Capítulos IX y X


IX
El Cuaderno de Berthier
Brighton
El vaivén del Formidable en cada disparo llevaba una fuerza increíble. Si no fuera por que el puente de mando estaba tan atestado de gente y animales, seguramente hubiera caído rodando cubiertas abajo. A pesar de los tapones, el ruido era infernal. Agarrados de las barandillas del castillo de proa, Ney, Lannes, Napoleón y yo veíamos como los barcos escupían fuego en forma casi constante, aunque las respuestas eran prácticamente nulas. El capitán Magón nos decía que al parecer, los cañones ingleses eran más poderosos de lo normal.
-Seguramente son los de 24 libras, tienen mas alcance porque están montados en torres, pero son muy pocos. Deberíamos estar sosteniendo una batalla de horas si realmente quisieran detenernos, pero es como si se hubieran ido todos, o están esperando que nos acerquemos más.
-Si son tan buenos ¿Por qué no nos alcanzan?- Preguntó Lannes ¿Acaso estamos tan lejos?
-Algo así. En realidad no nos podemos alcanzar de ambas partes. Solo nos estamos mostrando. Mientras sus cañones nos apunten no verán el desembarco del Bucentaure y el Indoptable que están mas al Sur. Allí, en cuanto los hombres de Murat y Marmont toquen tierra, la cosa será distinta. Pero no podemos fiarnos.
-¿Teme algo, capitán? Lo noto preocupado- La pregunta fue del emperador.
-Si yo quisiese defender la costa, la línea de artillería debería estar más extendida, tanto hacia el Norte como al Sur. Estos tienen buenas piezas, pero la línea de defensa es corta, se concentra desde la entrada del puerto hacia el Norte. Dejar un flanco descubierto es un punto débil demasiado vulnerable. O es una trampa o están cubriendo la retirada del resto. En cualquier caso nos enteraremos si vemos los cañones del Bucentaure.
Sin embargo, el marino que hablaba de los barcos que estaban al Sur, miraba con sus lentes hacia el Norte, que estaba a nuestra izquierda. Allí se veían varios navíos disparando sobre la costa, pero uno, el más importante de ese flanco, se acercaba mucho más que el resto. Cuando me giré para preguntar al capitán que significaba esa maniobra, de pronto se oyó un estallido que iluminó toda la playa, y vimos saltar entre llamas a las defensas inglesas.
-Es el Neptune, ya decía yo que se había acercado más de convenido. Lo hizo bien, pero recibió un impacto, tendremos que rescatarlo.
El general que estaba detrás de mí me pasó el catalejos y pude ver en la oscuridad como se agitaban las aguas al lado del impresionante buque. Con mucha velocidad, los marineros se descolgaban con sogas desde la barandilla hasta un boquete justo debajo de la línea de cañones de la tercera bodega. No parecía un agujero grande, pero no se distinguía hasta donde iba ya que el Neptune seguía maniobrando y en ese momento cambiaba de rumbo escondiendo su herida en la oscuridad.
El capitán gritó algo hacia atrás y un oficial encendió varias lámparas que iluminaron las banderas de colores que se izaban en una cuerda. A su lado otro marinero tomaba notas. Al poco tiempo vimos como el Achille, que antes empezaba a desembarcar botes cargados de soldados, recogía sus cabos y se dirigía a ayudar al Neptune.
El fuego de la costa había cesado, pero los nuestros seguían disparando mientras el agua se llenaba de pequeñas luces como luciérnagas. Eran los regimientos que estaban desembarcando. En poco tiempo parecía que las estrellas habían bajado al mar, porque se veía más iluminado abajo que arriba. Seguimos mirando desde donde estábamos. El Formidable llevaba los hombres y animales del final, así que aun no había movimiento de tropas en el barco. Expuesto en el centro, el Vicealmirante Lucas pensó que los ingleses jamás imaginarían que el buque insignia, donde viajaba el emperador, estaría en la primera línea de fuego. Para acentuar el engaño Dubourdieu dejó unas fragatas detrás con pertrechos menores y cargas de animales por si llegaba la Royal Navy, y de frente se vería como que esas nos transportaban a nosotros.
