2 de Diciembre de 1805
V
El
Cuaderno de Berthier
Infiltrados
Me
miraba de reojo, como si me espiase, o como si me tuviese miedo por
algo. Se le había estampado la sorpresa en la cara y eso era lo que
yo buscaba. Sabía desde un principio que con él podía hablar.
Aquella respuesta de “bien atado” no me pareció muy acertada,
como si fuese un extranjero, por lo cual podría ser que entendiese
esto más o menos como lo entendía yo. Pero nunca imaginé que era
otro "viajero" mas. ¿Cuántos habría? ¿O éramos los
únicos?
Decidí
preguntar como si fuera algo normal, manteniendo una postura calmada
pero sin olvidar la postura militar. Solo era una charla entre
compañeros. Al principio era una conversación simple, del tiempo y
de cosas así. Yo trataba de bucear en mi memoria lo que sabía de
aquella época, pero por más que me esforzaba no recordaba ninguna
invasión a Inglaterra desde Francia. No habíamos andado mucho
camino cuando una acción espontánea lo delató, algo que despertó
mis sospechas, algo que no concordaba. Miró la hora en un reloj de
pulsera metálica, muy moderno para la época. Yo tenía uno parecido
que escondía ya que los demás usaban unos de bolsillo, con una
cadenita atada a la chaqueta. Ahí me di cuenta que no era el único
que estaba en esa situación y recordé la palabras de Napoleón
cuando se refirió a Junot “desde que fue herido en la cabeza en
Italia está cada vez mas raro. Desvaría, tiene esas salidas que
parecen mas de un adolescente que de un militar de carrera…”
Lo
dicho, la sorpresa no se quería borrar de su expresión y llevaba
una mueca de bobalicón que causaba gracia. Para no reírme en su
cara desmonté sin mirarlo delante de una escollera que limitaba el
puerto adentrándose en el mar, y dándole la espalda le hice señas
de que me siguiera. Nos acomodamos sobre unas rocas alejándonos de
los oídos de cientos de hombres trabajando en sus menesteres.
Mientras, los caballos caminaban libres por la arena. Cuando se sentó
frente a mí lo hizo con cautela, como tratando de asimilar lo que le
había dicho segundos antes, así que decidí calmarlo.
-Bueno,
te escucho.
Mientras
atendía su relato busqué dentro de la chaqueta un paquete de
cigarrillos. Encendí uno y le convidé.
-Antes
repite lo que has dicho de Buenos Aires
-Después.
Ahora contame tu historia
-Me
llamo José Antonio. Soy de Jaén, Andalucía. Pero desde hace un año
vivo en Granada. Mi padre trabaja en un instituto, es profesor de
Matemáticas y lo trasladaron ahí, así que nos mudamos a un cortijo
en las afueras de la ciudad. Como todos los días, iba al instituto
pero ese jueves no tenía ganas de ir. Mi viejo estaba en otro
colegio, uno privado que le tocaba ese día, así que aproveché para
juntarme con mi hermano y unos amigos que estaban en la universidad.
A veces, cuando no tengo ganas o no se donde ir me voy con Manuel que
estudia Filosofía en la cartuja… ¿Conoces Granada?
-No,
es la primera vez que estoy en Europa.
-Bueno,
en una universidad. Entonces suelo ir ahí y cuando Manuel no entra a
una clase nos juntamos con sus amigos. El tiene una banda de rock,
toca el bajo. Y yo me pongo a tontear con la guitarra.
