Capítulo XXXV

9 de Diciembre de 1805

XXXV
El cuaderno de Junot
La fiesta


Por la tarde me reuní con el alcalde (no puedo recordar el nombre), con la escusa de saludarle y hacerle saber que ya estaba enterado de los festejos que se preparaban.

En las plazas de la ciudad se disponían atrios para bandas y músicos, así como puestos de cerveza. Estaban engalanando las calles con las banderas rojas, blancas y azules que formaban los colores franceses. Los artesanos trabajaban en la construcción de palcos y tiendas de feria mientras las mujeres buscaban sus mejores vestidos y ornamentos. Inclusive hubo quienes blanqueaban las casas para mejorar su vista ante la presencia del alto mando francés.

Le comenté al alcalde que no estaría el Sire, algo que él mismo ya sabía, pero se tranquilizó al saber que haría todo lo posible para que estuviese en la inauguración del hospital.

A propósito de la supuesta construcción, parecía que Berthollet lo haría en serio, o sabía mentir muy bien, dado que el jefe de la ciudad me comentó sobre la gran disponibilidad que había en la gente de aportar tierras para el edificio. Incluso unos arquitectos del lugar querían participar para lo cual ya estaban pensando en presentar planos alternativos a la junta del Senador.

Luego de beber un licor en la alcaldía, Exelmans y yo nos volvimos al palacio. Le ordené que se hiciese cargo de todo lo necesario para que el desembarco de nuestros compañeros se hiciera lo más rápidamente posible. También que me avisase de inmediato en cuanto llegaran.

Después de eso, acompañado de un grupo de soldados de mi guardia, volví a la enfermería, pero esta vez no entré. Hablé con los hombres destacados en el lugar que estaban bajo órdenes de Dufriche, interesándome por la disposición de los controles de seguridad, inclusive de los accesos. El jefe de la guardia, un sargento de acento raro, me dijo que cualquiera que pasase por el camino a París sería visto desde su posición mucho antes de llegar a la enfermería. Pero las órdenes del médico eran de no intervenir en nada que llamase la atención, al menos que intente entrar en la finca.

Para salvaguardar los caminos estaban los puestos de control. El primero con 8 soldados, a unos dos kilómetros rumbo a la capital, es el más custodiado ya que es el acceso a Boulogne.

Volví a mi cuarto y me recosté, dejando dicho que en cuanto se avistasen los barcos me llamasen para recibir a las tropas. Dormí una hora más o menos, y preparé lo mínimo necesario en una mochila de combate, para irme esa misma noche. Inclusive puse algo de fruta que hice pedir a la cocina, por si teníamos que pasar tiempo en París. A las 7 me dijeron que avistaron los navíos rumbo al puerto. A las 7 y media llegaban los primeros botes a tierra.

El primer barco en llegar era de la flota de Magón, pero para las 8 la playa se parecía al hervidero del día de salida. Otra vez los movimientos se repetían pero en forma inversa, y un poco mas desordenados. En el transcurso del desembarco, desde la playa, me saludaros varios oficiales, y poco a poco, se iban acercando algunos generales. Hasta que al fin, en varias chalupas desembarcaron los altos mandos.

En lo alto de la costa, la gente de la ciudad se iba amontonando cantando y gritando a los hombres que habían derrotado a los ingleses. Había desde una comisión de bienvenida que había traído una banda de música, hasta varias prostitutas que con sus pechos descubiertos ofrecían sus atributos gratis a los héroes de guerra. La guardia tenía problemas para mantenerlos alejados de las operaciones dado que en la playa había aún demasiado trabajo con pertrechos y sobretodo, con los animales.

Estaba viendo todo esto cuando Exelmans me comentó lo de los prisioneros. Entonces miré por el catalejo y reconocía a varios jefes, especialmente a Marmont, Berthier y Murat que se disponían a cabalgar hacia donde yo estaba, pero entre ellos y rodeados de generales y capitanes de navíos, había hombres de uniformes rojos y blancos. Supuse que eran los prisioneros de los que hablaba el jefe de mi guardia, Generales y otros mandos que traían desde la isla como había hecho yo con Beresford y Moore. Pero a diferencia de nosotros, ellos venían charlando entre todos como si fuesen compañeros.

Al llegar me saludaron con buen trato, inclusive Diego que al darme un abrazo me preguntó en voz baja ¿que hacía aún allí?

-Necesito hablar contigo a solas, nos vamos esta noche.

-Ok. Luego hablamos. ¿Qué hace esta gente aquí?- Preguntó señalando a los civiles que le cantaban a los soldados.

