2
de Diciembre de 1805
IV
El
cuaderno de Junot
Compás
de espera
Hacía
un frío mortal. Estaba acostumbrándome a levantarme tan temprano
pero no al frío. A las 7 y media de la mañana, parado frente al
Canal de la Mancha, solo podía pensar en mi casa de Granada, el sol
del cortijo de mi padre quejándose del calor de Julio. Aun no
entendía bien donde encajaba en esta historia, pero por la reunión
comprendí que tenía el mando de algún regimiento en el primer
desembarco, en Deal. Me fijé en el mapa y observé que era el punto
más cercano a Francia, al norte de una ciudad llamada Dover.
Traté
de memorizar las caras de Bernardotte y Murat, que eran los que me
acompañarían. Primero en ese desembarco y después rumbo a Londres.
El vicealmirante me daba buena impresión. Parecía un tipo que sabía
de esto. Casi enano de estatura, su voz grave les había dado
confianza a todos. Pensé que ahora Soult y Ney tendrían que callar
todas las críticas que escuché durante el viaje.
También
vi una lista con los generales que estaban bajo mi mando y como los
demás me la quedé estudiando. Habían dos generales de división:
Louis Friant y Antoine Bourcier. Cada uno estaba a cargo de una
división de cinco regimientos de infantería el primero y de
caballería el segundo. Además llevaba 12 piezas de artillería, que
supuse que eran los cañones.
Un
tipo delgado y alto se me acercó. No estaba en la primera reunión
así que no lo reconocí de entrada. Se presentó como el General de
División Friant. Al saludarlo me fijé que tenía los mismos
distintivos que yo, por lo que deduje que yo también era general de
división. El rango que seguía para abajo era general de brigada.
-Nuestros
hombres trabajan en el extremo Norte de la playa, general. Sería
bueno que nos acerquemos para controlar todo. Bourcier ya está en
camino.
En
ese momento llegaba Bernardotte acompañado por otro general que se
presentó como Rivaud a quién ya había conocido a mi llegada. El
mariscal tenía solo generales de infantería, ya que el grueso de la
caballería la llevaba el otro mariscal, Murat.
Salimos
cabalgando hacia la playa y bordeamos el mar hacia el Norte. Al poco
de andar nos encontramos con el emperador que charlaba con Berthier
mientras observaba al enjambre de soldados que trabajaban frente a
las aguas.
Estaban
construyendo unos botes y pateras de madera para embarcar. Pero había
grupos de carpinteros y herreros que trabajaban más alejados del
agua, haciendo otras tareas. También vi gente que atendía a manadas
numerosas de caballos y burros. A estos animales los cargaban con
varias alforjas y bagajes que esperaban acumulados cerca de los
corrales. Al acercarnos escuchamos la conversación entre Napoleón y
Berthier:
-La
leva de 1804 está muy verde pero confío en que usted se encargará
de ponerlos al día- dijo el Sire mirando a Berthier -Esta será una
buena campaña para forjarlos.
-Son
hijos del imperio. Estos no conocieron la revolución, solo disfrutan
de los resultados y están dispuestos a defender su nivel de
vida.-acotó Bernardotte a su espalda.
-Tranquilo
Sire, como dijo Junot, lo tenemos todo “bien atado”-agregó Ney
entre risas cuando se acercaba al grupo.
Y
las risas se contagiaron a todos y yo decidí reír con ellos, pero
estaba muerto de miedo. Solo Berthier me miraba fijo, como si supiese
que yo no era de este tiempo y lugar.
-Bueno,
dejémonos de tonterías y ya que estamos la mayoría aquí que el
general Darú, ponga al tanto de la relación de fuerzas a los
mandos.
Darú
era uno e esos hombres que no iban a ir al combate, pero de ellos era
el único militar, o estaba vestido así. Hablaba de forma pausada
pero con tono de oficial, como si le apretara el cuello de la camisa.
-Tenemos
105.000 hombres organizados en siete cuerpos capaces de accionar
independientemente hasta que otros cuerpos les den asistencia si lo
necesitasen. Cada unidad cuenta con entre 20 y 36 cañones. Además
tenemos a la reserva de caballería de 7.400 hombres organizada en
dos divisiones de coraceros, y dos divisiones de dragones montados,
más la caballería ligera, todas apoyadas por 36 piezas de
artillería montada.
-Bien-
interrumpió el emperador -Murat llevará la caballería en el
segundo desembarco. El resto de los cuerpos serán divididos en la
forma planificada: Bernardotte y Junot con el primer cuerpo y los
granaderos, hasta que llegue Murat. Ney y Marmont, el 5º y el 3º.