La
historia es que me metí en una calle que no conocía un par de
esquinas antes del instituto para que no me vieran. Para que no se
chiven a mi viejo. Quería subir a la universidad por otro camino así
que mucho no conocía por donde iba, pero me orientaba. Al principio
me extrañó que el barrio cambiase tanto, aunque no le di mucha
importancia. Allí todavía hay muchos barrios antiguos, con casas de
piedra, pero de madera no había visto. Y menos pintadas así de
varios colores, como en Nueva Orleans ¿sabes? Hasta que empecé a
ver gente un poco rara, vestida en forma antigua… No me extrañaba
ver calles de barro, porque en el pueblo donde vivíamos antes aún
queda alguna en las afueras, pero cuando llegué a la plaza de la
feria, una que es gigantesca donde se vendían animales, velas, ropa,
de todo…
-Si,
yo también pasé por ahí, la conozco
-Bueno
esa. Ahí ya estaba descolocado y en vez de volverme me metí más
por una calle que salía al costado. Cuando quise acordar estaba en
el medio de un laberinto de callejuelas infernal. Anduve vagando por
el barrio y no sé por donde más. Crucé de ida y vuelta un río
gigantesco, si hasta tenía una isla en el medio y todo. Siempre
escondiéndome de los guardias. En un momento me senté en una
esquina a mendigar, y una vieja me dejó una hogaza de pan del día
anterior. Lo peor de todo era el frio, macho. Era insoportable!!!
Pasé la noche acurrucado en un portal viendo como llovía...
Mientras
hablaba yo pensaba sobre el asunto. Su historia se parecía bastante
a la mía. Trataba de imaginar por donde anduvo, y como llegué yo
ahí. Pero no estaba muy seguro de la vuelta. Si los dos volvíamos
juntos por la misma calle, ¿adonde iríamos? ¿A Andalucía o a
Buenos Aires?
-Cuando
estaba amaneciendo me pasó algo totalmente increíble. Me metí en
un bar y pedí un vaso de agua. No tanto por la sed, sino para sentir
algo de calor, aunque más no sea por un minuto. Entonces un guardia,
de esos que están de policías en la calle, se acercó a la barra y
le dijo al camarero, “lo que beba el general lo pago yo”. Me
quedé atónito. Y el tipo insistía como pidiéndome permiso. Como
un gilipollas le dije que solo iba a beber un vaso de agua. Suerte
que insistió en invitarme el desayuno. Me comí un bollo y un café
y el guardia preguntaba sobre donde había estado, en que campañas,
si era de la camada de Marengo, en Italia, cosas así…
Yo
le decía a todo que sí, le seguía la corriente. Al principio pensé
que me había confundido con otro, pero en un momento le pedí
disculpas y me fui al baño. Entonces me vi en el espejo por primera
vez en 24 horas y tenía puesto este uniforme. Pero con todo,
completito. El sombrero, la capa, las botas… todo, todo, todo. No
faltaba nada. Al final uno de estos apareció en el café y se cuadró
ante mí, me dijo que la guardia me estaba buscando desde hacía una
hora, que por favor no los dejase solos de nuevo porque se
comprometían ante el emperador.
Solamente
le sonreí, como no dándole importancia. Pero me dijo que ya estaba
todo listo para la reunión con el mariscal Ney. Me despedí del
guardia y del camarero. Cuando salí a la calle había unos 30
soldados a caballo. Me acercaron uno. Yo ya sabía montar desde niño,
así que no tuve problemas con eso. Como no tenía ni puta idea a
donde íbamos, le dije que lo seguía y a una orden del que me había
encontrado, formaron un perfecto cuadro alrededor mío. Y nos fuimos
hasta el cuartel donde nos encontramos. Lo demás creo que ya lo
conoces.
Charlamos
durante más de dos horas. Por lo que pude entender su historia era
igual a la mía. Una calle y de pronto todo cambió hasta llegar a la
misma plaza que pasé yo. Nos preguntamos si había algún otro en la
misma situación. Repasamos todo lo vivido en los últimos dos días:
nombres, lugares, conversaciones, etc.
-¿Pero
tu te das cuenta que vamos a ir a una guerra?, No se tu, tío, pero
no tengo ni puta idea que hacer. Para colmo esos que están ahí no
nos dejan movernos. Parecemos prisioneros.