De pronto, la playa se iluminó con otro incendio pero en medio del foco de luz, se podía ver una bandera roja y blanca. Era la señal de que la cabeza de playa había sido tomada por Murat y Marmont. La caballería había hecho su trabajo y parecía que todo estaba listo. Lo peor ya había pasado. El capitán Magón miró al emperador
-Sire, nuestro trabajo ya está casi terminado, y sus hombres lo han hecho perfectamente. Ahora ya pueden desembarcar en la Gran Bretaña. Nos veremos en tierra.
-Gracias, Magón. Tendré en cuenta su trabajo cuando hable con Decres, y el de Dubourdieu, y el resto de los muchachos de Lucas. Confieso que después de seis meses de contratiempos había perdido la fe en nuestra marina, pero ustedes me la han devuelto.
Luego de cambiar flores y estrechar manos, nos preparamos para desembarcar nosotros también.
A medida que avanzábamos con los botes hacia la costa, más nos envolvía la bruma. No solo no se veía nada, sino que tampoco se escuchaba mucho, tan solo el chapotear del agua, batida por el viento leve que se había levantado y por los remos de los marinos.
Cuarenta y cinco minutos más tarde de la despedida del capitán, estábamos llegando a tierra inglesa. No había luna, pero se divisaba desde la playa casi todo el campamento. El agua estaba congelada y el frio era atroz a pesar de las botas. Fue lo primero que nos cambiamos junto con los pantalones ni bien estuvimos en tierra firme. El fuego había sido apagado hasta que los húsares se asegurasen de que no había enemigos en la zona.
Para cuando llegamos, la división de Murat ya estaba lista para emprender el viaje a Deal, solo esperaban a los regimientos de reserva que estaban desembarcando y marcharían con el jefe de la caballería para anular las posiciones de Dover. Si es que las encontraba. La sensación general era que la cosa había sido muy fácil. Solo un par de horas de batalla y se había terminado.
Por lo demás, todo parecía tranquilo. Los primeros soldados que habían desembarcado montaban guardias para no tener sorpresas. Otros habían montado tiendas de campaña para descansar lo más posible hasta que todo el contingente se movilizase. Algunos cavaban pozos en la tierra de unos 25 centímetros de diámetro pero mas profundos para hacer hogueras donde calentarse sin que fuesen vistos a la distancia. Sobre esos pozos colocaban unos hierros para apoyar jarras con café o te. La mayoría secaba pantalones, calcetines y botas acercándolos a las hogueras. No tendrían ese privilegio los que desembarcaran al final.
Napoleón recibió a los demás jefes en su tienda de campaña ni bien se terminó de armar.

-Cuéntenos Murat, ¿Cómo fue su tarea? ¿Dónde presentan batalla?
-Según el capitán Dubourdieu debíamos encontrar unas torres con artillería montada a lo largo de la costa. Así que el General Marmont envió hombres de la tercera de infantería que llegaron sigilosamente antes que nosotros. Pero no encontraron a nadie. Estaban las torres, si, pero desiertas. No había hombres, ni armamento alguno. Así que nos dedicamos al desembarco de la caballería y dejamos al general desembarcando la artillería mientras revisábamos adelante. Encontramos restos en todo el campamento abandonado. Simplemente estuvieron ahí, pero se fueron. No huyeron, parecía todo bien recogido. En cuanto Milhaud terminó de revisar la zona y confirmar que no era una emboscada, nos lanzamos sobre los cañones enemigos. Aprovechamos el ataque de uno de los navíos que dio de lleno en el pañol de pólvora de la guarnición inglesa. No duraron mucho, pero la mayoría se había retirado. Por lo que pudimos observar, estaban cubriendo una retirada.
-Es extraño- Dijo el Sire -¿De que sirve poner una línea de defensa y luego no defender nada? No me gusta...
