5 de Diciembre de 1805
XI
El cuaderno de Junot
Amanece en Inglaterra
Cuando despertamos con la trompeta, Rivaud y Bourcier ya estaban listos en sus puestos. Y también el Capitán de Caballería D’Hilliers, que se había quedado de guardia junto con sus caballeros, algunos artilleros y un par de brigadas.
Desayunamos café y un pan mas reseco que los anteriores pero con una mantequilla bastante pasable aunque muy fuerte. Me cambié de ropa y me preparé igual que los demás para la marcha. Cuando salí de la tienda mi caballo ya estaba preparado y la guardia lista para acompañarme a todos lados con Exelmans al frente.
Mientras afuera se levantaban las tiendas y se guardaban los pertrechos, nosotros terminábamos de beber un café negro, sin azúcar, en tanto estudiábamos los mapas.
La idea era práctica, utilizaríamos los caminos trazados según el plan explicado por Vivant y que ya habíamos repasado en Cléry, siempre precedidos por un pelotón de exploradores montados. Los caminos transversales serían buenos para los correos de comunicación con los demás cuerpos del ejército.
La marcha sería encabezada por Murat y su caballería. Detrás le seguiría Bernardotte y sus hombres con el grueso de la artillería y yo cerraba la columna con mis cañones listos para armarse en caso de sorpresas.
A lo lejos se veía despejado. Si el viento cambiaba, el cielo estaría libre de nubes durante el trayecto, lo que hubiera sido fantástico. Pero eso parecía que no iba a ocurrir nunca. Lo mas probable era mas de lo mismo: frío y lluvia.
El camino sería el de Dover-Londres, por la ruta de Maidstone, alejándonos del mar. Acamparíamos en las afueras de Dartford esperando órdenes de ataque, dando tiempo a que las otras divisiones tomaran posiciones al Oeste y al Norte de la capital inglesa.
A pesar de la lluvia el suelo era bastante transitable. Aunque comenzamos ascendiendo una meseta pronunciada los hombres no parecían quejarse, ni siquiera aquellos que transportaban la artillería. En principio, estaríamos en Dartford antes del mediodía, lo que nos daría tiempo para secarnos y prepararnos. Hasta descansaríamos una noche completa antes de entrar en la capital.
A
estas horas Londres se sería un hervidero, alistándose para una defensa ya que había desaparecido el factor sorpresa. Y ahora de nada servían las marchas forzadas. Más que rápido, la consigna era alerta. Podíamos tener alguna escaramuza en cualquier parte del camino, en especial cuando atravesamos tanto bosque.
Mi columna se dividía en tres secciones y yo marchaba en la del medio. Llevaba conmigo a la guardia de Exelmans, dos regimientos de infantería a cargo del capitán Castellane, y a Ornano con la artillería. Friant estaba en la primera sección con el grueso de la infantería y el cuerpo de exploradores y correos, mientras que Bourcier, con la caballería de Dragones cerraba la marcha.
Cada tanto recibía de ambos generales novedades de los exploradores que recorrían diversas franjas de terreno a nuestros flancos, como así también una noticia de Bernardotte que decía haber mandado correos a Napoleón y hacia la costa, pero estos últimos habían vuelto muy pronto sin noticias de la marina.
Una de las cosas que había observado durante el trayecto, era que los hombres escribían a sus familias. Con mucha experiencia algunos marchaban siguiendo el paso mientras, con el papel apoyado en cualquier cosa medianamente rígida que encontrasen, manejaban la pluma con suma habilidad y rapidez mojándola en el tintero que le sostenía el compañero de al lado. Al otro costado marchaba el que dictaba la letra, y pagaba algunas monedas al escritor, ya que la mayoría no sabía escribir como para mandar una carta. Especialmente si esta era para alguna mujer y no querían mostrar sus faltas. Cuando terminaban, el escritor entregaba el papel al soldado en cuestión y este le dejaba el puesto de marcha a otro que venía con su papel listo para su misiva. Los correos se harían cargo del resto. En cuanto alguno tuviese que partir hacia la costa en alguna misión intentarían que esas cartas subiesen al barco.
También observé los implementos que llevaban consigo. Era como si se fuesen de campamento, pero en la mochila transportaban solo lo mas necesario, ya que el grueso de las cosas comunes como tiendas, útiles de cocina y otros pertrechos viajaban a lomo de mulas.
En la parte superior, enrollada, iba siempre la manta que usaban para dormir, luego las cosas de higiene, con especial cuidado a las navajas de afeitar, ya que había que ver como se ponían los oficiales con ese asunto.
También llevaban ropa de repuesto, no de uniforme que casi no se conseguía, mas bien ropa interior, unos calzoncillos largos de frisa que se usaban bajo el pantalón, unas camisetas de manga larga y cuellos cerrados para que cubriesen y no se viesen bajo el uniforme, varios pares de calcetines, guantes, bufandas y los mas afortunados un segundo par de botas que consiguieron despojando algún cuerpo caído en combate.