-Ya están de fiesta. Prepararon una recepción en la ciudad para festejar el final de la guerra. Quieren ser los primeros en hacerlo. Supongo que París estará igual.

Seguimos caminando entre todos los demás pero hablando entre nosotros. Íbamos camino al palacio mientras nos retrasábamos a propósito para que nadie nos escuchase. En un momento llamó a un hombre de su guardia y le ordenó que nos dejasen a solas unos minutos mientras caminábamos. Las guardias (de los dos) se alejó lo suficiente pero seguía formando un amplio círculo a nuestro alrededor.

-¿Has recibido mi carta?

Sí, me contabas lo de Bessieres. ¿Qué pasó con el cuerpo?

-Bueno, al final dejé todo en manos de Dufriche como habíamos quedado. Y él decidió contarle a un tal Berthollet, que además de ser médico, es Senador. Los dos decidieron montar una enfermería y están embalsamando en este momento. Además se decretó la construcción de un hospital en la ciudad, supuestamente una idea mía, que en realidad es una tapadera de Berthollet para trabajar en secreto.

-Perfecto. A partir de ahora que se encargue Larrey de eso.

-De eso y de lo que sea. Mira, en la ciudad está todo dispuesto para la gran fiesta. Yo pensé que era el momento ideal para fugarnos de aquí. Se me ocurrió que durante la celebración podríamos decir que en secreto tenemos que preparar el terreno en la capital, y nos vamos con un mínimo de guardias, o solos. Los perdemos por ahí, y nos dirigimos derechito a la plaza de la feria, y salimos de aquí. No sé a que tiempo o lugar, si al tuyo o al mío, pero estaremos mas tranquilos…

-Parece un buen plan, ¿que pasa si no podemos salir por lo que sea de París?

-Se me ocurrió que debíamos presentarnos con todo lo puesto, inclusive hablando con ese Berthollet, como si fuésemos a la misión en serio. Si no podemos salir, seguimos con la historia tal como va.

-Tendría que dejar a alguien al mando aquí para que prepare la entrada en París, por si las dudas… Vamos a ver a ese tal Berthollet. Quiero hablar a solas con él antes de cenar y la fiesta. Y de paso también voy a llamar a Larrey.

Los dejamos a todos cenando mientras el médico, el Mariscal en Jefe y yo nos fuimos a la enfermería. Allí nos recibieron Berthollet y Dufriche, que al enterarse de nuestra llegada hizo un paro en su trabajo.

-¡Mariscal Berthier! Un placer volver a verle, espero que cuando pase todo esto podamos compartir una cena tranquila. Me tiene que contar esta campaña con lujo de detalles.

-Yo también lo espero Senador, pero por el momento tenemos bastante trabajo, y necesito de su ayuda, no sé como será la reacción en París cuando llegue la noticia de que el emperador no está con nosotros.

-Será un trago difícil, pero antes yo necesito saber su posición y la del grueso del ejército.

Nos sentamos en la sala los tres mientras los médicos se habían ido al quirófano, seguramente mas interesados en los pormenores de la operación.

-El ejército en pleno apoya la idea que sea yo el que asuma la posición de Bonaparte, pero esa postura está descartada. El Sire me dejó órdenes concretas, uno de sus hermanos será el nuevo emperador y nosotros velaremos por el cumplimiento de esa ley.

-Lógicamente, José Bonaparte debe asumir el trono, y no creo que haya problemas por parte de sus hermanos, pero sabe usted que no es el hermano mayor el que cuenta con mayor apoyo. Verá, en la Asamblea existen los que pedirán a Lucien, y los que no quieren a Lucien y se apoyarán en José, pero con la idea de manipularlo. Temo una guerra civil en nombre de los dos hermanos y no quiero otro golpe de estado, así que si no estamos seguros, ruego a usted que asuma interinamente como regente, o que se lo pida a Bessieres. Son los hombres de mayor confianza del emperador y sus prestigios son intachables de cara al pueblo, algo que la asamblea no pasará por alto.

-Tal vez el problema sea mas complicado de lo que parece, Senador, porque el Sire me pidió que le suceda Lucien y no José. Además de ser el albaceas de Napoleón, también estoy al mando del ejército, cosa que aún Bessieres no sabe, y no saben ambos gobernadores en París que en nombre del emperador he tomado decisiones mas allá del terreno militar como el secretismo de su muerte y la modificación del Ministerio de Guerra. Lo unificaré con el Ministerio de Marina para crear uno de Defensa. Además está el ascenso de varios jefes militares. El propio ministro de marina está desconcertado por estas decisiones.

