Capítulo XXVII

7 de Diciembre de 1805

XXVII
El cuaderno de Berthier
Irlanda


El frío del Atlántico se notaba más en la costa galesa que en el canal de la Mancha. Bristol era básicamente un pueblo que servía de antesala a la gran ciudad, Cardiff, donde Marmont había dispuesto su mando dejando el puerto en manos de Magón.

Cuando llegamos la operación de embarque estaba bastante avanzada ya que el amplio estuario permitía aguas y vientos más tranquilos. Como un fondo en el paisaje, visto desde la rada de embarque, el Neptune descansaba orgulloso mientras sus hombres llenaban sus bodegas con las divisiones de Segur. Más allá, camino de la desembocadura, se recortaba la figura del Formidable entre bancos de niebla, donde las tropas de Beaumont también subían a bordo.

Según Magón, en menos de tres horas estaríamos todos desembarcados en Irlanda, y eso sin que nos favoreciera totalmente el viento. El vicealmirante había decidido con el permiso de Marmont, cargar la mayor parte en pocos barcos, los más grandes, que también iban preparados para dar batalla en cuanto avistaran la flota inglesa. Aunque, a pesar del marino, quien se encontrase al enemigo debía huir actuando de señuelo, dando parte a los demás. El resto de la flota iba mas descargada para defender el desembarco si eventualmente teníamos problemas.

Algunas naves menores patrullaban las aguas a la vez que adelantaban a los vigías que se camuflaban en las rocas de los salientes de la costa irlandesa, los cuales formaban parte de una red de informantes para dar la alarma por medio de señales junto con otros que, cabalgando paralelo a la playa, iban denunciando cualquier avistamiento. Al conectarse esta red, en poco tiempo desde Ganteaume en el Sur, hasta Lucas en el Norte, toda la marina se enteraría hacia donde converger. También nos servirían si veían movimientos de Jervis o de cualquier enemigo armado.

Hacia el mediodía estábamos embarcados y rumbo a Irlanda. Esta vez no ocupaba camarote, ni había demasiados pertrechos. Debía ser una operación rápida. Como mucho pasaríamos una noche en la otra isla y de ser necesario buscaríamos algún pueblo donde cobijarnos.

No teníamos suficiente información geográfica de la isla, pero según el ayudante de Jomard, no se diferenciaba mucho de los valles que habíamos cruzado en el Sur de Inglaterra, solo por las elevaciones que aquí eran mas bajas. El cielo estaba encapotado y además de algunas lloviznas muy finas, pero aisladas, era bastante pasable.

Una de las cosas que jugaba a nuestro favor era que la mayoría de los hombres habían descansado casi un día completo en ciudades. La moral estaba alta y los generales se encargaban de que fuera así. Les llamaban titanes, colosos, y cosas por el estilo. Y por supuesto, águilas, mote que el emperador le había puesto a la Grand Armée. Era Napoleón quien normalmente se encargaba de felicitar y alentar a los soldados, pero desde su falta los jefes directos suplían en cada caso esa función. Cada uno a su manera. Y una de las cosas que me gustaban de Sebastiani o Marmont eran sus habituales paseos nocturnos de revisión de la guardia, haciendo chistes y charlando con los infantes como si ellos también tuvieran la obligación de quedarse despiertos.

Ahora el punto fundamental era el factor sorpresa, porque al cabo de una hora divisamos unos botes en la playa del Sur irlandés listos para embarcar un contingente de soldados ingleses. En una maniobra, varios barcos se pusieron paralelos a la costa y se prepararon para bombardear. Una fragata se acercó peligrosamente como señuelo y en medio de un silencio absoluto, donde solo se escuchaba el mar, la tensión se podía cortar en el aire. A bordo del Formidable, con Caffarelli a mi lado, mirábamos por los catalejos como pequeñas hormigas de casacas rojas se movían nerviosas en tierra, pero no eran suficientes.