Para finalizar, luego de los cacharros de comida (un plato de latón y una cuchara), se almacenaba la munición, algunos otra bayoneta o cuchilla, y unas bolsitas de pólvora. Esto último quedaba a mano de una abertura que tenían están mochilas por debajo.
Al llegar a Maidstone, cerca de la hora del desayuno de media mañana, los comandantes nos reunimos en espera del correo del emperador mientras veíamos como la larga fila de hombres marchaba a paso sostenido cruzando por la calle central, que estaba mejor empedrada que el resto del camino. Al parecer esta ciudad era la capital de la provincia de Surrey o algo así.
Mientras pasaban entre las casas, la actitud de los soldados cambió radicalmente. Cuando marchábamos por los caminos no perdían la posición dentro de su pelotón, pero iban mas relajados. Ahora mantenían un ritmo que se podía escuchar cuando todas las botas juntas pisaban al unísono, erguidos como un pino y con gesto serio en la cara como diciendo “al primer movimiento que no me guste te masacro,
pringao”.
La ciudad, un pequeño pueblo pero con mas presencia que Deal, no estaba vacía pero no se atrevieron a salir a esperarnos. Según los hombres de Murat, los exploradores habían tranquilizado al alcalde diciendo que no se meterían con la gente y sus pertenencias, pero que no tolerarían ningún ataque por parte de la escasa presencia civil en la ciudad. A cambio el alcalde contó que los soldados ingleses habían recibido órdenes de partir hacia Londres. Todo esto nos fue comunicado en cuanto llegué a una casa que había quedado vacía y donde Bernardotte se estableció por un rato para reunirnos.
Allí, siguiendo con la tradición del café y cognac contra el frío, nos juntamos mariscales y generales para comentar la situación de marcha y noticias.
-Bien Murat, así no tendremos que perder tiempo con los pueblos de la zona. Si nos comportamos como es debido y no lastimamos a nadie, nadie nos hará frente hasta llegar a Londres.
-Lo hice pensando en el tiempo de marcha, cuanto antes lleguemos mas tiempo tendremos de descanso y preparación. Además no nos conviene que esto se estire mucho, no olvidemos que luego de la capital queda un país hacia el Norte. Ahora lo que me preocupa es que no vimos un solo soldado inglés en lo que va de la mañana. No me lo creo, algo está pasando.
-Yo también pensé en eso- dijo el otro Mariscal –Pero además no hay noticias de la marina, aunque aun no confío mucho en ellos. Pienso que al final va a ser verdad que nos esperan concentrados a las puertas de Londres. Y a
mí
lo que mas me molesta es la incertidumbre de sus fuerzas reales.
-¿Fuerzas reales?- pregunté -Pensaba que los informes del enemigo estaban bastante actualizados.
-Generalmente es así, pero en el caso de Inglaterra, solemos tener mejor información de la marina. Además siempre están moviendo sus ejércitos aplacando revueltas en las colonias y jugando a ver quien colecciona más títulos nobiliarios en la política interna con lo cual van de aquí para allá. Nunca se quedan quietos. Esto atenta contra el mantenimiento de una información certera sobre quienes están esperándonos y con cuantos efectivos o armamento. Para cuando llegan las noticias a París, casi la mitad ya es falsa.
Friant miró al Mariscal pidiendo la palabra
-Se me ocurre, señor, que nos preparemos para recibirlos durante la noche en nuestra próxima parada. No creo que nos dejen llegar a Londres así, sin más.
-Estamos de acuerdo. Por eso, a medida que nos acerquemos tenemos que redoblar las guardias y las avanzadas para estar atentos. Y siguiendo las inquietudes de Murat será mejor continuar la marcha. Cuando hayamos salido totalmente de la ciudad mandaremos otro correo al Sire.
Una vez que nos pusimos de acuerdo montamos para salir cada uno hacia nuestro puesto, pero antes de movernos llegó un comunicado del emperador. Se dirigió directamente a Bernardotte quien nos
hizo señas para acercarnos.
“Al comandante del Ejército Sur, Mariscal Bernardotte:
Me alegro de vuestra rápida victoria en Deal. Eso hace que la moral de los hombres dirija sus pasos más firmemente hacia el objetivo final. Pero ahora es cuando llegan las dificultades.
Hemos sabido que todas las tropas inglesas se están concentrando en las afueras de Londres, en la llanura frente a la ciudad de Epson donde esperan detenernos. Por este motivo las divisiones de Soult y Lannes ya aseguran Woking mientras nosotros nos preparamos en Dorking.
Dejo en sus manos el flanco derecho. Diríjase hasta el poblado de Warlingham para achicar el teatro de operaciones y tomar posiciones. Le pido que apure el paso ya que podremos definir esta campaña hoy mismo. Nos reuniremos en Coulsdon. El fin de la guerra esta solo a un paso y depende de nosotros y nadie mas.