Ney y yo nos fuimos cada uno por nuestro lado a inspeccionar las correspondientes tropas. Me acompañaba un tal Sebastiani, General de Brigada de reserva. Era un tipo joven, de baja estatura, que estaba a mi servicio en el Ejército de la Guardia Imperial, soldados con amplia experiencia, no muy jóvenes, provenientes de anteriores campañas en toda Europa. Además estaba grueso de soldados de la última leva, los mas jóvenes que emprendían su primera campaña rumbo a su bautismo de fuego.
Según me informó Sebastiani, los hombres bajo mi mando eran unos 5.500 contando artillería y caballería. Aún no habían bajado todos a tierra ya que la Guardia era la que bajaba con el emperador, pero el grueso de la artillería y las brigadas de infantería ya estaban montando una tienda de oficiales. Inclusive la brigada de Granaderos Italianos de la Guardia. Nos dirigimos hacia esa tienda.
Ahí conocí a los oficiales de mi división: el General de Brigada Sebastiani; el General de Brigada Segur, un coronel de infantería, Mouton, un coronel de Artillería, Andreossy y un capitán de Caballería, Lagrange. Los oficiales menores estaban cada uno con sus regimientos y brigadas. En la tienda había una pequeña mesa y varios taburetes. La mesa estaba ocupada por un escribiente que la había cubierto de mapas y notas. Sebastiani era el de mayor graduación, y el que llevaba la voz cantante:
-Suponemos que en unos 30 minutos estará toda la división de reserva en tierra. Aquí tenemos marcado el punto desde donde nuestra columna avanzará hacia Londres- Señaló una ruta en el mapa –Las divisiones de Soult y Lannes ya partieron. Nosotros seguiremos a las de Ney y Marmont. ¿Alguna pregunta señores?
-Si, monsieur Sebastiani- habló Lagrange -Me resulta increíble no tener resistencia en el desembarco. Puede ser que Brighton no tuviese guarnición, pero Portsmouth es un puerto importante y ya estarán enterados de nuestra presencia. A esta hora estaríamos en pleno combate. ¿Se podría sugerir, Mariscal, una incursión de nuestra división al puerto para prever sorpresas?
Todos, incluyendo a Sebastiani, me miraron a mí. Parecía que el capitán merecía alguna respuesta más elaborada o alguna reprimenda por exponer un plan alternativo al del emperador. Elegí pensar en la primera opción.
-Celebro que el Capitán este ansioso por entrar en combate. Imagino que los nuevos granaderos también lo estarán. Pero deben tener en cuenta que este ejército es de reserva, o sea que además de la guardia imperial, esta leva de soldados aún no tiene experiencia para encarar ninguna operación por si sola. Se contentarán por el momento de servir de apoyo a las divisiones que marchan al frente. Además lo del puerto de Portsmouth ya esta previsto y de eso se encarga la marina.
-Si no hay algo mas será mejor que nos retiremos cada uno a nuestros puestos.- concluyó Sebastiani -En cuanto recibamos órdenes tendremos que ponernos en marcha.
Me saludaron con la venia militar y salieron uno a uno. Sebastiani era el último y aproveché para retenerlo. Despedí al ayudante (un Sargento que hacía un café estupendo) y me quedé charlando con el general.
-¿Conoce a los oficiales, Sebastiani?
-A la mayoría, Mariscal. Lagrange siempre fue un poco insolente, pero es de los que nadie le regaló nada. Entró en el ejército por cuenta propia, sin padrinos ni nadie que lo avale y se ganó sus galones combatiendo en Italia y marchando en Alemania. A la hora del combate se agradece tenerlo al lado de uno…
-No me parece insolente, solo un poco impaciente por seguir creciendo dentro del ejército. Eso es bueno siempre y cuando lo contenga. Sin control puede cometer errores que pagaríamos todos. Hábleme del resto.
-Al único que no conocí en campañas anteriores es al coronel Gérard, creo que viene de España. Estuvo al servicio de Junot en Portugal junto con Mouton. Mouton y Andreossy sirvieron en la guarnición de Toulouse y en Italia, donde nos conocimos. Bravos muchachos.
