9 de Diciembre de 1805
XXXIV
El cuaderno de Junot
Plan de escape
Al amanecer del día 8 las divisiones habían partido con sus respectivos comandantes. Pensé que sería una buena noticia porque este recambio significaba que los de la campaña volverían a casa y Berthier con ellos. Si ésto era así, Diego no tardaría en llegar por lo que decidí esperarlo para no tener problemas con ese Bessieres.
Mientras estuviera en Boulogne, yo era el militar al mando y políticamente, además del alcalde, estaba el senador Berthollet que me apoyaba. Así que, si bien estaba prisionero por no poder escaparme a París, no estaba tan mal ya que gozaba de total independencia delegando las tareas a otros.
Ahora una de las cosas que me preocupaban era que no podamos volver a nuestro tiempo, no solo por lo que significaba el desarraigo y los cambios de historia, sino también por lo que nos esperaba en este lugar. El solo hecho de tener que enfrentar la situación de la muerte de Napoleón Bonaparte era ya un problema para los que siempre vivieron a su lado, así que para Diego y para mí sería más que una simple una complicación.
Además estaba el hecho de rehacer vidas sociales que nunca fueron nuestras. ¿Esposas?, ¿Hijos?, ¿Amigos? Durante días vi como los oficiales recibían cartas y respondían a sus familiares en Francia. Los altos mandos no recibíamos mas que notificaciones de nuestro trabajo, lo cual entendí que estos tíos estaban acostumbrados a salir a “trabajar” y volver a los 15 días diciendo “hola mi amor, ¿Cómo va todo?” o algo por el estilo. Pero una vez de vuelta no habría escusas. Además de extrañar a mis padres, quizás tenía que presentarme ante una madre o padre que no era mío, y ¿entonces…? Rogaba que Diego volviese pronto.
Terminado el desayuno, Exelmans se encaminó a la nueva enfermería para realizar la tarea encomendada el día anterior. La señorita Debouche (la señorita tenía 52 años), estaba encantada de colaborar con el ejército de Francia y pretendía que el capitán se lo agradeciese una noche de estas, lo cual nos hizo reír un buen rato cuando lo contaba Dufriche.
-Mariscal, si la operación “agradecimiento cariñoso” se lleva a cabo, debería condecorar al capitán. Le aseguro que la señorita puede con el oficial y media guardia completa.
El chiste nos alegró el desayuno y hasta Exelmans reía con la ocurrencia de Dufriche.
Berthollet me informó que había escrito el día anterior tanto a Monge como a Lucien Bonaparte para informar del proyecto del hospital. También a la Academia de Ciencias, pidiendo lo necesario para embalsamar los cuerpos y varias cosas mas para esconder el verdadero destino de los elementos que dejarían tiesos los cuerpos.
Dufriche, por su parte, se retiró a inspeccionar los cadáveres para tratar de mantener todo controlado. Cuando salió ya había tomado la decisión de comenzar a embalsamar hoy mismo, en cuanto tuviera lo necesario. Y el emperador sería el primero.
Yo me dediqué a hacer sociales y a esperar que pasara el tiempo. Salí a dar una vuelta por la plaza de la ciudad y me encontré con una infinidad de personajes. Había malabaristas, magos, pitonisas, tarotistas y vendedores de todo tipo. Algo así como en la plaza de París, pero mas pequeño, aunque agobiada de igual manera.
El día transcurrió lento. Conocí al alcalde, a la alta sociedad que me agradecía lo del hospital y me invitaba a todo tipo de reuniones. Hasta a un tío que era artista y quería hacer una estatua de mí para poner en la plaza en frente del nosocomio en la inauguración. Obviamente soñaban con la presencia de Napoleón ese día y de todo el alto mando y la comunidad científica. Total, que querían salir en los libros de historia y con el nombre más grande en los mapas.
Al final del día el correo que nos conectaba con la capital trajo respuestas para Berthollet. Al parecer las influencias del Senador eran muy buenas porque todo lo que pidió se aprobó rápidamente. Inclusive llegó una carta de Bessieres felicitándome por la gran idea del hospital que dejaría “en Boulogne marcado su nombre al lado de la gesta de la Grand Armée, bla, bla, bla.”
Esa misma noche, casi en secreto, se puso en marcha “Mal de Epson” trasladando los cuerpos a la enfermería luego de haber acondicionado el lugar durante todo el día por los hombres de Exelmans. Al parecer el engaño daba resultado porque nadie quería ser voluntario para trabajar con los médicos. El capitán había confirmado el miedo general a una peste desconocida. Inclusive dentro del grupo de soldados que custodiaba la enfermería, lo cual era una ventaja ya que Dufriche le había prohibido a cada uno de ellos entrar en los recintos de investigación.