Salude mi parte a Murat y a Junot.
Bonaparte.”
Desplegamos los mapas y marcamos las posiciones de la carta mientras Bernardotte despachaba al correo con la respuesta. En pocos minutos teníamos los rumbos marcados. Ya no tendríamos que cruzar frondosos bosques pero sí las alturas de las mesetas que se extendían casi desde donde estábamos hasta Gales.
Ahora no marchábamos una columna detrás de otra, sino que lo hacíamos a la par por tres caminos paralelos. La marcha era de paso redoblado, que no era tan rápida como me imaginaba sino más bien era sin descanso y con los fusiles listos.
La caballería se había adelantado en pelotones más numerosos para prevenir problemas y ver el terreno. Lograr las alturas de esas mesetas en el campo de batalla era crucial para los cañones.
Los carreteros fustigaban a los animales para apurar el paso de la artillería y durante la marcha cada hombre buscaba entre sus pertrechos lo necesario para comenzar el combate.
D’Hilliers volvió de patrullar con sus hombres en una rápida carrera hasta Catham y Swanley.
-Mi general, no hay enemigos en estas localidades. Todas las guarniciones inglesas han desaparecido y tan solo unas guardias de marina cubren sus puestos en las entradas a Londres. Pero se pueden ver barcos listos para combate en el embudo del río.
-Eso significa- intervino Bourcier -que ya no nos atacarán por retaguardia. Al final era como suponíamos, en Epson nos van a esperar con el ejército mientras la marina cubre un eventual desembarco en Londres.
Todavía era temprano cuando nos asentamos más allá de la ciudad de Warlingham. El poblado estaba totalmente desolado salvo por unos mendigos harapientos y algún que otro viejo que pretendía defender sus pertenencias con herramientas de campo. La mayoría había huido hacia el Norte.
Los artilleros acomodaron las tiendas para proteger cañones, municiones y pólvora de la lluvia que cada vez se hacía más fuerte. Murat disponía la caballería en el extremo derecho del flanco según órdenes de Bernardotte. El Mariscal jefe había dejado a Rivaud al mando de la división central del frente de combate mientras galopaba al encuentro del emperador.
Yo miraba como Friant formaba a los hombres en el extremo izquierdo de la línea de ataque. A lo lejos se observaban los movimientos de diferentes regimientos ingleses, y desde el principio nos dimos cuenta que nuestras fuerzas no eran muy superiores en número.
Era casi el medio día cuando Bernardotte volvió y se reunió con Murat y conmigo.
-Bien señores, según nuestros cálculos llegan a unos 120.000 hombres más o menos. Además de uniformes del ejército inglés se ven regimientos de la marina, irlandeses, galeses y escoceses. Se supone que este es el ejército del general Moore, en defensa de la isla.
-Y yo supongo que no se esperaban a mas de 100.000 de nuestro lado.- dijo Murat –Tiene razón el emperador, esto se tiene que terminar aquí y ahora, pero será una tarde muy larga.
-Y más vale que nos apuremos ahora que estamos igualados en fuerzas, no sea cosa que les lleguen refuerzos y se nos complique.- dije yo.
-En cuanto los vigías vean la orden del Sire haremos un movimiento de descompensación de las fuerzas enemigas. Nosotros seremos el yunque del principio. Murat, a mi orden usted retrasará su caballería hasta hacerla desaparecer de la visión del frente. Entonces nos iremos hacia el Sur, dejando que nos sigan, pero presentando batalla.
Una vez que tomen posesión de la ciudad, daré una contraorden y plantaremos cara frenando la línea fuera del alcance de los cañones ingleses. De ahí en más, dependeremos de las órdenes centrales nuevamente, pero supongo que terminaremos por avanzar en nuestro flanco. El plan principal se basa en debilitar el centro de sus formaciones para dividirlos, penetrar por el medio si se puede, y envolverlos en dos alas...
La lluvia se convirtió en un aguacero constante y vertical ya que no había viento. La humedad nos calaba los huesos. Algunos soldados se aferraban a distintos amuletos. Otros simplemente dormitaban bajo los toldos o limpiaban los fusiles, o revisaban su equipo. Un grupo mas allá jugaba dados y muchos meditaban con la vista al frente de combate, atento a lo que pudieran ordenar los oficiales. Un muchacho mas o menos de mi edad me acercó el caballo a la puerta de la tienda, con el lomo cubierto con una manta.
Apuré el café mientras observaba como Ornano miraba las posiciones de los artilleros ingleses con el catalejos. La adrenalina estaba subiendo de nuevo. Pero esta vez no sentía miedo, ni frío, ni vértigo. Esta vez sentía impaciencia. Yo también quería terminar aquí y ahora.
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