-Tal vez sea solo una guardia- comentó el general

En ese momento, dos disparos surgieron desde diferentes puntos y las balas de cañones hicieron agua a metros de la fragata. Esta viró en redondo escapando, mientras el Neptune abría fuego. En pocos segundos en ambos bandos las descargas iban y venían, cada vez más cerca de sus objetivos. Adelantándose al resto de la flota, el Achille y el Algesiras eran de los más expuestos, pero los que más rápido se movían. En la cubierta superior del Formidable, veíamos y escuchábamos a Magón dictar órdenes de banderas disponiendo cada movimiento de la flota. Y lo hacía con una frialdad que hasta los hombres que hacíamos lo mismo en tierra, estábamos sorprendidos.

El ruido era ensordecedor, mucho más que en el desembarco en Hastings. Ahora no solo eran mas barcos disparando sino que también hasta el nuestro utilizaba las tres líneas de disparo haciendo saltar piedra y tierra en la costa enemiga. Vimos como una de las de defensa era alcanzada casi de lleno por una descarga del Algesiras cuando de pronto alguien dijo debajo nuestro las palabras “arder en cubierta”. Era uno de los oficiales que se giró hacia Magón y le señaló al Achille que en efecto, había sido alcanzado en la cubierta y una de sus grandes velas se había encendido. Pero al parecer el barco seguía su rumbo acercándose a la costa mientras disparaba y devolvió el favor haciendo saltar el flanco sur del enemigo.

Magón de inmediato se giró hacia los oficiales que tenía detrás de él y ordenó.

-Que el Neptune se dirija hacia el “agujero” y comience a descargar. El resto cerrarse hacia la costa Sur protegiendo el desembarco. Que acompañen al Achille.

Rápidamente las banderas subían y bajaban por los cordeles anunciando las maniobras dictadas por el vicealmirante, y como si fuese un ballet, seis barcos más chicos giraron sus proas casi al mismo tiempo, hacia donde estaba el Achille, precediendo al gran navío Neptune que dejaba de disparar y maniobraba hacia la costa por detrás de los otros.

A nuestra derecha el Algesiras seguía escupiendo fuego, pero estancado en la misma posición. A su alrededor otros barcos se movían lentamente disparando mientras la primera fragata que se había acercado, intentaba salir del teatro de operaciones visiblemente escorada y con un mástil menos sobre su cubierta. 

Cuarenta minutos después del primer disparo, las tropas de Segur, que viajaban en el Neptune, presentaban batalla en tierra mientras desembarcaban los hombres de Beaumont y el resto de las divisiones de Marmont. Magón dio órdenes de acercarse y preparar el desembarco nuestro, y el Formidable dejó de disparar.

Mientras bajaba al bote, precedido por Caffarelli, solo el Achille disparaba cubriendo nuestra llegada hasta que una bandera azul se izó en el campamento enemigo.

No podíamos pisar playa, era una costa rocosa que me recordaba a los espigones de Mar del Plata, la ciudad donde solía veranear de chico. Trepábamos por estas grandes piedras detrás de los hombres que intentaban con mucha dificultad que los caballos hiciesen lo mismo. Delante de ellos los infantes ya llegaban a la cima y se escuchaban los disparos de fusiles.

Cuando pudimos ver el frente de combate, no había formaciones como en anteriores batallas. Nuestros soldados estaban arrodillados en tierra disparando hacia un enemigo que se retiraba hacia atrás pero no por nosotros sino por las cargas de la división de dragones de Beaumont y la artillería de Marmont que ya estaba operando a unos 500 metros a nuestra izquierda, o sea al Sur.

Pocos minutos después vimos como a paso firme, y ahora sí en forma ordenada, la infantería de Segur marchaba hacia el frente tomando posiciones. Entonces Kellermann ya tenía a todos su caballería sobre el terreno y los ordenó, cargando sobre el centro y Norte de las líneas enemigas. Momento en que me acerqué a Caffarelli:

-Deberíamos aprovechar para formarnos nosotros también. Nuestra infantería está muy dispersa.

