Capítulos VII y VIII

2/XII/1805

VII

El Cuaderno de “Berthier”
El Sire

A las 10:30 aproximadamente me tocó embarcar en el Formidable. Agradecí que mi embarque fuese de día porque el bote se zangoloteaba tanto que pensé que naufragaríamos a 50 metros de la costa. En aquel momento sentí que estaba temblando, pero dado el frío, era una sensación que se podía esconder fácilmente entre los oficiales que me acompañaban.
En el mismo galeón viajaba la mayor parte del alto mando. Yo compartía un gran camarote con Napoleón y Ney y salvo unos pequeños implementos de campaña como mapas, cosas de higiene y un par de mudas de ropa seca y limpia, todo el equipaje estaba montado en una mula al cuidado de los ayudantes en cubierta, incluyendo la tienda de campaña del emperador que podía hacer de cuartel general en pleno combate.
A eso de las 12:30 zarpamos, pero sin alejarnos de la costa. No me costó acostumbrarme a la cadencia de la nave sobre el mar, ni tampoco al Sire, pero Ney pasó la mayor parte del viaje sentado o acostado.
En otras ocasiones, cuando los oficiales nos juntábamos, fuera de las charlas militares y políticas, se hablaba de cosas triviales como la familia, chicas, formas de cocinar tal o cual comida, costumbres de los pueblos de procedencia de cada uno..., cosas así. Pero rara vez se tocaban esos temas delante del emperador. Al parecer de algunos, no era precisamente muy avezado en temas de mujeres, y la familia le traía mas dolores de cabeza que soluciones.
Pero esa noche lo escuchamos hablar amenamente sobre su pueblo, Ajaccio y sus costumbres. Mientras bebíamos cognac, una botella que había traído él mismo desde París, nos contó de las pequeñas colinas de la isla de Córcega, los fuertes vientos que azotaban la costa en otoño y los calurosos y húmedos veranos, con su madre tendiendo la ropa en fondo trasero de su granja, siempre con una escopeta a mano dado los problemas que representaba ser la señora de Carlo Buonaparte, el dirigente político y revolucionario independentista local.
Napoleón Bonaparte
Cara estirada que se iba redondeando al paso de los años, ojos pequeños de mirada serena, labios finos, nariz recta, de baja estatura aunque sin ser enano. Se veían indicios de calvicie en las entradas que empezaban a notarse en sus sienes, aunque no como en las imágenes colegiales. Apenas asomaba una pequeña redondez en su estómago, pero sobresalían sus hombros anchos con lo cual no parecía una persona gorda a pesar de una mediana estatura. Tampoco era muy musculoso, tenía en sus antebrazos las formaciones propias de quien se mantiene a base de trabajo pesado (una de las primeras tareas en la escuela de artillería es aprender a transportar material de guerra como cañones y proyectiles) pero no parecía de esos tipos que se matan en un gimnasio para aparentar una fuerza inexistente. Y al contrario que lo que uno imagina de un emperador, sus manos mostraban callosidades y rugosidad de quienes trabajan mucho artesanalmente y sin guantes. Desde chico tubo que ayudar en las tareas de la casa y a él le gustaba estar en el huerto. Lo cual le favoreció a la hora de estudiar en la escuela militar de Brienne, ya que uno de los deberes encomendados a cada novato era la de formar un huerto privado de unos 15 metros cuadrados de donde debían proveer a la cocina. Y justamente por su origen en una familia de campo, esta fue una de las obligaciones en las que destacó llamando la atención de sus profesores desde temprana edad.
Si bien era un tipo al que le costaba sonreír, tampoco era un ogro malhumorado. Su sentido del humor era más bien fino y sencillo. Fino dado que las circunstancias graciosas las encontraba dentro de contextos complejos, propio de hombres que se habían educado pupilos bajo un régimen militar. Viendo las comodidades de la época, no creo que estar dentro de una escuela de artillería, rodeada de un campo de maniobras totalmente pelado, a merced de las inclemencias del tiempo, desde los 7 años hasta la adolescencia, no se forma un carácter muy dicharachero que digamos. Acostumbrado a posar en forma castrense desde las 6 de la mañana durante 8 años tratando de que el uniforme luciera impecable (cosa que al parecer nunca lograba), hace que el resultado sea opuesto al alma de las fiestas de la alta sociedad.