Al otro día, para cuando terminé el desayuno a las 8 y media de la mañana, el doctor Dufriche y su colega Berthollet estaban en plena tarea con el cuerpo del emperador. Solo sus hombres sabían de esta operación. En mi despacho me senté a ver el correo que se resumía en invitaciones de corte social en el marco de los festejos por el final de la guerra.
A eso de las 10 fui a la reunión de sociedad que se hacía en el ayuntamiento donde se habían citado varias personalidades de la ciudad para conocerme. En la charla pude comprender que la población estaba harta de vivir en conflicto, madres que querían descansar tranquilas por sus hijos, esposas que querían disfrutar de sus maridos sin pensar que iban a salir de campaña en cualquier momento. Pero sobre todo esto, volando un aire de tranquilidad ya que Boulogne era una de las primeras ciudades en la línea de fuego, en caso de un ataque directo desde Inglaterra. La seguridad de saber que la isla estaba bajo dominio francés, era motivo de fiesta.
Al término de la reunión me retiré a comer a mi cuartel de mando. Allí encontré una nota que me llamó la atención. Había llegado un navío al puerto a primera hora de la mañana con soldados desde Gran Bretaña. Y me informaban que era el primero de los que volvían a casa. Sin más vueltas me dirigí hasta donde estaban desembarcando. El barco era el Achille y su capitán aún no había bajado a tierra. Pero sí los mandos de las divisiones de ejército que transportaba. Eran los generales Rivaud y Drouet los edecanes de Bernardotte. Fue al primero de ellos al que me encontré.
-Mariscal Junot, un placer volver a verlo.
-Bienvenido, general. ¿El Mariscal Bernardotte viaja con usted?
-No, el alto mando viene en la flota de Lucas, con el grueso de las tropas. Le acompaña la escuadra de Dubourdieu. Nosotros llegamos antes porque embarcamos en Dover, en la formación de Magón. Supongo que de un momento a otro llegará el Conqueror trayendo los efectivos del Mariscal Lannes. El resto vuelve esta noche, a eso de las 8 más o menos.
-¿Novedades?
-Bueno, el Mariscal Berthier estimó que llegaría a la par que el correo por lo que no traigo carta alguna. En cuanto usted partió los hechos se sucedieron demasiado rápidos. Batalla en el Támesis y Londres. Y cuando creíamos que estaba todo terminado, la mitad a Escocia y la otra a Irlanda. Nosotros tuvimos trabajo en Edimburgo, esos malditos nos esperaban con una emboscada, si no fuese por apoyo de Lannes y la habilidad de Bernardotte, aún estaríamos allí.
-¿Y Berthier?
-El Mariscal en Jefe se encargó de Irlanda junto con Murat, Soult y Marmont. Dicen que las tropas de tierra no tuvieron mayores problemas. Pero cuando llegó la Royal Navy el combate naval fue impresionante, según cuentan los informes claro, porque nosotros estábamos en Escocia. En fin, Irlanda es libre, ya están formando su gobierno.
Seguimos hablando mientras caminábamos a los despachos. Me separé de él cuando llegamos al palacio, para que fuese a cambiarse. Quedamos en encontrarnos en la comida para que me contase los detalles de la campaña. Los hombres que llegaban tenían el día libre pero sin salir de la ciudad y, obviamente, respetando las guardias. Supuse que festejarían el resultado de la campaña y no estuve errado ya que, en cuanto se supo la noticia del regreso de las tropas, la ciudad se preparaba para la fiesta de bienvenida.
En cuanto dejé a Rivaud me fui a la enfermería a hablar con Dufriche y Berthollet. El médico en jefe trabajaba arduamente en el cuerpo de Napoleón mientras que Berthollet me recibió en la antesala.
-¿Quiere usted ver la operación, Mariscal?
-No, preferiría que no. La verdad es que no estoy muy acostumbrado a estas cuestiones.
-Je, Je, entiendo. Es increíble que luego de participar en campañas y ver campos de batalla sembrados de cuerpos sangrantes, a los militares les cueste tanto presenciar una intervención médica. En fin, la operación está avanzada. Hoy mismo terminaremos con el Sire y seguiremos mañana con Le Blond.
-Supongo que estará enterado del regreso de las tropas
-No, estuvimos desde el amanecer trabajando. Es usted la primera persona que nos trae alguna noticia. ¿Han escrito desde Londres?