-Si, pero me gustaría saber quien nos está ayudando del otro lado. Allí- señaló hacia el Norte donde se veían soldados ingleses casi tan dispersos como nosotros –están disparando, pero no hacia aquí. Sino hacia atrás. Como si estuviesen rodeados.

Era verdad. Pero no podíamos levantarnos del suelo por el riesgo a ser blanco fácil ya que no nos cubría nada. En minutos, la infantería se ordenaba y entonces sí, la guardia me rodeó al ponernos de pie. Bugeaud me pasó el catalejos y pude ver que los ingleses parecían luchar contra un regimiento vestido de verde. Aunque no parecían soldados profesionales, ya que no eran uniformes sino que cada uno llevaba ropas de diferentes tonos de verdes, dejando bien claro que no eran ingleses.

-Son irlandeses revolucionarios, los que se oponen a la corona inglesa- dijo Bugeaud –esos son los colores que usaba mi padre. También se los reconoce por la cantidad que hay de cabello rojizo.

Caffarelli dio la orden de marchar y la infantería comenzó a avanzar con paso apurado para emparejarse a las divisiones de Segur y continuar la línea del frente. En pocos minutos la situación estaba controlada y vimos como se elevaban banderas blancas en el flanco Norte. Pero los irlandeses no dejaban de disparar a pesar de la rendición inglesa.

Di orden de alto el fuego y Caffarelli la hizo cumplir en el acto. También las tropas de Segur se detuvieron y toda la infantería puso rodilla en tierra con las armas listas y apuntando. Detrás, en el flanco Sur, Beaumont y Milhaud reagrupaban los regimientos de caballería listos para cargar en cuanto se diese la orden. Kellermann hacía lo mismo a mi derecha.

Expectantes veíamos como los ingleses retrocedían hacia nosotros hasta que se detuvieron plantando cara a los “verdes” que no dejaban de disparar. Una vez más mostraron sus banderas blancas pero no obtuvieron respuesta. Parecía que los irlandeses querían continuar la batalla. Solo se frenaron cuando la infantería inglesa disparó al unísono formada en perfecta línea. Supuse que ahí entendieron que nosotros no atacaríamos si no nos disparaban.

Las armas se callaron pero los movimientos de reagrupación se avivaron. El campo estaba cubierto de cadáveres aunque muy pocos de los nuestros. Casi todo era color rojo. Llamé a Bugeaud.

-Teniente, necesitamos comunicarnos con los irlandeses. Debemos saber sus intenciones. Haremos que los ingleses depongan las armas y se entreguen pero ellos deben detener su ataque. Entérese de quien manda allí e invítelo a una conferencia.

-Si, señor Mariscal.

El poco tiempo, Bugeaud disponía de dos hombres que cabalgaban con él llevando una gran bandera blanca y otra francesa rumbo al frente irlandés. Mientras tanto, otro grupo parlamentario se acercaba al inglés pero este era enviado por Marmont. Sorprendidos vimos como los ingleses dejaban paso a la comitiva de mi teniente que seguía camino al Norte, directamente al grupo de “verdes”.

Ya no se escucharon más disparos. Solo el ir y venir de caballos con diferentes comunicaciones. En esos momentos, rodeado por sus edecanes, llegó el mariscal Marmont quien mostraba en su rostro satisfacción por la tarea.

-Disculpe si me adelanté, Mariscal, es que uno de los hombres de Segur hizo contacto con el frente inglés. Dicen que rendirán sus armas si los irlandeses dejan de disparar. Al parecer eran un par de regimientos alistados para esta batalla, pero en realidad la mayoría de ellos son guerrilleros disidentes que buscan la independencia. En el momento oportuno, dieron vuelta sus fusiles sorprendiendo a los británicos. Supieron aprovechar su oportunidad.

-¿Con quien se comunicó en el frente enemigo?