Parecía arrogante en su forma de dirigirse a los demás, pero todo cambiaba cuando estaba frente a un civil o en un contexto fuera del trabajo. Si bien mantenía su porte, las órdenes se impartían precedidas por las palabras que detallan un trato social solemne pero respetuoso. No le costaba nada pedir las cosas por favor, dar las gracias, felicitar o pedir disculpas siempre que fuera necesario. Y no parecía que lo hiciera por hipocresía, su posición avalada por los votos de una nación que realmente le respetaba, no requería de tanta cortesía. Era más bien parte de su formación lo que le obligaba al buen trato con sus pares.
Su sencillez natal, (y tal ves las penurias políticas de su Córcega) lo habían convertido en el típico demagogo de la época. Basado en la idea de pan y circo al pueblo, que ya había desarrollado el imperio romano, le gustaba la visión de su imagen popular como un general blandiendo su espada en su mano derecha y un semidiós derramando ternura y protección con la izquierda. Pero no solo en su fase política. También en la familiar donde otorgaba a sus hermanos todo tipo de consideraciones como títulos y posiciones, aunque se los quitaba de inmediato si no seguían sus instrucciones. Igualmente en lo militar donde tanto premiaba la bravura y el intelecto con ascensos y títulos nobiliarios como de pronto mandaba a retiro o encajonaba detrás de un escritorio al soldado que ya no respondía a sus expectativas en el campo de batalla. Era capaz de perdonar el miedo en un muchacho que cogía un fusil por primera vez pero no la falta de dinamismo en un general que no avanza cuando tiene la oportunidad de hacerlo. Esta lógica fue quizás la que aplicó cuando modificó leyes de prioridad de atención a sus subordinados: en todos sus ejércitos los soldados comían a la par de sus oficiales, generalmente lo mismo que ellos, y en cuanto a la atención médica, ya no se atendía según el rango sino que se daba prioridad según la afección, sin importar medallas o nombramientos.
Su fascinación por las ciencias y las artes, su avidez por aprender toda materia que se le mostraba oscura, le hacían admirador de aquellos que dominaban medicina, geografía, historia, música, pintura o arte dramático. De hecho se había convertido en un buen crítico de teatro a fuerza de acudir a los espectáculos y tratar de interpretar los guiones y actuaciones y, según sus palabras, al principio no entendía nada de esto, pero necesitaba entenderlo ya que la política tiene también caminos que pasan por demostraciones públicas de cultura y snobismo. Con el correr de los años y a fuerza de hacer campaña donde agradar a sus súbditos mas desconfiados (la aristocracia) había aprendido a apreciar el arte dramático y desarrolló cierta sensibilidad por la pintura y la escultura. Con respecto a las ciencias todo le resultó mas fácil ya que desde que tuvo un mínimo de poder se rodeó de técnicos para saciar un apetito tecnológico que siempre llevó dentro. Desde su asunción como cónsul, el desarrollo y la investigación fueron pilares de alta prioridad en el gobierno francés.
Todo esto se había notado en la charla mantenida durante el compás de espera en el barco y por la cara de Ney pensé que no era muy normal escuchar al Sire explayarse de esta forma. Y eso teniendo en cuenta que se dirigía a él, ya que Berthier sabía casi toda esta historia por ser uno de sus primeros edecanes junto a Junot y Massena.