-Es
la guardia. Somos oficiales superiores del ejército de Francia. Esa
gente está para protegernos. Además no creo que esto vaya a pasar
en realidad. Por lo que recuerdo de historia, Francia nunca llegó a
invadir Inglaterra. El ejército de Boulogne terminó en la batalla
de Austerlitz. Pero a esta altura de los acontecimientos no se que
pensar.
-¿Y
que vamos a hacer? Me da lo mismo que vayamos a Austris o como se
llame. No tengo ni puñetera idea de cómo se maneja una espada.
-A
mí tampoco se me ocurre una idea de que hacer. ¿A dónde iremos? Ni
siquiera conocemos el lugar donde estamos. Acá por lo menos tenemos
una ventaja, yo soy Mariscal de ejército y vos general. Así que
mientras se nos ocurre algo mas nos vale quedarnos como estamos.
Estamos cubiertos por las graduaciones militares.
-¿Tú
sabes algo de militar? ¿En tu país se hace la mili antes del
instituto o algo así?
-No.
Pero cierro la boca y abro los oídos para enterarme de lo más
posible. Y si a vos te pareció que estar solo con Bernardotte o Ney
era peligroso en tu caso, imaginate lo mío con Napoleón.
-Uyy!
¿Que te ha dicho? ¿No te ha descubierto?
-Estaba
preocupado por vos. Bueno, por el General Junot. Dice que desde que
te hirieron en la batalla de Marengo, en Italia, estas raro, como si
te hubiese afectado y te estuvieras volviendo loco. Dice que la
herida fue en la cabeza.
-Vale.
O sea que de pronto soy francés, me dicen general, quieren que
invada Inglaterra, y el loco soy yo… cagüentosumuerto. Igual
tienen razón.
-Mirá,
será mejor que te pongas al día de lo que puedas averiguar sobre tu
personaje, y sobre todo que te lo creas, porque lo mejor que podemos
ser ahora son Junot y Berthier. Yo voy a ver que averiguo, y a vos
mas te vale hacer lo mismo. Hasta donde pude saber, te llamás Jean
Junot, estudiaste en París y sos abogado, y después te hiciste
militar. Por lo que escuché de Napoleón, te quiere mucho porque
hace años que estamos a su servicio, somos de los más viejos bajo
su mando, desde cuando él era solo general. Escuche a Ney decir a un
soldado que vos y yo somos la mano derecha, y la mano izquierda del
emperador.
Estuvimos
en Italia donde te hirieron en la cabeza y desde ese momento no sos
el mismo, por eso está preocupado. Dicen que tus cambios de humor
son cada vez mas frecuentes y que vivís endeudado, despilfarrando
billetes por donde vas. El propio emperador ya te pagó las deudas en
dos oportunidades. Me dijo que le salís más caro que un hijo. En
algún momento estuviste en Portugal, pero no sé que estabas
haciendo allá. Eso es todo lo que se. Así que a los otros los tenés
que conocer de Italia y supongo que de alguna reunión en París. Se
que Lannes, Marmont, Murat y yo, bueno el Berthier verdadero,
estuvimos en Italia, creo que Ney también, pero no estoy muy seguro.
-Vale.
¿Y que se supone que haremos cuando pasemos al otro lado del canal?
-Tratar
de seguir con vida. En tu caso tenés una buena excusa si algo sale
mal, se supone que estas mal de la cabeza.
-¿No
podrías hacer que yo marchara en tu división? A ese Bernardotte no
lo conozco.
-No
sé. No te prometo nada. Pero eso sí: si vamos juntos seguramente
estaremos al lado de Napoleón. No te olvides en ningún momento de
que acá nos tratamos de usted, “mariscal, general” y todo eso.
No te vayas a confundir y terminemos los dos mal. Y otra cosa, mucho
ojo con las españoladas, ya viste lo que pasó cuando te mandaste
eso de “bien atado”.