Soult y Lannes con el 4º y 2º. Berthier nos seguirá con la Guardia
Imperial. El resto del ejército se quedará con Augereau. Ahora
señores, mientras charlo con Berthier, los dejo con sus respectivos
hombres.
-¿Cuando
estaremos embarcando?- preguntó Lannes
-Mañana
antes del amanecer, supongo. Estos (señalando a las chalupas) ya
están casi listos, solo faltan que terminen las rampas para
botarlos. Espero que veamos al Redoutable hoy mismo.
Se
alejó con Berthier por la playa, entre los hombres que trabajaban y
maniobraban en prácticas. El mar estaba embravecido y daba miedo por
las olas que se divisaban desde el montículo de tierra en el que
estábamos parados. Bernardotte me sacó de mis pensamientos:
-¿Nos
vamos Junot?
Jean
Bernardotte era delgado, de pelo enmarañado y labios finos. No era
alto, pero caminaba muy erguido. Estuvimos hablando, o más bien él
estuvo hablando, de la preparación y la moral de los soldados, de
las piezas de artillería y no sé cuantas cosas más. Después de
cabalgar una media hora se acercaron dos soldados que estaban
esperando en el camino desde que nos vieron llegar. Se cuadraron y de
presentaron:
-Soy
el General de División Bourcier y él el General de División
Drouet, a sus órdenes señores.
-Creo
que ya conocen al general Junot
-Enchante,
Monsieur. –Intervino Drouet -A usted general lo recuerdo desde la
campaña de Italia. Estábamos en el Rhin cuando fuimos anexados al
ejército de Bonaparte.
-Bien
entonces ya están familiarizados con los ritmos de marcha del
emperador.- Prosiguió Bernardotte -Usted Friant ¿también estuvo en
Italia?
-Me
temo que mi experiencia es menor. Acompañé al ejército del general
Junot en Westfalia, pero pocas intervenciones militares. Digamos que
esta será una campaña de envergadura para demostrar mi cargo.
-Bueno
–dije quitándome el miedo del cuerpo- me alegro que vea esta
campaña como una nueva oportunidad.
-Dado
que estaremos en el primer desembarco seguramente será así.-
intervino Bernardotte –Dejemos que Friant ponga al tanto a Junot y
hagamos lo propio, Rivaud. Informe sobre como se componen nuestras
divisiones.
Un
muchacho se llevó mi caballo mientras caminábamos entre los
soldados que se movían desde temprano con unos tablones. Louis
Friant me contó que teníamos unos 6.300 hombres repartidos en un
regimiento de infantería ligera, cinco regimientos de infantería de
línea, cinco regimientos de dragones (luego supe que era la
caballería pesada) y 12 cañones en la artillería.
-Al
principio los hombres estaban desmoralizados por tener el desembarco
más difícil, pero los convencí cuando supieron que estaremos
apoyados por el fuego de los dos barcos. 74 cañones por navío son
suficientes para darnos apoyo desde el mar.
-¿Todos
franceses?- pregunté al escuchar lenguas que no conocía
-No,
hay belgas, holandeses y un grupo de alemanes que nos mandaron de
Westfalia. Son muy buenos carpinteros. Además llevamos un batallón
de ingenieros y otro de varios profesionales, médicos, matemáticos,
geógrafos, hasta un escritor historiador. El emperador quiere que
cada una de nuestras acciones sea registrada para la posteridad.
Imagine general, podríamos ser representados en una pintura de Louis
David…
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También
sonreí ante el comentario, pero sin saber de quién coño me estaba
hablando. La verdad es que me enteraba de muy poco y el miedo de solo
pensar que iba a ir al frente de una guerra paralizaba mis
entendederas. Escuché a Friant primero y luego a Bourcier poniendo
cara de entender todo lo que decían. Algo que me tranquilizó un
poco fue el hecho de ver tal cantidad de soldados. Además noté que
una guardia me acompañaba en todo momento. No solo a mí, ya los
había visto cada vez que se movían los otros generales y los
mariscales. Y por supuesto, las más numerosas eran las de Napoleón
y Berthier.
Finalizado
el repaso a las tropas, dejé a los generales trabajando y volvía
caminando a mi caballo cuando venían galopando de vuelta al
campamento el emperador acompañado del ministro de guerra. Traté de
hacerme el pensativo para que siguieran de largo, pero Napoleón
siguió camino con un grupo de soldados cuando Berthier se me acercó.