Al terminar la bebida me sorprendió con una orden que a Ney le pareció de lo más normal:
-Berthier, este es el estudio que le he pedido a Jomard, en él estuvimos revisando anoche con Vivant todo lo que sabemos de Inglaterra: su relieve, caminos, ciudades y pueblos. También le adjuntamos los informes conseguidos de nuestros agentes. Los hombres de Tayllerand y Segur han hecho un buen trabajo. En fin, aquí los tiene- Me alargó un grupo de hojas de gran tamaño enrolladas como papiros –Necesitamos que en este tiempo que estaremos embarcados fijemos los mejores rumbos y movimientos posibles de nuestra Grand Armée hacia el muro de Adriano. Debemos asegurar la mayor extensión hacia el Norte de Londres para no sufrir contratiempos.
-Tiene pensado en algún plan, ¿Sire?- Pregunté intentado sondear como quería que hiciese el trabajo.
-Siempre pensé en la ocupación de Inglaterra con algunas divisiones a fin de socavar la moral británica, pero no con ánimo de conquista permanente. Para debilitar la corona, negociaremos la independencia de Irlanda y Escocia, y si es necesario Gales. No pienso quedarme mucho tiempo, sería bueno que en un año nuestra pérfida Albión siga su curso pero mas débil económica y militarmente, y sobre todo, con un gobierno que nos sea favorable y podamos establecer buenas relaciones...
El resto del viaje, mientras los otros dos dormían, yo me dediqué a esa tarea. Encontré datos interesantes, como que había una agitación subversiva contra la corona inglesa en Cardiff, la capital de Gales, y me concentré en cuatro puntos importantes: Manchester y Leeds como cabeceras de una frontera interna, y dos caseríos sobre el mar, importantes para establecer puertos donde la marina pueda anclar: uno era un pueblito al Noreste de Leeds llamado Newcastle y otro mucho mas pequeño sobre el mar de Irlanda llamado Liverpool, sobre una bahía frente a la costa irlandesa. En ambos casos estaban al reparo de estuarios más profundos, de los que abundan en las costas inglesas.
Destaqué más o menos los caminos que llegaban a estos puntos y otros hacia el Sur de Cardiff, hasta el puerto de Plymouth, lugar donde atacaría la marina luego de dejarnos a nosotros para establecer una base naval en esa costa, antes de partir hacia Londres para apoyarnos en la toma de la capital. Cuando terminé con la red de carreteras que podíamos utilizar, le puse nombre a los 4 cuerpos de ejército de ocupación: Lannes, hacia Leeds y Newcastle, Soult hacia Manchester y Liverpool, Marmont hacia Cardiff y Bernardotte hacia Plymouth. Murat estaría establecido en Birmingham con la caballería, plaza que le permitiría llegar de inmediato a las demás como refuerzo si fuera necesario y aseguraría los caminos a Londres desde el interior. Una vez anotados los nombres y las consideraciones sobre los mapas, me relajé en el catre, y me quedé dormido, mecido por el mar que se escuchaba a través del ventanuco sobre la cabeza de Ney.
Cuando desperté el mariscal me miró desde su cama con cierta seriedad. La cara del Sire no estaba para bromas, con gesto muy severo observaba los planos que yo había modificado antes de la siesta y señalaba las indicaciones. Se había despertado antes que nosotros con su habitual malestar estomacal. Esa especie de gastritis que le hacía mantener una mueca de insatisfacción durante toda la mañana. Un te muy caliente de una hierba que olía muy fuerte no le hacía cambiar de humor, pero era muy respetuoso con las indicaciones médicas. De pronto giró su cabeza y preguntó:
-¿Los nombres se disponen por alguna razón en especial?
-No, solo atendí a las cercanías geográficas de cada división con los objetivos. Pero no lo consideré puntualmente necesario. Cualquiera de ellos puede hacer cada tarea.
Guardó silencio durante unos minutos mientras seguía estudiando el plan. Con el dedo índice de la mano izquierda seguía rutas e indicaciones sobre el mapa mientras que con la mano derecha buscaba y repasaba escritos en los manojos de anotaciones de Jomard.
-¿Ney, que opina?
El Mariscal se acercó a la mesa mientras los tres terminábamos de vestirnos. Un gesto de sorpresa se dibujó en su cara cuando vio los planos con las marcas y nombres. También comparó algunas posiciones con las anotaciones.