-Bueno, Mariscal. Póngase en esta situación: no habrá problemas con eso porque si Lucien asume el trono sabiendo que se lo podría quedar usted, apoyará las disposiciones tomadas. Además, en cuanto se corrió la voz de que el Sire no estaba en Inglaterra, usted pasó a ser el héroe de la campaña que puso fin a la guerra. En resumen: apoyo militar, apoyo político y apoyo popular. Creo que está en una posición inmejorable, Mariscal. Además Bessieres le tiene en alta estima, así que no tendrá usted inconvenientes por ese lado. Aquí lo importante es que José Bonaparte esté de acuerdo con la decisión de su hermano Napoleón, o sea el trono de Lucien.

-Estaba pensando en un plan para adelantarnos a los acontecimientos. Voy a partir esta noche, en secreto. Solo me acompañará el mariscal Junot. Usted, los doctores y dos mandos sabrán de esta gestión. Voy a poner en antecedentes a Lucien y a Bessieres, y tomaré su consejo de asumir la regencia durante unas semanas para aplacar cualquier intento de golpe de estado, y así le damos un tiempo prudencial a las cortes para que se acomoden al nuevo régimen. Allí esperaré la entrada del ejército mañana mismo. En caso de haber algún problema, lo comunicaré de inmediato.

-Puedo acompañarle para hablar con gente de la Asamblea.

-¿Puedo sugerir algo, Mariscal?- Interrumpí el pedido del Senador

-Diga Junot.

-De la misma forma que el Mariscal Berthier deja mandos militares para actuar según las reacciones en París, sería bueno que el senador Berthollet se quedase aquí para salvaguardarlo de cualquier problema. Así tendíamos su asesoría jurídica, médica como investigador, y un apoyo político de peso en caso de ser necesario.

-Es verdad- dijo Berthier –sería importante ya que si las cosas se pusieran difíciles sus contactos serán importantes a la hora de pacificar las cámaras. No podemos arriesgarlo en un conflicto de envergadura.

-En ese caso, necesitarán contar con un apoyo superior al mío en la Asamblea. El actual presidente del Senado es Monge. A él le pedí lo necesario para lo del hospital y respondió de inmediato, pero me hizo saber que sospechaba algo. Se fía de mí, y espera que le responda. Si ustedes contactan con él, tendrán un aliado político de suma importancia. Es un hombre con mucha llegada ante Lucien, y muy respetado tanto por Bessieres como por José Bonaparte. Les daré una carta firmada por mí, no creo que sea necesaria una recomendación en su caso, pero así sabrá que usted tiene mi conformidad para llevar adelante los cambios políticos...

En ese momento se acercaron Larrey y Dufriche.

-¿Cómo va eso, doctor?

-Sabía de las habilidades de Dufriche, pero ese trabajo es verdaderamente una obra de arte. Lástima que sea el cuerpo de quién es, pero tendrá una presentación impecable en el funeral.

Luego de otra ronda de cognac, los médicos fueron puestos al tanto de las intenciones de Berthier y se comentaron un par de tonterías más hasta que nos fuimos. Larrey había decidido quedarse en la enfermería para sumarse al trabajo de Dufriche y Berthollet que estaba casi terminado.

Diego y yo nos fuimos al palacio y comimos algo encerrados en el despacho, donde ultimábamos los detalles de la fuga. En mitad de la cena mandó a llamar a Bernardotte que se estaba preparando para salir al encuentro del alcalde. La fiesta estaba tomando fuerza y la música se escuchaba por toda la ciudad.

-¿Mandó a llamar, Mariscal?

-Si, Bernardotte, verá. Seguramente tendremos que ir hasta allí afuera para recibir homenajes de las fuerzas vivas de la ciudad. Pero antes necesito reordenar varias ideas, mañana será un día muy largo. Voy a tener una reunión con Murat y Marmont y luego iré a la alcaldía. Necesito que hasta ese momento entretenga a la concurrencia. Junto con los generales. Además de eso, no lo tome a mal pero supuse que usted dejaría el puesto luego de nuestra llegada a París, así que decidí liberarlo de tareas pesadas a partir de mañana para que pueda manejar sus tiempos. Supongo que estará en el desfile de regreso.

-Gracias Mariscal, creo que estaré en París hasta la asunción del nuevo emperador y luego me retiraré. En lo que se refiere a mi cargo, disponga de el en cuanto le parezca para reordenar su estado mayor. Y por lo de la fiesta, no se preocupe, estaré allí.

Cuando se retiró Bernardotte y terminamos de comer, mandó a llamar a Marmont, Lannes y Lucas. Había llegado la hora de delegar el mando.

1 comentario:

  1. Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!

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