-Mejor que eso, vuelven a casa hoy mismo. Las divisiones de Bernardotte están terminando de bajar del barco, y las de Lannes estarán en tierra después del mediodía. Los demás llegarán esta noche.
-Bien. Tengo que contarle esto a Dufriche. No creo que vayamos a comer hoy, Mariscal, ya nos arreglaremos nosotros aquí. Es probable que quiera terminar con Le Blond esta noche para transportarlos mañana. En todo caso, si usted no dispone lo contrario, preferiría seguir trabajando.
-Por supuesto, senador. Será necesario ya que en la ciudad se prepara una fiesta de bienvenida para los soldados, y no se descarta que en cuanto corra la voz vengan desde París para acompañar la entrada triunfal del Sire. Y esa es la parte que me preocupa. No se como manejar la información hasta que llegue Berthier, y eso será para esta noche.
-Mmmm… ¿Quiénes saben de la suerte del emperador?
-En principio todos los altos mandos y la guardia del Mariscal en Jefe. Pero supongo que los soldados ya lo sospechan. Estaba rodeado de ellos cuando la metralla lo alcanzó. Lo vieron caer y entrar a la enfermería y ya no lo vieron más.
-¿Qué le dijeron a los ingleses sobre el cuerpo?
-No lo sé, pero el plan era que Napoleón volvía a Francia por unos problemas políticos, y dejaba la campaña en manos de Berthier hasta que él regresara.
-Bueno, una idea sería agrandar los hechos de Praga, con los austríacos y los rusos. Digamos que el emperador se volvió al conocer la noticia de una posible invasión desde el Este. Y se dedicó a eso en forma secreta para sorprender al enemigo. Luego quedó en París sabiendo que Berthier ya había terminado la campaña, y recibirá al ejército en la capital. Si los propios soldados esparcen los rumores, lo creerán. A lo sumo la incertidumbre estará instalada un día, tiempo suficiente para nosotros porque a más tardar, mañana tendremos que enfrentar los hechos. Yo debo hablar con Berthier para saber como manejarme en la Asamblea. No olvide, Mariscal, que Lucien Bonaparte es el presidente de la misma.
-De acuerdo, en principio terminemos con la parte médica y ya veremos que arreglamos cuando estén aquí. Los esperaré para acompañarnos a cenar. Y no serán molestados hasta esa hora.
-Gracias.
Volví a mi despacho y me encerré hasta el momento de la comida. Pensaba en el problema, y se me ocurrió lo de la fiesta de la noche. Sería un buen momento para escapar de la historia. No se si Diego pensaría lo mismo ya que él parecía sentirse cómodo en este tiempo, pero yo calculé los riesgos de mezclar los caminos. Suponiendo que fuésemos a parar a su tiempo y lugar, tendría que adaptarme al año 1981 en Buenos Aires. Era preferible antes que seguir aquí.
Pasado el mediodía, me avisaron que la mesa estaba lista y allí me reuní con Drouet y Rivaud, y me rencontré con Friant, Bourcier y Kellermann. Los edecanes de Lannes aún tenían tarea de desembarco, pero habían hecho un alto para comer conmigo.
Friant se despachó con la batalla de Londres, cuando entraron en combate, las tropas inglesas estaban estancadas con los marinos de Lucas en el estuario del Támesis y de pronto Bernardotte por el Norte y Lannes por el Sur comenzaron a hacerlos retroceder.
-En cuanto los separamos de las defensas costeras todo fue más fácil para la marina como para nosotros. Se reagruparon a la altura de la Torre de Londres y usaban la ciudad como parapeto, pero los cañones de nuestra artillería hicieron estragos en sus defensas. Aún no entiendo como la Torre sigue en pie. Cuando llegamos a St. James, estaban acorralados, las tropas de Ney y Sebastiani habían tomado Chelsea y Berthier forzó la rendición. Una obra maestra.
Los demás intervenían en la conversación hasta que toco el turno de Rivaud, quien consideraba más importante la batalla de Edimburgo. La contaron con lujo de detalles.
-Cuando ya estaba todo encaminado esos invertidos pusieron los batallones de Glasgow en el flanco izquierdo de nuestras tropas. Tuvimos que retroceder un kilómetro hacia el Sur para reagruparnos y redisponer las líneas. Y no terminamos acorralados contra la costa gracias a que Lucas había desembarcado a sus hombres justo a tiempo para ayudar…
Yo solo los escuchaba, y aunque ya comprendía mas la jerga, aún me perdía un poco con los términos militares. Además me seguía rondando en la cabeza el plan de escape. Tenía que hacer lo sugerido por Berthollet para que esta vez no hubiese contratiempos. Un día más, necesitábamos un día más.
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