-¡Vaya! Es la primera vez que veo un plan de ataque cuyos mandos están ya dispuestos y no lo ha hecho usted Sire. Pero tratándose de Berthier era de esperarse. Creo que no hay problemas. Nuestros mejores hombres en puntos estratégicos nos facilitarán el trabajo deaplacar a los ingleses. Si yo estuviera en posición del mariscal no lo habría hecho mejor.
-En cuanto hayamos consumado la invasión, usted Berthier asumirá el gobierno de Inglaterra. Luego de disolver el parlamento deberá poner en orden los asuntos civiles mientras tenemos a la familia real como huéspedes en París- Dijo Napoleón –Después convocaremos a elecciones nuevamente, solo que esta vez el primer ministro y las carteras ejecutivas la nombraremos nosotros. Haré venir a Darú para que asuma el ministerio de guerra y al vicealmirante Lucas en el ministerio de marina. Ese hombre me parece mejor que los demás almirantes que tenemos. Ese será un buen momento para que el nuevo Rey de Inglaterra asuma la corona y usted Ney el papel de primer ministro.
Una reforma que me parece fundamental en la política inglesa es desmantelar de nobles aristócratas la cámara de Lores y reemplazarla por una asamblea popular como la nuestra. Debemos darle mas participación al pueblo, no solo a fin de ganárnoslo, sino
también porque el ciudadano común se preocupa mas por sus asuntos internos antes de meterse en políticas exteriores a su nación.
-¿Quiénes se quedarán con nosotros en la isla, Sire?- pregunté 
-Durante su gobierno se quedará con Ney, Lannes, Junot y 40.000 hombres además de la mitad de la caballería y los oficiales correspondientes. En cuanto volvamos a Francia quizás mande a Augereau a sumarse con usted. Lucas se muere por hincarle el diente a la marina inglesa, algunos barcos serán desmantelados, otros trasladados ya con bandera francesa. Con el desmantelamiento mas lo que se encuentre en los arsenales podrá usted armarse de una buena artillería. No creo que tenga mayores problemas con la caballería u otros pertrechos que necesite. Igual estaré pendiente de si necesita algo.
-¿Quién será el Rey de Inglaterra? ¿Otro Hannover?- Preguntó Ney
-Según los informes de Tayllerand, el rey Jorge tiene ciertas... “indisposiciones mentales”, vamos, que se le va la cabeza cada tanto debido a una enfermedad crónica que cada vez es mas fuerte. Esto puede favorecernos de cara al pueblo ya que es sabido que estas enajenaciones mantienen en vilo a la cámara por los problemas que acarrean ciertas decisiones políticas. A eso le sumamos dos inconvenientes de mayor relevancia: la oposición de quienes no le perdonan la pérdida de la Unión Americana con los costos militares y económicos que conllevó esta guerra, y los levantamientos de Gales e Irlanda de varios grupos que no están de acuerdo con la unificación de un reino a costa de su independencia.
Cogió una carpeta que tenía entre sus papeles y la hojeó hasta detenerse en unos apuntes - Actualmente tiene 12 hijos. Su hijo mayor, Jorge, no es una persona que siga su idea política, pero tampoco nos favorece. Tiene estudios militares pero no de esos muy
aplicados, sino más bien de los que se hacen por la relevancia de su cargo.
El segundo, Federico, es su hijo predilecto. Actualmente es Duque de York y comandante del ejército, este sí que estudió a conciencia aunque fue el comandante derrotado hace 4 años en la fallida invasión de Holanda, también fue el comandante del ejército anglo-
prusiano en la invasión a Francia cuando la revolución. No se lleva muy bien con su hermano mayor, pero como es adicto al juego y a la gran vida, sabemos que vive un constante problema económico debido a sus constantes derroches. Y ese problema es grave porque el que siempre intenta salvarlo para mantener el nombre familiar bien alto es justamente su hermano mayor, el príncipe Jorge.