-Que opina de lo que expuso Lagrange?
-Creo que en parte tenía razón en preocuparse. Yo tampoco me fío de tanta calma, casi parece que estuviésemos en Francia y no en Inglaterra.
-Será mejor que descanse, no quiero que nos sorprenda una orden de improviso. Mañana tendremos que estar con los sentidos bien despiertos.
-Así será señor. ¿Puedo retirarme?
-Si, vaya tranquilo.
Horace Sebastiani de la Porta
No tenía sueño así que me puse a pasear entre la tropa hasta que me encontré con la tienda del emperador. La historieta de Portsmouth me daba vueltas en la cabeza como una mosca molesta. La Royal Navy estaba bloqueando al almirante Ganteuame en la costa de Brest y necesitaba de esos puertos para abastecerse y comunicarse con sus pares en tierra. Era de suponer que tarde o temprano se enterarían de que el puerto no respondía a sus reclamos y entonces toda la armada inglesa estaría alertada de nuestra presencia. Si es que no se había enterado ya.
Estaba tan compenetrado con mi trabajo no porque me gustase en si, sino más bien por la cantidad de adrenalina que se iba juntando a cada paso. Eran dos trabajos en si mismo porque el principal era la alerta constante dada mi condición de “infiltrado” en la historia, una historia que no conocía por lo que no podía prever. Y meterme en ese papel era la mejor manera de mitigar la incertidumbre producida por mi condición. A esta altura de los acontecimientos, ya estaría enfermo, porque en mi vida estuve tan mal dormido, alimentado ni enfrentado a la intemperie como en ese momento. A medida que asumía el rol de mariscal del ejército francés, más seguro me sentía con el medio y las condiciones que me rodeaban. Salvo por el frío y la lluvia, no tenía problemas. Por ahora. De cualquier manera sabía que tenía que cuidar a mis hombres, especialmente a los oficiales porque de su actuación dependería mi vida.



X
El cuaderno de Junot
La batalla de Deal
Me alejé del grupo para vomitar en un claro detrás de un árbol. La masa de cadáveres estaba tirada a lo largo de unos 20 metros de tierra, en un montículo que dominaba toda la playa. Al parecer habían sido alcanzados de lleno por las bombas de los barcos y una alfombra de carne, hierro y madera estaba desparramada en la zona. Cuando llegué solo se olía la pólvora que estaba amontonada junto a otros dos cañones más allá. La abandonaron en la huida cuando nuestros hombres ya cargaban en la playa. Solo había restos de dos posiciones enemigas, lo que significa una pequeña guardia costera. Pero se habían ido, habían logrado huir con lo cual antes del amanecer estarán entre las filas del destacamento de Dover listos para volver sobre nosotros.
Friant se desenvolvía perfectamente. Daba órdenes precisas, con pocas palabras y todos se movían en forma que parecía desordenada, pero el campamento se armaba rápidamente. Y no solo las tiendas de campaña. Habían dispuesto una cadena de cañones frente al llano que estaba mas allá del pueblo, esperando un contraataque en cualquier momento. Cuando me acerqué a mi edecán de nuevo este comenzó a hablar sin darme tiempo a preguntar nada:
-General, estamos todos. Salvo un par de heridos leves no tenemos bajas. Nuestros cañones están listos para repeler cualquier contragolpe y la infantería se prepara para caminar en cuanto usted lo ordene. Yo tomaré la primera guardia. Ya dispuse una avanzada de exploradores montados por los caminos para ver que nos espera. Estarán de vuelta en un par de horas. Su tienda ya esta montada. El mariscal Bernardotte le espera ahí.
-Vale- dije yéndome hacia el lugar donde me señalaba, en la playa.
La cara de Friant me hizo notar que debía cuidar mis expresiones. Ya me lo había dicho Berthier “cuidado con las españoladas”.