-Me
cago en tus muertos, tío. ¿Cómo se te ocurre preguntarme algo así
delante de los otros dos?
-¿Y
yo que sabía? Se supone que vos eras uno de ellos. Apenas me
defiendo en mi papel ¿y también querés que suponga quién es
infiltrado y quién juega de local? Bastante tengo con hacer de
malabarista en este circo. Magia no pidas.
-Vale,
vale. No te cabrees macho. Entiendo. Pero comprende tu también que
no tenía ni puta idea de que responder. “¿Y usted que opina,
Junot?” Opino que están todos locos, que tendrían que encerrarlos
en un hospital mental a todos juntitos. Que me estoy cagando de frio
y hambre y que no vuelvo a faltar al instituto en el resto de mi
vida. Cagüentoosusmuertos.
Me
daba gracia. Se irritaba con facilidad. Pasaba del miedo a la
sorpresa con una velocidad asombrosa. Pensé que después de todo, a
ésto se refería el sire con los repentinos cambios de humor de
Junot.
-Tío,
¿y si nos vamos ahora? Así, sin más. Sin decir nada. Cogemos uno
de esos carros… o no, mejor en los caballos. Ahora, nos montamos y
salimos. Total en un día estamos en París.
-No.
No creo que lleguemos lejos. La guardia no se nos despega y se supone
que tanto Berthier como Junot tienen que estar acá. No quiero
imaginarme si nos llegan a cazar, nos fusilarían por traidores o
desertores… no, yo sigo. Además ahora quiero ver hasta donde llega
esta historia. Vos si querés lo podés intentar, yo no te lo voy a
prohibir, pero si te agarran no te conozco. A lo sumo les diré que
te volviste loco del todo. Pero no cuentes conmigo, no me la voy a
jugar.
Encendimos
el segundo cigarrillo antes de montar. Apuramos el paso para
recuperar tiempo y para resguardarnos de la lluvia, que ya se hacía
sentir con más fuerza. Repasamos todos los datos que teníamos y
tratamos de asegurarnos de no perdernos de vista mucho tiempo. De
preocuparnos uno del otro en lo que se pudiera. También hablamos de
estar atento a las señales de reconocimiento por si aparecía otro
“infiltrado”. Así nos definíamos, infiltrados.
Cuando
volvimos al edificio donde nos reunimos durante la mañana la guardia
se dirigió directamente a la plaza de armas donde desmontamos, pero
en lugar de entrar al palacio o a las casas donde dormimos, el jefe
de mi guardia abrió la puerta de la berlina esperando que montemos
en ella.
Antonio
me seguía, así que subimos los dos. No anduvimos mucho. En unos
minutos estábamos en otro palacio pero este sí que era un palacio
de verdad. Era un gran caserón de tres plantas con un frente muy
particular ya que la entrada era un saliente del frente como un gran
torreón. Cuando llegué a mi despacho me di cuenta que no solo era
el edificio que presidía el campo militar sino que el mariscal
Berthier ya estaba habituado a esa casa. Según el capitán Schmitz
que vivía allí, los hombres que maniobraban en el campo trasero de
la mansión era la última leva del año anterior que yo mismo había
convocado desde el ministerio, y además, el programa de
entrenamiento era el mismo que se hacía desde que yo lo había
programado cuando era General de Brigada a cargo de éste campo y
desde esta misma vivienda. Junot escuchaba todo a mi lado muy
atentamente.
Cuando
llegamos al palacio ya habían terminado de comer, pero un soldado
nos consiguió unos platos de un guiso que estaba muy buenos, y sobre
todo muy calientes, lo cual por el frio y la lluvia nos vino muy
bien. En la cocina nos enteramos por un suboficial que los barcos
habían sido vistos muy cerca.
-Parece
que fueron vistos antes de separarse de la costa en Brest por lo del
bloqueo. Dicen que empezamos a embarcarnos esta noche- resumió el
cabo.
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