Esa será nuestra baza para el trono de Inglaterra. Una vez derrotado convenceremos a su padre para que abdique a su favor, le quitaremos sus deudas de encima y, por supuesto, a su hermano. También tienen la corona de Hannover con lo cual no solo el imperio británico se calmará, sino también Prusia. Alemania seguirá como hasta ahora, así que sin apoyo, Austria deberá hacer lo mismo... 
Luego nos queda el tercero, William. También militar y de los buenos. Tampoco está muy de acuerdo con la política de su padre y de su hermano mayor, pero es muy respetuoso de las órdenes que recibe. Además es valiente y efectivo en el campo de batalla y acertado a la hora de tomar decisiones. Es un hombre que al parecer carece de puntos débiles de consideración: le gusta la buena vida como a los demás pero recibió una educación severa y mantiene sus principios en su andar cotidiano. Como sus otros hermanos, tiene una familia, una amante, considerable fortuna, etc. Pero a diferencia del resto no se corrompe fácilmente y daría la vida por su patria. A este o lo derrotamos en el campo de batalla o lo tomamos prisionero. No creo que huya, ni mucho menos.
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VIII

El cuaderno de Junot
Desembarco en Deal

Después de comer con Berthier, me fui a mi cuarto a adecentarme un poco. Quería acostumbrarme a la situación como me había aconsejado el Mariscal argentino, así que probé con unas órdenes sencillas al principio. Le pedí café al guardia de mi puerta, y también que me acercase unos mapas que me puse a estudiar como si entendiese algo.
No hubo problemas. El oficial respondía en forma natural lo cual me dio tranquilidad. Al final lo despedí y me acomodé en la cama con los planos intentando interpretar lo que decían, hasta que me quedé dormido.
Había pasado casi dos días acostumbrándome y practicando mi papel y, durante ese tiempo buscando la forma de desaparecer, pero había una orden de vigilarme y cuidarme “de mi mismo”, obviamente del emperador. Así que después de cagarme en todos sus muertos varias veces, llegó el día del embarque. Desde el final de la siesta hasta entrada la noche viendo el movimiento constante de botes yendo y viniendo hasta el Redoutable, el Scipión, el Plutón y otros barcos. Entre los nervios y el frío me la pasé temblando desde que subimos a la lancha en la dársena del río, cerca de la  desembocadura, hasta que estuve en el camarote con Bernardotte y un oficial de marina. Pero a pesar de eso no se notó mucho. Mi actitud había cambiado conforme me acostumbraba al papel de general. Especialmente con los oficiales de mi guardia. Otro problema era con el mariscal, o los demás generales, porque yo no entendía nada de lo militar ni de lo que discutían.
Bernardotte no era un tipo arrogante, mas bien una persona bastante común para ser un mariscal. No levantaba la voz para dar órdenes al menos que fuese necesario. Siempre tenía una sonrisa a mano, como si se estuviera divirtiendo paseando en una feria de atracciones. Por suerte solo se hablaba de mujeres y negocios, por eso no tuve muchos problemas en la charla. Todo era más distendido. Me enteré gracias a esta conversación que ya en esa época había crisis económica, pero no me quedó claro si era una distinta o la misma que hablaban mis padres. El Mariscal me preguntó por mi tiempo en España y Portugal, así que me las arreglé para inventar una historia bastante creíble, sin precisar mucho. El cognac a media noche, después de la cena, me había devuelto el calor y el sueño.
Terminé de reponerme durmiendo durante toda la noche y al parecer el Mariscal también estaba muy cansado, porque me desperté antes que él, antes del amanecer. Durante el desayuno, en el mismo camarote, se abocó al tema militar y hubo otra cosa que me tranquilizó: El propio Bernardotte, entre café y pan con mantequilla, explicó lo que íbamos a hacer y parecía bastante fácil. Luego nos reunimos con los generales de los dos cuerpos, para repasar el plan durante la espera en Dunquerque. Según las indicaciones, la tarea difícil, especialmente en el desembarco, la llevaban a cabo tanto Friant en mi división como Rivaud y Drouet en la división del Mariscal ya que ellos comandaban infantería y artillería. Bourcier llevaba 5 regimientos de caballería con lo cual sería el primero en atacar en tierra firme, pero siempre contaba con el apoyo de la marina si fuera necesario. Lo importante era la velocidad, especialmente en montar la artillería en tierra por si teníamos que atacar algún puesto de defensa, hasta que la infantería estuviese en condiciones de ir al frente.
