que yo era la persona más cercana al emperador, y no estaban muy errados. También noté que gozaba de buena fama Antonio, ya que a la vista de todos, la idea de regalar un hospital de investigaciones a la ciudad era del Mariscal Junot, lo cual lo convertía en una especie de hijo pródigo adoptivo de Boulogne. Se hablaba de una ceremonia de inauguración donde le entregarían la llave de la ciudad y cosas así.

Entre vuelta y vuelta buscaba la manera de quitarme de encima a la condesa que seguía presentándome gente, hasta que en una de las charlas me enteré que la casa donde estábamos pertenecía a su familia, por lo cual ella estaba representando su papel de anfitriona con el jefe de los agasajados, papel que había desempeñado con Bernardotte hasta mi llegada. El futuro rey de Suecia captó mis pensamientos y se acercó para prestarme ayuda.

-¿Problemas sociales, Mariscal? Le noto un poco cansado.

-Si. Me gustaría retirarme a descansar para la marcha de mañana, pero parece que no logro despegarme de la señora. Además me gustaría que usted tomase mi lugar ya que el resto del mando también deberá dormir un poco y alguien tendrá que sacrificarse con la fiesta.

-Entiendo. Bueno, todo sea por los buenos camaradas de armas.

En cuanto la condesa volvía a prestar atención a nosotros, me despedí de ella alegando el cansancio del viaje. Me hizo prometer que pasaría a desayunar con ella antes de partir al otro día. Luego de besar su mano la dejé abrazando nuevamente el brazo de Bernardotte y me dirigí hasta donde estaba Antonio que charlaba con el alcalde.

-Le comentaba al Mariscal Junot de la posibilidad de ampliar la base militar con un colegio naval. La alcaldía estaría en condiciones de aportar los medios para las obras, si el gobierno aceptaría proveernos de los recursos necesarios para su mantenimiento y desarrollo…

-Es una buena idea, pero antes creo que habrán unos cambios ministeriales en París. Aún no estoy al tanto de todos ellos ya que debo hablar con el Sire, pero podrían exponer el proyecto formalmente y el Mariscal Junot lo presentaría al ministerio de guerra y eventualmente al emperador...

Luego de un rato de amables palabras nos despedimos y sigilosamente nos retiramos de la reunión.

Bugeaud ya estaba en su posición y junto con los guardias elegidos nos abrimos paso entre la muchedumbre y cabalgamos hasta el puesto de guardia mas allá de la enfermería de Dufriche. El teniente le dijo a los guardias que él debía trasladarse a la capital con un grupo de sus hombres por órdenes mías, así que nadie reparó en nosotros, simplemente pasamos como un grupo de soldados bajo su mando.

Un kilómetro después, uno de los soldados de la guardia había dejado una berlina escondida detrás de unos fardos de henos con los caballos ensillados. A las dos y media de la madrugada, Antonio y yo estábamos rumbo a casa.

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