Cuando llegué a la tienda me encontré con Bernardotte acompañado del un grupo de oficiales al mando y otros a quienes ya había visto, tanto entre sus divisiones como en las mías. El capitán de artilleros Ornano me informó de la disposición de los cañones con una serie de términos militares que no entendí. Yo seguía con mi cara de póker. El Mariscal me saludó muy serio
-¿Haciendo su ronda, General?
-Si, Friant tiene todo controlado, está a cargo de la primera guardia. Ha mandado un grupo de exploradores a los caminos…
-Perfecto. Drouet informe su ronda.
-No encontramos nada en el pueblo. La gente lo abandonó ni bien nos escucharon. La fragua de la herrería y el horno del panadero aun están calientes. Y en algunas casas aun quedan rescoldos de fuego en chimeneas. Pero además de unos viejos encerrados a cal y canto no queda nadie. Uno de ellos nos informó que ayer llegaron unos soldados a caballo y hablaron con el jefe de la guardia. Luego cuando empezó el ataque, el capitán de las defensas ordenó levantar el campamento y desmontar las piezas de artillería. Cuando lo tuvieron listo se fueron. La gente se unió a los soldados. Pero no tomaron el camino a Dover, sino a Londres. Por lo demás, no se encontró nada de provecho. Ni caballos, ni nada. Arrasaron con todo.
Mientras charlábamos, Friant se presentó en la reunión.
-Vienen hacia aquí, pero el vigía no supo determinar cuantos. Suponemos que no son más de una división. Por el camino de Dover, al Sur...
No llegó a terminar el informe. Los cañones se escucharon de nuevo y salimos disparados de la tienda al tiempo que dos hombres la desmontaban. Subido a mi caballo llegué al lugar donde Bourcier daba voces a los soldados. Ornano pasó al galope sin detenerse. Directamente al frente de artillería donde se veían movimientos nerviosos pero coordinados, y fogonazos de nuestro armamento pesado.
Entre gritos y gestos Bourcier me contó que era la guardia de Dover, todos infantes con algunos cañones. La caballería ya estaba cargando contra ellos y la infantería estaba lista para hacerlo.
De pronto apareció un oficial que se presentó como el capitán Exelmans
-Mi General, el Mariscal Bernardotte dice que sus tropas avanzarán con el General Rivaud a la cabeza, por el flanco Izquierdo. Dice que haga usted lo mismo por el derecho antes de que ellos puedan montar su artillería.
Mire a Bourcier quien respondió de inmediato: -Bien Exelmans, avise usted al capitán Castellane, avancen sobre el flanco derecho. Yo avisaré de la maniobra a Ornano.
Como si quisiesen pasar desapercibidos, mientras hablábamos, noté que unos 15 hombres a caballo me rodeaban. Uno de ellos portaba una bandera francesa que me pareció descomunal. Ahora me daba cuenta que la integridad física del comandante era importante en una batalla y entendí porque no me dejaban ni a sol ni a sombra. Friant volvió en seguida a mi lado y confirmó mi temor que automáticamente se convirtió en pánico:
-Listos para el ataque, mi General. En cuando suene la trompeta de Bernardotte nos abalanzamos sobre ellos. ¿Nos vamos?
La lluvia cesó de repente. Mientras grandes columnas de hombres a pie con los fusiles apuntando al frente formaban líneas que se movían rectamente, colocándose de cara al enemigo. Este hacía lo mismo, mientras los cañones franceses seguían disparando. A través de un catalejo que me pasó Friant pude ver a un oficial inglés vestido de blanco y rojo que iba y venía en su caballo detrás de las líneas de soldados, acompañado también por su guardia como los que tenía a mi alrededor, pero mucho menos numerosa que la mía.
Miré hacia mi izquierda y vi a Bernardotte hacer algo parecido a lo que el inglés. Friant hablaba con sus oficiales dando indicaciones, y señalando con la fusta del caballo hacia el enemigo. Decía cosas como cierren el flanco, esperen a la caballería, no se adelanten al fuego de nuestra artillería, que seguía machacando unos metros delante de nosotros.