El resto de las horas de espera lo dedicamos a beber café y cognac. Al mediodía comimos en el camarote carne de ternera con patatas y vino algo rebajado con agua. Luego nos retiramos a descansar. Estábamos a la espera de que terminasen de embarcar en Boulogne el resto de los efectivos, así que no zarparíamos hasta que oscureciese. Me dediqué a leer unos papeles que me había dejado Friant para aprenderme los movimientos en tierra y los nombres de los cargos. Claro que el creía que le estaba revisando notas, estudiando el desembarque. Y no estaba muy errado. 
Creo que me relajé demasiado con el cognac. Estaba profundamente dormido cuando el oficial de marina me despertó con un plato de un guiso que olía que alimentaba. Lo devoré como un animal. No me había dado cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado dormido. Bernardotte ya no estaba, y solo quedaban mis cosas en el camarote. Esta vez el vino no estaba rebajado y empecé a aturdirme.
Estaba poniéndome la chaqueta, después de las botas, cuando de repente, un sonido, una terrible explosión sacudió de golpe el barco y me tiró hacia un costado del camarote. Platos, vasos, papeles, todo lo que estaba sobre la mesilla quedó desparramado en el suelo de madera. Un sordo chirrido me aturdía en los oídos cuando intentaba levantarme, enredado con la chaqueta, al tiempo que el barco volvía a coger estabilidad. Pero mi reacción, entre el efecto del vino y el zumbido en los oídos, tardó demasiado: antes de estar de pie de nuevo otro trueno resonó de golpe y volví a mi posición de despatarrado al borde del camastro, y esta ves no escuché mas nada. Tarde unos minutos en comprender que nos estaban bombardeando, y pensé que nos hundíamos. Me imaginé tirándome por la borda de algún bote, tratando de llegar a nado a la playa de Dunkerque, que era el lugar donde estábamos estacionados, en la costa francesa. El barco seguía bamboleándose. Pum! una, pum! dos, pum! tres veces mas, pero yo no escuchaba nada, tenía los oídos aturdidos de los dos primeros bombazos.
Cuando me puse de pie ya no sentí el bamboleo del barco. Poco a poco fui recuperando todos los sentidos. Rápidamente busqué dentro del saco de campaña unos pequeños tapones hechos de cera que vi utilizar a Friant en las prácticas de la costa antes del embarque. Y acomodé mis cosas en la mochila pensando que entre el descontrol del ruido y el posible naufragio podía escaparme. Tal vez me diesen por desaparecido en la batalla.
Convencido de esto, me preparé para ir a la cubierta donde me subiría al primer bote que estuviese de frente a la costa. Abrí la puerta y corrí desesperado por pasillos y escaleras hasta que el aire fresco de la noche me golpeó en la cara. Me vi frente a un tumulto de hombres tratando de mantener a raya a los animales, nerviosos por los estallidos. Pasé abriéndome paso entre soldados listos para desembarcar hasta llegar a la borda. Busqué con la mirada a los otros barcos, a la costa. A lo lejos se distinguían las luces de otros galeones y barcos menores que también estaban desembarcando botes cargados de hombres y animales. El buque que había delante de nosotros, un poco mas a la derecha , abrió fuego y de pronto la noche se iluminó como en un flash fotográfico a través de la bruma. Pero no se vio la costa aunque los estallidos del bombardeo se escuchaban a lo lejos. Entonces me quite los tapones y los guardé en mi chaqueta. El ruido era escandaloso, tanto de hombres a mi alrededor como de los disparos del Scipión, el otro barco. Un soldado me cogió del hombro:
-General- dijo señalando la otra punta del buque –El General Friant lo espera en la proa donde están desembarcando nuestros hombres.