-El hombre al mando es un tal Knox, Comodoro Charles Knox.

-¿Knox?

-Así es. No tenía fuerzas suficientes pero aun así pudo habernos causado estragos dada su posición en la costa. Si no fuese por la traición del regimiento irlandés, no creo que hubiésemos terminado tan enteros.

-Si los “verdes” bajan sus armas, ¿El se entregará?

-Así parece. Le hice saber las órdenes del nuevo régimen de Londres. De hecho en este momento sus hombres nos dan la espalda. Confían en nuestra educación militar. Detuvimos el fuego en cuanto vimos las banderas blancas. Los otros no. No creo que tengan mucha instrucción de armas.

Cuando volvió Bugeaud nos dijo que estaban dispuestos a hablar, pero que no bajarían las armas ya que no querían dejar de ser colonia inglesa para ser colonia francesa.

-Quieren la cabeza de Lake. Dicen que ese general mandó a asesinar poblados completos para sofocar la revolución del 98. Que no perdonó ni ancianos ni mujeres. Hasta se habla de niños colgados por orden de ese tipo. Vendrán a parlamentar cuando los ingleses estén desarmados.

Miré a Marmont que enseguida mandó a sus soldados a consumar la rendición. Los demás generales se preparaban para marchar hacia el Noroeste para encontrarnos con Soult y Murat cuando un hombre, vestido como civil, se acercó cabalgando desde el Sur paralelo a la costa. Se dirigió directamente a mí.

-Mariscal Berthier, soy el vigía de la playa que está a dos millas al Sur. Collingwood navega hacia nuestra posición. Ya avisamos por señales a la flota. A partir de ahora la marina se prepara para el combate. Y yo debo avisar a los puestos del Norte.

-Dígales también que el Comodoro Knox ha sido derrotado y ya vamos hacia ellos. Cabalgaremos hacia el Norte en busca de Jervis hasta encontrarnos con Murat o Soult.

-Bien señor.

Mientras se retiraba, veíamos como la flota de Magón maniobraba escondiéndose en bancos de niebla, a la espera de la batalla, Segur y Caffarelli se ocupaban de la rendición inglesa, otros montaban tiendas para recibir al jefe inglés y a la comitiva irlandesa. Marmont y yo nos cobijamos en una de ellas y estábamos comentando los próximos pasos con un buen café cuando llegó el general Beaumont, acompañado por el vigía que treinta minutos antes había partido rumbo al Norte.

-Mariscal, hay noticias desde el otro puesto. El General Lake fue apresado en el Norte por las tropas del mariscal Murat. Ese era el comandante de las tropas inglesas en el Norte de la isla. Al parecer estaban esperando ser trasladados por la Royal Navy cuando fue sorprendido por nuestra caballería. Los ingleses fueron aplastados.

El mariscal Soult quedó en guardia en Belfast mientras Murat cabalga hacia Dublín buscando a Jervis, pero los ingleses y los irlandeses dicen que el almirante no está en esta isla. Sus órdenes son enviadas desde algún lugar de Manchester.

-¿Le avisaron de las novedades?

-Están en ello. El correo partió de inmediato, así que supongo que en poco tiempo el mariscal estará al tanto de nuestra situación. No hay novedades de Birmingham ni de Liverpool.

-Dígame, ¿como se enteró usted de que Collingwood venía hacia aquí?

-La balandra que patrullaba la costa lo avistó. En cuanto me dio aviso con sus banderas, siguió rumbo al Sur. Supongo que mientras nosotros alertábamos a la flota del vicealmirante Magón y seguíamos en busca del vicealmirante Dubourdieu, ella se iba hacia el canal, con el almirante Ganteaume. Si no había órdenes contrarias, ese sería el camino más lógico.

-¿Qué podemos hacer nosotros para ayudar en esa batalla?- preguntó Marmont

-Nada mariscal. Solo mirar y estar atentos no sea cosa que intenten desembarcar aquí mismo.

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