-Le
acompaño de vuelta, Junot. Ya es cerca del mediodía y no quiero
quedarme sin comer.
-De
acuerdo, yo también tengo hambre- “pero preferiría comer en mi
casa con mis viejos” pensé mientras montaba y me ponía a su lado
en el camino.
Berthier
me parecía un tipo más bien severo, pero hablaba tan poco que no
sabía que pensar de él. Entendí por lo que decían otros que era
el Ministro de Guerra de Napoleón y que fue el primero en ser
nombrado Mariscal por el emperador, o sea como dijo Ney, su mano
derecha. Parece que había estado muy cercano a él en campañas
anteriores, en Egipto o en Siria. Cabalgamos lentamente, yendo al
paso mientras hablábamos de cosas sin mucha importancia.
-El
mar parece bravo. Ahora entiendo las recomendaciones del
vicealmirante.
-Realmente
impresiona. Pero Lucas me parece un tipo que entiende de esto. Además
si hace tanto tiempo que están planificando el salto de este charco
ya lo deben tener archisabido.
-Igualmente
no debe ser fácil. Dicen que la costa inglesa es peor que ésta y si
los vientos se ponen fuertes... pudieran hacer que encallen los
barcos. Además no hay que olvidar que ellos también tienen fuerza,
y en estas aguas son temibles.
Seguimos
caminando unos minutos en silencio. Mientras yo miraba hacia el mar
tratando de esconder el temblor de mis manos. Sentía en mi cadera el
sable que había encontrado entre mis cosas esa misma mañana.
Esperaba no tener que usarlo, pero los nervios se ponían de punta
cada minuto que pasaba. Todavía no caía que íbamos a una guerra a
Inglaterra con Napoleón, “el petit cabrón”.
Rodeado
de “gabachos” como diría mi hermano, mi confusión
aumentaba cuando buscaba una respuesta en mi cabeza. ¿Qué hacía
aquí?, ¿Por qué había cambiado de tiempo y de lugar? Solo
recuerdo que iba al instituto por la calle Elvira y de golpe las
cosas cambiaron: la temperatura empezó a bajar cada vez más, la
calle se volvió de barro y las casas de madera y piedra antigua… y
el instituto nunca apareció. En su lugar llegué a una rotonda, con
una plaza atestada de carros antiguos con gente que hablaba distinto,
un idioma que igual yo entendía. En fin: una pesadilla de la que
esperaba despertar. Pero no. Ahora era donde se complicaba.
-Dígame
Junot, ¿En que campañas estuvo usted anteriormente? Raro que no
hayamos coincidido en ninguna…
Se
supone que habíamos estado juntos en algún lado pero yo no tenía
puñetera idea de donde.
-Es
que estuve siempre en España, me trasladaron ni bien terminé la
escuela militar.
-¿Como
agregado militar de la embajada, o en las batallas de Portugal?
-Como
agregado, en la embajada.
-¿Fue
allí donde compró ese reloj tan bonito de origen japonés?
Creo
que me puse blanco de inmediato. Instintivamente apoyé la mano en la
empuñadura del sable como si supiese pelear con eso, pero estaba
dispuesto a salir a todo galope antes de tener que luchar a sablazos
con ese tipo. Al tiempo que él hizo lo mismo y me miró muy serio.
Al ver su mano me puse mas nervioso, mi cuerpo tembló y mis palabras
se atropellaban para salir tratando de explicar lo que le pasaba:
-Oiga,
mire, yo no… usted no entiende esto.
-¿No
entiendo qué?
-Yo
no soy de aquí. Ni siquiera soy de esta época… igual ni yo
entiendo que pasa. Ustedes están todos chalados y yo me voy de aquí…
ni sueñe que voy a ir a Inglaterra a una guerra que no sé ni de que
se trata…
-Prefiere
irse, entiendo, pero ¿a dónde? ¿A España? ¿A que año? ¿Y como
piensa volver? ¿Caminando a través del tiempo?
No
sabía que decir. El tipo estaba muy tranquilo, parecía como si
supiese mi historia y se había calmado al confirmarla. De pronto
levantó la vista mirando un saliente sobre el mar, como una
escollera donde reventaban las olas. Me señaló el lugar invitándome
a seguirlo. Así como me había puesto nervioso me tranquilizó de
golpe con una frase que me paralizó:
-Me
llamo Diego, soy de Buenos Aires, nací en 1966 y todavía no
entiendo que carajo hago acá. Te toca.
Y
desmontó frente al espigón.
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