Ni le respondí, directamente me puse en movimiento pensando que en un rato volvería a estar en tierra. Al final (pensé) tenía razón Berthier, aquí se acababa la invasión de Inglaterra.
Mientras trataba de llegar a donde me habían dicho buscaba con la vista los barcos ingleses pero no los encontraba. Tampoco veía la costa en la oscuridad de la noche. Al que sí vi fue a Bernardotte, en silencio al lado de Rivaud y de un marinero que disponía el orden de unas lanchas, se le notaba la incomodidad en su cara. Me quedé atónito cuando noté detrás del mariscal, colgando de una grúa, un caballo que lentamente se deslizaba hacia abajo, donde seguramente lo esperaría un bote.
Cuando llegué a la posición de Friant vi que estaba rodeado de otros oficiales frente una mesilla con una lista de notas, una especie de chuleta. También lo acompañaban unos de la marina. A pocos metros un grupo de hombres movía al tiempo unas sogas bajando otro animal. A su vez el general les daba indicaciones a los otros hombres, los cuales corrían a diferentes posiciones del barco para organizar la subida a los botes, especialmente de cañones y mulas. Como no sabía que decir ni hacer, simplemente puse cara de entender de que iba la cosa y le pregunté:
-¿Como vamos?
-Bien, parece que los sorprendimos. En cuanto se acercaron los primeros botes de desembarco nos atacaron. Pudimos ver algunos fogonazos desde la costa pero enseguida respondieron nuestros cañones mientras el Scipión y el Plutón se posicionaron. Dicen los marineros que había una fragata o algo así, que por eso abrieron fuego con los 24 libras. Al parecer está escorada y lista para hundirse allí adelante- señaló a un punto al vacío – Mejor así, porque no podrá avisar a tiempo a ningún otro barco en el puerto de Londres. Igual dicen los marineros que una fragata, que vigila el flanco Este, se acercará para cerciorarse que esos cabrones se hundan para siempre. Supongo que los nuestros habrán tocado tierra y estarán montando la artillería mientras la infantería de Drouet se prepara para atacar. No creo que hubiese ningún ejército pesado esperándonos...
El oficial de marina que estaba a su lado era un crío. No parecía tener más de 14 años, pero enseguida se sumó a la conversación.
-No se preocupe general, no es normal que haya mucha resistencia aquí por lo difícil del desembarco. Esta costa es muy rocosa, muy difícil de atracar. Es mas fácil entrar en Dover donde la playa es un poco mas ancha y mas profunda, por eso nos deben estar esperando allí.
-Y por eso nos cuesta más el desembarco- intervino otro -porque tenemos que mantenernos más lejos. Así que esto no parece que sea más que una guardia costera de poca monta.
Mientras escuchaba la explicación un temblor me sacudió lentamente desde las piernas hasta la nuca. Cagüentosusmuer. No podía reaccionar. Estábamos en Inglaterra, era el desembarco en tierra enemiga. Los truenos eran nuestros cañones.
A lo lejos en la oscuridad vi como unos pequeños flashes de luces amarillentas, casi naranjas y de inmediato el grito de un oficial en una cubierta más elevada:
-¡Listos a babor!
Friant gritó a su vez:
-¡Van a disparar de nuevo!!!
De pronto, se oyó el grito del capitán de artilleros que estaba en aquella cubierta y de un costado el Redoutable se iluminó con un naranja furioso al tiempo que escoraba hacia atrás. Ahí vaaa!!! Me cagué en la madre que los parió y en todos sus muertos. Llegué a ponerme los tapones, pero no de asirme al madero de la barandilla por lo que me sostuvo un soldado que estaba blanco de miedo a mi derecha. El ruido fue ensordecedor, algunos soldados gritaron de terror al escucharlo, otros con más experiencia, trataban de calmarlos entre risas, pero la mayoría me miraban a mi y a los oficiales con una media sonrisa que intentaba esconder el temblor de sus manos y la palidez de sus caras, como si les diera vergüenza sentir miedo delante del General. El que no se cortó un pelo para hablarme fue el soldado que me sostenía del brazo para no caer entre las patas de los mulos que estaban desembarcando a mi espalda:
-Será una gran batalla como dijo el emperador, general, pero yo prefiero que la próxima sea en tierra. ¿Sabe? no tengo problemas en correr austríacos por toda Europa, esos no van en barcos.