A los 20 minutos de estar ahí esperando se escuchó la trompeta y los cañones dejaron de disparar. Entonces se oyó al unísono el disparo de miles de fusiles de la infantería que avanzaba al trote por el campo. Era como un ballet a oscuras que de pronto se iluminaba a cada ráfaga de disparos.
-Esperan su aliento, General.- dijo Friant. 
 
Escuché la voz de Bernardotte a lo lejos gritando “Por Francia” y automáticamente todos, infantes y jinetes, se lanzaban al combate en una carrera desesperada, pero sin perder sus posiciones. No estaba muy seguro de hacer lo mismo pero no tenía otra alternativa. Mis oficiales estaban pendientes de la orden de ataque y tanto Friant, unos metros adelantado a mi derecha, como Bourcier con su caballería a mi izquierda me miraban impacientes. Así que no pensé mucho más. Desenvainé mi sable, tomé aire armándome de valor, y al darle con los talones al caballo grité “A por ellos!!!!”
Pronto estaba envuelto en un griterío de soldados que daban alaridos de fuerza mientras corrían desesperados al combate. Vi como la caballería se lanzaba al frente y automáticamente se abría en un abanico como queriendo abrazar a los cuadros de soldados enemigos. Detrás de ellos la infantería corría con los fusiles apuntando al frente pero sin disparar. En una orden de Friant los soldados se abrieron deshaciendo las formaciones que llevaban y se metieron entre los caballos que en ese momento chocaban contra los ingleses.
Yo me había lanzado casi con los soldados de a pie, pero como iba al galope, pronto los había pasado y llegaba al frente detrás de la caballería. Sentí a mí alrededor los cascos de caballos de la guardia que me acompañaba hasta que nos encontramos el enemigo. Yo me preocupaba de salir ileso sin que se notara mi miedo, era más una posición de defensa para que no me tocaran que un ataque en si mismo. Pero los hombres que me rodeaban tenían un trabajo muy fácil montados sobres sus animales contra infantes que desde el suelo solo trataban de defenderse. Los ingleses estaban formados en cinco filas, pero los caballeros que me precedían entablaron combate con las últimas líneas mientras que los infantes llegaban a las primeras sable en mano, con lo cual se anulaban los disparos de fusiles.
Pude asestarle un golpe en el brazo a un inglés que había quedado dentro del círculo que me protegía, mientras el oficial que estaba a mi izquierda le rajaba cara y cuello de otro sablazo. Todo se terminaba en un suspiro mientras mi excitación estaba en su punto más alto. Encontré a Bourcier gritando que parasen, con la espada extendido hacia el cielo, mientras sonaba de nuevo la trompeta del lado de Bernardotte. Al mismo tiempo veía como los últimos ingleses desaparecían en desbandada por los bosques que circundaban el campo de batalla.
Mientras los generales de mis divisiones se dedicaban a rearmar sus filas y los médicos a los heridos yo divisé otra bandera francesa tan grande como la mía y supe que era el Mariscal que se acercaba a mi posición. En cuanto me encontré con él me recibió con una amplia sonrisa.
-General!!! Hacia tiempo que no lo veía cargar a la par de su gente. Parece usted mas entusiasmado que en la campaña de Italia. Pero debe cuidarse, sus hombres lo necesitan para dirigirlos.
-Bueno, se hace lo que se puede.- Respondí desorientado pero exitado por la sensación de vértigo que aun tenía enel cuerpo.
Castillo de Deal
-No se haga el modesto, fue una victoria rápida y  gloriosa "a la bayoneta", y sus hombres la hicieron más sencilla. Siempre es bueno contar con la caballería. Lástima que Murat no está con nosotros, le hubiera gustado quitarse el frío con una pequeña reyerta.
-Si, nada mejor que algo así para entrar en calor, aunque yo prefiero una buena cerveza.