Un oficial de Marina le respondió:
-Tranquilo hombre, cuando se dispara toda la línea junta da escalofríos, pero no más que eso. Siempre que los que disparen seamos nosotros.
Aún así el nerviosismo se palpaba en el aire. Los soldados no se tranquilizaban fácilmente, pero no teníamos otra salida. Aquí no se podía salir corriendo. Pensé en que si nos atacaban desde otro barco nos despedazarían de un solo bombazo. La potencia de esos disparos era increíble y más cuando vi a lo lejos los fogonazos de las descargas, mucho más grandes en lugar de aquellos pequeños flashes amarillos. Uno de los oficiales me alcanzó unos catalejos, pero aun así no podía distinguir bien el frente de la playa enemiga. Me calmé, al parecer los únicos que disparábamos ahora éramos nosotros, y ya estábamos desembarcando. Para cuando me tocase a mí no encontraríamos problemas. Después de todo yo era el comandante, después de Bernardotte.
En un momento dado, mientras veía como dos hombres luchaban por subir a un mulo a una de las lanchas, escuché a Friant que me llamaba:
-Bien General, esta es nuestra barcaza, nuestros caballos y pertrechos ya están en ella, en cuanto terminen de subir los soldados vamos nosotros.
Asentí en silencio. Cogido de una escalera hecha con cuerdas del grosor de una botella pasé al bote donde los remeros, 6 caballos, 3 mulas, un grupo de soldados y cuatro oficiales esperaban. Detrás de mí bajó Friant y otro grupo de soldados hasta llenar la lancha que se empezó a mover al compás de los remos. Tratando de mantener el equilibrio en el centro del bote buscaba algún indicio frente a mí de la costa dentro de tanta oscuridad, y a medida que avanzábamos la niebla se abría y las sombras iban tomando forma. De pronto a lo lejos comenzaron a aparecer luces que se multiplicaban según nos acercábamos. Otro bote pasó a nuestro lado casi vacío, de vuelta al Redoutable. Pasó tan cerca que pude ver perfectamente la cara del alférez que lo dirigía. Al verme, me saludó y gritó:
-Ya casi está hecho. La división de Drouet los tiene controlados. Solo era una guardia costera. Buena suerte.
-¡Bien!- exclamé mas tranquilo –Eso está mejor. Solo nos resta bajar y acomodar a nuestros hombres para la marcha de mañana.
-Si- aclaró Friant –Esperemos que estemos posicionados antes de la llegada de los de Dover, aunque no creo que sean un problema. En cualquier caso en 20 minutos lo sabremos.
Dejé de sonreír y volví a asentir sin decir lo que pensaba. En realidad me pareció un buen momento para comenzar a rezar. En 20 minutos estaría en el frente de combate.

1 comentario:

  1. DEAL


    Esta ciudad costera estaba protegida mas que por un fuerte, por un castillo con forma de rosa, símbolo de la casa real. Siempre estuvo fuertemente vigilada por ser uno de los puntos de la isla mas cercano al continente. A tan solo 13 kilómetros al Sur esta la capital del condado, Dover, el punto mas crítico por u cercanía a Francia, tanto que en sus costas hoy se ubican el principal puerto del canal con 18 millones de pasajeros al año. En ambas ciudades se contruyeron sendos castillos y aun se mantienen. Afectados por la invasión de Guillermo de Normandía en 1066, sus sucesores se afanaron en la construcción de fortalezas para prevenir cualquier ataque. La última invasión truncada fue durante la segunda guerra mundial.
    Estando armado como correspondía en la época y situado a orillas del canal, mirando al continente era practicamente imposible un desembarco francés. De hecho no era este el objetivo original de Bonaparte.

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