-Ja, ja, ja… ya me había dicho Ney que usted estaba muy divertido últimamente. Bueno, lo dejo con sus generales y nos vemos en la tienda para brindar pero será con un buen cognac, ¿no pretenderá ese jugo de pasto seco? Solo quería ver que esté bien. Ya le digo, no estaba acostumbrado a verlo en el frente sable en mano. Cuídese.
Giró su caballo y se alejó siempre acompañado de su guardia.
Bourcier ya se había hecho cargo de la situación. Sus hombres rescataban heridos y los acomodaban para los enfermeros que trabajaban a destajo sobre el propio campo de batalla. Otros enganchaban algunos cañones para transportarlos. A lo lejos, vi a Friant que trabajaba con su división en el extremo derecho del campo, cerca del bosque. Me dirigí hacia él para ver como iba y qué estaban haciendo. En cuanto me vio se acercó para informarme:
-Huyeron hacia el interior del monte. No creo que sea bueno seguirlos, no conocemos el terreno. En cuanto terminemos de llevar a los heridos nos pondremos a trabajar para la marcha. Las guardias ya están en sus respectivos puestos.
-¿Muchas bajas?- Pregunté
-No señor. En total no creo que lleguemos a cien muertos franceses. Ya ordené las exequias. Pero al parecer, un batallón inglés quedó atrapado por los hombres de D’Hilliers y se rindió sin presentar oposición. Algunos huyeron, pero tenemos un grupo de unos mil doscientos detenidos. Están en uno de los corrales de caballería bajo custodia.
-Bien. Vamos a ver a Bernardotte.
Le hice señas a Bourcier que se puso al paso a nuestro lado. La excitación seguía en el cuerpo. Como si me hubiese quedado con ganas de participar en alguna batalla mucho más grande. A medida que me acercaba a la tienda central, trataba de calmarme. El Mariscal ya estaba desmontando de su caballo al frente de la tienda y me recibió con su eterna sonrisa en la cara:
-Si hasta me dijeron que tiene usted unos cuantos rehenes.
-Si, mas de mil. ¿Que hacemos con ellos?
-Creo que lo mejor será transportarlos al barco, en tierra francesa serán mas útiles como prisioneros.- Intervino un oficial de marina que servía de enlace con la flota que quedaba en la costa.
-Antes de eso sería bueno interrogarlos para ver que les sacamos- dijo Bernardotte ya dentro de la tienda. -De cualquier manera las cartas ya están echadas. Ellos ya saben que estamos aquí, nosotros sabemos que ellos lo saben..., en fin. Sugiero que demos parte al emperador y que nos pongamos en marcha para adelantar tiempo.
-Para marchar deberíamos esperar a que amanezca- La voz era del mariscal Murat que entraba en ese momento. -Parece que llegué tarde, pero igual podrían haber esperado un poco más…
-Los que no esperaron fueron ellos- las risas de todos acompañaron a mi comentario.
Nos sentamos y escuchamos las noticias que traía Murat.
-Dover quedó totalmente vacía y no hay novedades de otras guarniciones portuarias. El desembarco de Brighton no tuvo mayores problemas. Casi no encontramos resistencia y la poca que encontramos fue volada literalmente por los cañones de flota. Las tropas están preparando todo para descansar antes de ponerse en movimiento al amanecer. De Brest no hay noticias, no sabemos nada de los movimientos navales, pero aun es pronto para eso.
-Sugiero, mariscal- dijo Rivaud a Bernardotte –que hagamos lo mismo y descansemos cuanto podamos. Mañana seguramente nos tocará afrontar algún entuerto mas entretenido que lo de hoy.
Bernardotte había traído su reserva de cognac. Según había contado, lo producía en unos terrenos a las afueras de París. Mientras los hombres descansaban unas horas antes de emprender la marcha nosotros repasamos nuestros siguientes pasos y con la bebida, aplacada la excitación de la batalla, nos fuimos dormitando así como estábamos: húmedos de llovizna, cansados de trajetreo, y la sensación de que lo peor ya había pasado. Estábamos en Inglaterra.

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